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Columnistas  |  27 noviembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Johan Andrés Rodríguez Lugo

Las primeras preguntas

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Johan Andrés Rodríguez Lugo

Johan Andrés Rodríguez Lugo.

Coincido con el escritor Gustavo Álvarez Gardeazabal cuando en la reseña de la última novela de Juan Álvarez: “Dónde viven las preguntas que seguimos sin hacernos”, comenta que esta debió llamarse algo parecido a “Luis y Lucía”, aunque también, puedo proponer osadamente, debió llamarse: “La Lucía lucida”, “El Luis que ya es Lucía”, “La Lucía que nació Luis”, en fin, la temática es clara y el lector entiende rápidamente de lo que va el escrito, sin embargo, hay otra cosa dentro de la novela: el cuestionamiento que de entrada nos propone el narrador a la manera en que se asiste a un cambio, a una nueva comprensión de la realidad, a una nueva forma de ver el mundo, a que eso que entendemos por normal es más amplio de lo que se creía que era “la normalidad”. Hay preguntas, sí, que quizás nos hemos hecho, que quizás hemos escuchado, pero que están dentro de la historia y es importante conversarlas.    

Pienso, también, que si la novela llevara los títulos antes mencionados pocos se animarían a leerla porque pareciera, además, que este tema ya se agotó y que “todo habla de lo mismo” y que “Netflix insiste en meter a la fuerza personajes diversos” y que “ya estuvo bueno darle tanta imagen a esos que no se quieren como nacieron y que la sociedad no tendría por qué prestarles atención pues si ellos mismos no se quieren quiénes los podrían querer”. Son pesados estos pensamientos, si se les puede llamar pensamientos, porque lo que muestra la novela, o bueno, lo que reafirma la novela es ese vicio de señalar simplemente parados desde una cotidianidad, pero ¿qué es realmente lo normal?, ¿Lo que nos han enseñado desde siempre es lo normal?, ¿Lo que se ha hecho igual durante algunos años ha sido lo normal?, ¿Lo que nos dijeron que es normal es realmente lo normal? Una búsqueda rápida en Google diría que lo normal es lo que está en su estado natural, o sea, es normal tu existencia, la mía,  la de todos y todas.  

Cuando Juan Álvarez egresó de secundaria yo apenas estaba naciendo, pero pareciera que, al llegar a la edad de esa secundaria, que es en donde se ubica el tiempo narrativo de la novela, es decir, los acontecimientos ocurren mientras los personajes tienen entre 12 y 16 años, las preguntas que se hacen algunos fueron y son las mismas que nos hicimos nosotros cuando estábamos en el colegio. Esa supuesta época de la rebeldía sin causa, esa época en que al parecer todos queríamos salir de la normalidad que se proponía en casa y hacer otras cosas. Una edad difícil para quien la vive como para quienes la soportan. Aunque se ha frecuentado la idea de que las “producciones sobre adolescentes son básicas” y esto se ve en películas, libros, series y demás, esta novela nos permite hacer una revisión de nosotros mismos sobre lo que pensábamos cuando aprendíamos por primera vez a pensar y a tomar nuestras primeras decisiones de vida.

Ya saben pues que la protagonista Lucía nació Luis, pero no por eso era menos lucida y esto es algo que Kevin, el narrador, nos deja notar desde el inicio. Luis era un homosexual totalmente empoderado y aceptado tanto por su familia como por él mismo, lo que ayudaba a que la forma de habitar su espacio fuera en estos términos a pesar y en contra de la sociedad de aquella época, que sabemos, no es muy diferente a esta. Todo se desarrolla cuando Lucía, una candidata trans, es elegida congresista, se imaginarán el revuelo. Desde entonces el narrador nos transporta a los tiempos en que Luis ya era incómodo para la normalidad social porque nunca se acomodó a los patrones ofrecidos para los hombres, porque no era un hombre, y tampoco era una mujer, simplemente era un hombre gay y ya, pero pocos lo entendían, lo entienden.

Kevin, nos cuenta, era “un chico normal”, tan normal que le costaba encontrar pareja, le hacían bullying y hasta por tener un amigo “rarito” también era visto de forma despectiva por sus compañeros. Esa parte es cotidiana. El colegio no fue la mejor época para muchos o muchas porque sabemos, y lo dijimos arriba, todos están en un proceso de cambio hormonal significativo que provoca, entre otras cosas: miedo, irritabilidad, desconcierto, dudas… y si le combinamos el desprecio por lo que sucede y se exige, tenemos un cóctel bien fuerte de habitantes de una realidad que no se comprende del todo, que aunque “los mayores” exijan comportamientos, los adolescentes de turno siempre querrán hacer lo contrario, o lo distinto, o simplemente hacer cosas nuevas. La adolescencia también es vista como una época de revolución en la que aprendes y trasciendes, o te quedas y continuas en un bucle de situaciones.  

