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Cultura  |  09 octubre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La radio como pasión

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Este texto fue escrito por Gilberto Zuleta Bedoya, y hace parte del libro antológico La radio en el Quindío

La pasión por la radio llegó en mi adolescencia al lado de mis padres en la vereda “El Carmen”, detrás del Cristo Rey del municipio de Belalcázar Caldas, donde los fines de semana escuchábamos a los vecinos cantar rancheras, se divertían, tomaban cerveza y guarapo, enamoraban y hasta discutían.

Como mis hermanas mayores junto con mi madre madrugaban a las cinco de la mañana a prender el fogón de leña, a moler el maíz para las arepas y desde lejos se escuchaban corridos cuando el vecino prendía la radio, mis hermanas decían: “cuando será que mi papá nos va a traer un radio para escuchar la música del amanecer.”

Un día mi padre, Rafael, al escucharlas y tomándose una taza de café les dijo: “se acerca la cosecha de café de fin de año… les compraré un radio grande para que se diviertan en la cocina.”

Era la década de 1960. Había abundancia de café y buenos recogedores de cosecha, quienes lo hacían con alegría porque ganaban buen dinero y podían comprar, entre otras cosas, sus transistores que llevaban en su espalda al cafetal para escuchar la música campesina mientras cumplían con la recolección.

Antes de la navidad, cuando se terminaba la cosecha de café, esperábamos los regalos y la llegada del niño Dios. Un veinte de diciembre de 1959, la tarde desaparecía y empezaba a salir la luna llena. Unos metros más arriba de la casa había una puerta de madera con seguro y para seguir había que hacer sonar una campana.

Ese día escuchamos tres campanazos, subí a abrir y mi padre quien venía con dos vecinos en sus caballos y una mula, mientras sonreía con unos aguardientes amarillos en el cerebro, me dijo:

“Agarre la mula y bájela con cuidado que van cosas delicadas”.

Complacido y alegre, bajé hasta el patio de la casa la mula de nombre “Paciencia”, que se veía cansada por el recorrido del pueblo hacía la finca y traía amarrados en su lomo tres bultos: dos con la remesa para la semana y el otro con los regalos de navidad, por eso mi padre le dijo a uno de los trabajadores de confianza:

“ayude a bajar esos tres bultos con cuidado. Viene algo delicado”.

Mis hermanas Lucero y Florentina, abrieron el bulto que tenía un moño rojo. Sacaron una caja larga y delgada, de color azul y blanco que decía, “Delicado”, resaltaba la marca “Granada” y luego un papel con letra negra: “Doce meses de garantía”.

Lanzaron un grito de felicidad y abrazaron a mi padre diciéndole:

“¡Tenemos radio! ¡Tenemos radio!

Por los lados el aparato era de color negro, con frente amarillo, tablero café, cuatro teclas blancas como de piano, dos perillas, una para prenderlo y darle volumen, la otra para buscar frecuencias. “Coge hasta ladrones”, dijo mi papá.

Funcionaba con pilas de linterna; tenía buena recepción de la señal y moviendo un botón marcado con SW, se oían emisoras de otros países. En esa época no había electricidad en el campo, entonces por las noches nos alumbrábamos con caperuza de gasolina y mecha, por eso a los trabajadores les gustaba la marca “Sanyo “de onda corta que funcionaba con cuatro pilas y era fácil de cargar por su forro de cuero.

En la década del sesenta del siglo pasado, estando niño, cuando me tocaba llevarle un refresco a mi hermano mayor al cafetal, escuchaba que algunos trabajadores con su radio pequeño se divertían con los programas de canciones populares. Una de las que más sonaba era “Como se adora el sol”, de los “Trovadores de Cuyo”, conjunto argentino. Por las noches disfrutaban de las rancheras de Antonio Aguilar.

En las mañanas escuchábamos “La Cabalgata Deportiva Gillette” o “Mañanitas Campesinas” en una de las emisoras más populares del momento llamada “La Voz Amiga”, donde no faltaba el pasillo instrumental de las fiestas populares llamado “Esperanza”, cuya autoría es de Nelson Ibarra, integrante del dueto “Ibarra y Medina.”

Por la Radio Sutatenza del departamento de Boyacá, dos de mis hermanas aprendieron a leer y escribir, debido a que no tenían la forma de ir a la escuela porque eran las encargadas de hacer todo y solo descansaban en la tarde y la noche.

Antes de 1960 existía un programa sentimental a las once de la mañana y mis hermanas mayores hacían los oficios escuchándolo. Era: “Sergio Velásquez acusa”, y representaba problemas familiares que hacían brotar lágrimas a las oyentes.

Como había que ahorrar pilas, la radio se apagaba a las doce del día y a las cinco de la tarde se volvía a prender para escuchar por la cadena Todelar de Colombia “Kaliman el hombre increíble”. Aún recuerdo la sensación en mi mente cuando narraban, por ejemplo, una marcha por el desierto o la lucha del protagonista por sobrevivir, acompañado del pequeño Solin.

Los trabajadores terminaban la jornada a la misma hora y mientras comían, también escuchaban las aventuras narradas, con emoción y sentimientos que dejaban en la memoria de todos, la frase que no faltaba:

“La mente es el arma más poderosa. Aquel que domina la mente lo domina todo”.

