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Cultura  |  21 agosto de 2022  |  12:41 AM |  Escrito por: Administrador web

El cantor de la tristeza

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Por Pedro Elías Martínez

 

“Dichosas las mujeres, porque pueden

conservar su hermosura

más allá de la muerte y del olvido”.

 

Adolfo León Gómez, jurista, periodista, dramaturgo, político, historiador y poeta “tierno, melancólico y sentimental; cantor del dolor y de la tristeza en forma clara y sencilla; poeta popular” (1), nacido en Pasca, Cundinamarca, el 19 de septiembre de 1857, nieto de doña Josefa Acevedo de Gómez, la primera escritora de la época republicana, esposa del hombre de estado Dr. Diego Fernando Gómez, nacido en San Gil hacia 1786 y muerto en Pasca hacia 1854. Fue su bisabuelo don José de Acevedo y Gómez, llamado “El Tribuno del Pueblo” de fulgurante participación oratoria en los hechos del 20 de julio de 1810, natural de Charalá (1773) y fallecido en 1817 en las montañas de los indios andaquíes, huyendo del Régimen del Terror.

 

La actividad académica de Adolfo le alcanzó notoriedad en la capital del país, defendió las banderas del partido liberal y tuvo participación en las guerras civiles de su tiempo. Por sus ideas estuvo en la cárcel en tres ocasiones por lo menos, de cuya experiencia escribió el libro Secretos del Panóptico, publicado en 1905, donde narra los vejámenes y miserias que él y sus compañeros, entre ellos el poeta Julio Flórez, padecieron como presos políticos. “Fue magistrado de la Corte Suprema, senador, presidente de la Academia Colombiana de Historia y de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, regaló al Museo Nacional, el 6 de abril de 1911, la casaca del Tribuno del Pueblo, don José Acevedo y Gómez”. (2).

 

Fue, además, periodista colaborador de las publicaciones de la época, El Pabellón Americano, Anales de Jurisprudencia y del Boletín de Historia y Antigüedades. Con su hermano Ernesto fundó el periódico El Bogotano, dirigió el diario Sur América de 1903 a 1918 e hizo parte de academias nacionales y extranjeras. “Muchas son las páginas que dejó Adolfo León Gómez y sus actividades fueron múltiples. Autor de algunos “juguetes cómicos” como La política exaltada, Globos ilustrados, La comedia política, El título de doctor, y Un celoso y un miedoso. También escribió los dramas El soldado (que tuvo dos ediciones: 1892 y 1903), Luz y sombra y Sin nombre…Y a ellos se suman Intimidades, La caridad de la lengua, Crónicas, Pruebas judiciales, Diccionario de legislación y jurisprudencia de Colombia, entre los más señalados”. (2)

 

Publicó su primer poema en 1890 en unión de versos de su hermano Ernesto en Poesías y más tarde reunió su inspiración en el libro Nuevas Poesías.

En La Ciudad del Dolor, escrito en Agua de Dios, los críticos ubican algunas de sus mejores páginas. A principios del siglo XX comenzó a revelarse en su cuerpo la enfermedad de la lepra. Poco a poco sus amigos fueron retirándose, la academia no vio con buenos ojos su proximidad física y como era de rigor en la época, fue trasladado a Agua de Dios en el mes de julio de 1917.

 

En principio, mayor que su padecimiento y el destierro, fue el olvido de sus amistades: “antes de que llegara la resignación que vino después, era el abandono, el olvido de mis antiguos amigos de la infancia y del colegio; de mis numerosos discípulos de jurisprudencia; de los colegas del foro y de la literatura, y de los titulados copartidarios. De muchos de ellos, aun de los que yo había ensalzado con entusiasmo en Sur América publicándoles retrato y biografía, no recibí jamás ni siquiera una tarjeta de recuerdo. Otros cumplieron escribiéndome una sola carta de pesar y de eterna despedida, temerosos sin duda de recibir la “peligrosa” correspondencia de un enfermo…” (3). “En veinte meses a León Gómez no se le realizaron exámenes, ni se le prescribió ningún régimen de vida, ni se le practicó ningún tratamiento, ni le llegaron desinfectantes, nada”. (2) Solamente su nombre apareció “en la lista de enfermos, en el rol de presidiarios, en la nómina de mendigos a quienes en cambio de los derechos individuales y sociales, el porvenir, y todo, da la amorosa Patria treinta centavos diarios, reducidos a veces a la mitad por el cambio de la repugnante moneda especial, para que con eso atiendan a la alimentación, el vestuario, los medicamentos, el lavado de ropa, los servicios de agua y luz, los sirvientes, las limosnas ineludibles, los gastos extraordinarios incontables, etc. Quedé pues matriculado y herrado con el fierro candente e indeleble del leprosorio”. (3)