Entre las preguntas que se hacen los personajes y entre las cosas que Luis le empezó a enseñar a Kevin sobre cómo referirse a la diversidad, surgieron cuestionamientos al patriarcado y a la manera en que supuestamente los hombres debían comportarse. Porque se ha dicho, y la novela reafirma, que a muchos hombres tampoco nos ha ido bien con esas exigencias patriarcales de comportamiento y omisión de cosas que al final del día son el caldo de cultivo de una explosión. De un llanto. Porque sigue siendo extraño poder ver a un hombre romper en lágrimas.

Hay una escena puntual que me llamó la atención. Había en el combo de amigos una necesidad por repensarse su realidad y demostrar que esos parámetros que el sistema creía que eran el gusto de los jóvenes no eran ciertos. Nos dividimos y nos dividen en boomer, los X, Y, Z y la que ahora nombramos como la generación de cristal. Así, uno de los productos de consumo que se presenta en la novela es la radio y sus programas matutinos en las emisoras juveniles que supuestamente les gustaban a los jóvenes en donde los locutores, que eran un poco menos jóvenes que los jóvenes que escuchaban, llamaban a cualquier persona y le hacían bromas. Duré, luego de la lectura, varios días recordando cómo era que se llamaba ese programa que tanto le fastidiaba a mamá, pero que a todos mis compañeros y a mí nos entretenía en un momento, luego recordé: Las pegas de La Mega.

Juan Álvarez nos ofrece una escena de esta época: Un transporte escolar que lleva adolescentes, una emisora a todo volumen, unos comentaristas que dicen pendejadas y unos programas que solo buscaban reírse de otros a razón de la audiencia que se entretenía con esto. Luego están Kevin, Luis, otras y otros que se cansan de que esto sea el producto de consumo adolescente y le juegan una mala pasada a la voz principal del programa que si lo trajéramos a esta época sería el influencer con millones de seguidores que no considera que tenga una responsabilidad en su canal y dice, y se burla, y juzga, y cuestiona a razón de su banalidad de pensamiento y de vida. Los adolescentes lo confrontan en sus prejuicios y se empieza a generar alguna consideración sobre el tipo de cosas que se consumen en la adolescencia y por qué el sistema quiere que se consuman esas cosas.

Por esto entonces el título “Dónde viven las preguntas que seguimos sin hacernos”, es también una ventana a lo que no ocurre en la novela, pero que Juan hace que ocurra en el lector: preguntarse por su adolescencia, por su cotidianidad y por la forma en que mira, entre otras cosas, este tema que pareciera todavía tabú en la sociedad y que, además, ha cobrado vidas y genera violencia, desacuerdos y expulsiones de colegios, universidades y de la misma sociedad. Muchos aún son negacionistas y llaman esto como “la teoría de género impuesta por el castrochavismo y su rasho láser homosexualizador”.

Juan Álvarez ha publicado varias novelas: “Candidatos muertos” (2011), “La ruidosa marcha de los mudos (2015) y “Aún el agua” (2019). También ha publicado cuentos, ensayos y adaptaciones. Ha ganado premios literarios y se encuentra entre los escritores más representativos de Colombia. Desde 2015 coordina la línea de investigación en escritura creativa del Instituto Caro y Cuervo.

La novela se divide en 7 capítulos que incluyen varias situaciones en donde el protagonista se empieza a preguntar y a responder sobre lo que es su sociedad y lo que debería ser a partir de los cambios que se empiezan a generar. Tiene un lenguaje específico que no incomoda la lectura a pesar de incluir expresiones inclusivas que a muchos aún les incomodan, pero que Juan logra incluir, realmente incluir, a pesar de ser, como lo dice Gardeazabal, uno de los protectores del idioma desde el instituto Caro y Cuervo. La novela es rápida, con escenas palpables, fácil de digerir, con un ritmo y un humor que provoca risas cada tanto. No solo por el absurdo de algunas situaciones que también ocurren en la vida real, sino por la forma en que pareciera que los personajes cobran vida y se materializan para narrar sus angustias, sus preguntas y sus triunfos. Recomendada.

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