En noviembre de1963, a solas con mi madre en la finca El Carmen, escuchamos por la radio la noticia del asesinato de John F. Kennedy, presidente de EE. UU. En mi memoria quedó el recuerdo de mi madre al echarse la bendición diciendo: “Dios mío, se nos va a venir una guerra, tenemos que rezar para que mi Diosito nos proteja.”

Durante la primaria y el comienzo de la secundaria, la radio transmitía aventuras y programas de humor. Para no molestar las familias vecinas, le pedí a mi padre que me regalara un radio en qué escuchar mis programas favoritos porque el de la finca era para mis hermanas. Me regaló un “transistor”, como se le dice al radio pequeño, marca Nivico que se podía conectar a la luz.

Así empecé a escuchar con euforia las transmisiones de la vuelta a Colombia en las voces inolvidables de Carlos Arturo Rueda C, y Alberto Piedrahita Pacheco. Una anécdota que recuerdo es la de un ciclista de apellido Mercado. En una de tantas narraciones, Carlos Arturo Rueda C. decía:

“Adelante vamos con Ramon Hoyos, pero muy cerca viene Mercado con dos más”.

Entonces los que todavía no entendíamos de ciclismo nos preguntábamos: ¿Cómo así que

¿Ramón Hoyos va adelante y le llevan el mercado atrás?

En mis añoranzas la vuelta a Colombia era un espectáculo tan popular que cuando pasaba por sitios tomados por la violencia, había una pausa para que la gente pudiera gozar en paz el paso de los ciclistas que llevaron emociones a la afición radial de entonces, como: Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, Efraín “El Zipa” Forero, Javier “El Ñato” Suárez, Rafael Antonio Niño, José Patrocinio Jiménez. Las peleas de boxeo peso pesado, también llamadas del peso completo, nos trasnochaban con las emocionantes transmisiones radiales desde EE. UU, igual que los partidos de futbol narrados por Pastor Londoño Pasos o Jorge Eliecer Campuzano.

La radio para mí era inseparable, los eventos deportivos, radio novelas y programas de humor siempre estuvieron al oído. Un programa que siempre escuché a las 7 y 50 de la noche por Radio Manizales era “Estadio y multitudes”, dirigido por el periodista más escuchado en la radio, Javier Giraldo Neira, de la ciudad de Manizales. Una de las emisoras que más recuerdo es “Radio Reloj”, cuya especialidad era la música del recuerdo y daba la hora al terminar cada canción.

Por la Radio Nacional de Colombia a las ocho de la mañana empezaba “La Simpática Escuelita que dirige Doña Rita”, programa humorístico en la década de1970. Me divertí, aprendí curiosidades y refranes que llevaba al salón de clase.

A la una y treinta de la tarde el programa de “Montecristo”, el humorista más escuchado de Colombia y uno de mis favoritos. No me faltó la sonrisa cuando lo escuché en dos oportunidades que estuve cerca de él. Una cuando fue invitado a la fiesta del campesino a Belalcázar Caldas, la segunda, cuando asistió a una feria de Manizales. A las 6 p.m. otro programa de gran audiencia era Emeterio Y Felipe “Los Tolimenses”.

Por la cadena radial Todelar a las 7 y 30 p.m. oía un programa de audiencia nacional, que en las voces de Elsa Carrillo y Ronald Ayazo, iniciaba así:

“A partir de este momento, entra en acción… ¡La Ley!... ¡Contra El Hampa ¡”.

Continuaba oyendo “Los Chaparrines”, programa de tres hermanos cómicos ecuatorianos, o “El Manicomio de Vargas Vil”, del antioqueño Crisanto Vargas en 1978. Para cerrar el telón, a las ocho de la noche nos divertíamos con Hebert Castro.

En las horas de la mañana, mi padre escuchaba el “Noticiero Todelar de Colombia”, del que me parece oír su inicio: “Un mundo de noticias para un mundo de oyentes”, y recuerdo cómo me gustaba estar a su lado para que me explicara noticias que no entendía. Así fui cogiendo amor a los noticieros y me marcó la radio para siempre.

En la voz de Yamid Amat, recuerdo en un amanecer el anuncio de la erupción del Nevado del Ruíz y la desaparición de Armero. Como habitante de Manizales, sentí demasiado susto y rápidamente me dirigí al centro de la ciudad para estar pendiente del suceso.

En 1987, cuando “Lucho Herrera “El jardinerito de Fusagasugá”, fue campeón de la vuelta a España, por la carrera 23 de la ciudad de Manizales, colocaron toda clase de radios para que la gente que transitaba por este sector escuchara la hazaña del ídolo de nuestro país.

Todavía existe la radio con programas diferentes, dándole humor al oyente. La costumbre de tener la radio debajo de la almohada para escuchar las noticias de la madrugada se cambió por la tecnología digital. Pero nunca olvidaré que gracias a la radio he mantenido informado de todo lo que sucede en el mundo y nuestro país. Por eso El 13 de febrero de cada año, celebro con un buen café el “Día Internacional de La Radio”.

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