 

La Academia Nacional de Historia, sin embargo, le rindió homenaje: “aprobó y publicó una bondadosísima y honrosa proposición a favor mío, por la cual dispuso editar algunas de mis obras (lo que aún no habrá podido hacer), para proporcionarme así un auxilio monetario en mi desamparado destierro. Yo en el acto, para empezar esas publicaciones, envié un trabajo histórico-literario sobre los poetas de La Lira Nueva, ya muertos, que leyó mi hijo Ernesto como conferencia, en solemne sesión celebrada por la Academia en el Salón de Grados, en honor mío… recordando, sin duda, que yo fui uno de sus fundadores, su Presidente en el año del Centenario de la Independencia y el autor y sostenedor en el Congreso de la ley que le dio a esa Corporación carácter oficial”. (3)

 

Con el tiempo algunos intelectuales de la capital, inclusive políticos con los cuales había tenido diferencias, le reiteraron su cercanía y amistad: “En el capítulo XIX de la primera parte de La ciudad del dolor, recuerda, al “General don Rafael Reyes, que olvidando gallardamente toda queja contra el único periodista de oposición a su gobierno, me envió un magnífico libro y una carta tan bella como su magnánimo corazón. Y allí en esa lista, entre otros, están Alfonso Robledo, Arturo Quijano, Ricardo Nieto, Hernando Holguín y Caro, el padre Daniel Restrepo, Juan Bautista Jaramillo Mesa, José Joaquín Casas y José Eustasio Rivera. (2)

 

En Agua de Dios estableció gran amistad con el compositor Luis Antonio Calvo, recluido allí en 1916. Fruto del encuentro de estos dos hombres de arte, intelectualidad e infortunio, surgieron canciones inolvidables, como En la playa, en la que campea la desolación a que los condujo su destino. Escribió los versos de Las noches de Agua de Dios, musicalizados por el maestro Carlos Vieco. Adolfo León Gómez murió en Agua de Dios el 9 de junio de 1917. Una de sus poesías más conocidas es En la Cruz, a la cual añadió música de pasillo el compositor Víctor Valencia Nieto:

 

“Dicen que cuando Cristo agonizaba,

llegó desde Occidente,
en medio de las auras vespertinas,
a posarse en la cruz ensangrentada,
un enjambre de errantes golondrinas.

Y cuando el populacho enfurecido,
colmó al mártir de escarnios y salivas,
el sol horrorizado,
cerró sus ojos y enlutó sus galas,
las aves compasivas,
en torno al moribundo revolando,
de sus sienes divinas,
sacaban con sus picos las espinas,
y enjugaban la sangre con sus alas.

Y en recuerdo de aquello desde entonces,
cuando en cruz de dolores,
clava la humanidad ingrata siempre,
a los que por su bien son luchadores

el mártir del calvario les envía,
consuelo y esperanzas,
cual bandada fugaz de golondrinas,
a arrancarles del alma las espinas.”

 

 

(1) Luis María Sánchez López. (1985). Diccionario de escritores colombianos, 3ª. Ed., Bogotá, Plaza & Janés.

(2) Luis Fernando García Núñez. Anécdotas y dramas: los sufrimientos de Adolfo León Gómez. Revista Credencial. (Bogotá, Colombia). Edición 219, marzo de 2008.

 (3) Adolfo León Gómez. (1923). La ciudad del dolor: ecos del presidio de inocentes. Bogotá, Imprenta de Sur América.

               

 

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