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Cultura  |  05 diciembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Historia inconclusa

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Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura Café y Letras Renata.

El día no era muy claro. Más bien un poco gris, húmedo y frío. Algunas gotas de la garúa que anuncia el invierno, se colaban por las ventanas del salón donde nos reuníamos los integrantes del taller literario.

Un trueno lejano llegó como anunciando algo, lo cual no fue raro, pero sí me lo pareció el hecho de ver caer de la nada una pluma. Era el momento del tinto, cuando el profe y los demás tomamos una tregua en las disquisiciones literarias para degustar, no solo la bebida, sino algo de amistad.

De pronto lo vi en la entrada del salón con ese abrigo inmenso para su cuerpo, pues además de ancho, el largo le llegaba casi a los tobillos. Le miré al rostro y vi la piel curtida como por vientos desconocidos… después supe que eran vientos celestes. En su espalda, se asomaban dos jorobas que no lo encorvaban; permanecía erguido. No pude ver sus manos pues siempre las mantuvo en los bolsillos del abrigo, pero me llamó la atención su mirada. Parecía contar viajes infinitos, viajes que supuse etéreos y sin destino.

Con el café en una mano y un pandebono en la otra me acerqué para invitarlo a seguir, pero él, con gesto tímido, diferente a su cabello rebelde y despeinado, se negó a seguir, pero me pidió atenderlo, pues, según dijo: Un favor lo obligaba a visitar el taller.

– ¿Y de qué se trata?– le dije

–Verá usted– respondió –Necesito que alguien escriba mi vida. Pero tranquilo–, aclaró al ver mi sorpresa–, no es toda mi vida.

–Y… ¿Quién es usted? O para empezar ¿cómo se llama?

–No lo sé– manifestó lacónico–, jamás he tenido un nombre.

– ¿Y entonces?– interrogué sorprendido.

–Solo tendrá que escribir lo que falta desde el momento en que terminó García–. Concluyó, como si eso aclarara las cosas.

– ¿García? ¿Qué García?

– ¿No lo conoce, usted? Se supone que quienes vienen aquí son estudiosos de la literatura– reclamó con un tono que me pareció indignado.

–Bueno, pues… sí. Eso somos. Pero, me ayudaría un poco saber por lo menos quién es usted. ¿No le parece?

– ¡Ah ya! Claro. Pues mire, yo solo soy un hombre viejo con unas alas enormes.

Fue ahí cuando lo volví a mirar, esta vez de la cabeza a los pies, y descubrí que lo que yo creía jorobas era el nacimiento de sus alas, que la pluma traída por el trueno, lo mismo que las otras que iba dejando a su paso, eran el anuncio de su llegada y que las salientes al final de su inmenso abrigo, eran las puntas de sus enormes alas.

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