Hablar de los basenji es hablar de Egipto. Aislado durante cientos de años, en áreas aisladas de África, se tienen referencias por escrito desde el siglo XVII, cuando un misionero católico, Jerome Merolla, describió a unos perros que vivían junto a los ríos Nilo y Congo como “pelirrojos, de cuerpo pequeño y esbelto y la cola enroscada sobre la espalda”.

La primera pareja de basenji llegó a Inglaterra en 1895, pero murieron pronto a causa del moquillo y no llegaron a procrear. Se intentó, de nuevo, en 1923, pero la tragedia volvió a golpear al grupo de los seis basenji y también fallecieron durante la cuarentena. Por lo remoto de su procedencia, pasarían 14 años más hasta que otra pareja salió del continente africano y fueron exhibidos por espectáculos a lo largo de todo el Reino Unido como una rareza natural. La hembra y su primera camada también fallecieron y solo sobrevivió el macho, que fue adquirido por un criador de Boston, Estados Unidos, que había importado, a su vez, a una hembra desde África Central. Fue en este país norteamericano donde los programas de cría tuvieron éxito y para 1943, la raza fue reconocida.

Se trata, sin embargo, de una raza canina tan exótica, que en una fecha reciente como 2010, una expedición de criadores estadounidenses fue a las aldeas de la República del Congo para reunir más ejemplares autóctonos y aumentar el acervo genético de las líneas de reproducción occidentales, ya que todos los basenji modernos descienden de aquellas escasas importaciones a principios del siglo XX.

Hablar del basenji es hablar de Egipto, y hay numerosos documentos, como este de 1938, escrito por el famoso arqueólogo George Andrew Reisner, sobre los perros encontrados en la tumba de la pirámide de Keops y su posible relación con esta raza.

Los basenji tienen características que les hacen únicos dentro de la biodiversidad cinológica. Las hembras de basenji solo tienen un celo al año, algo que es infrecuente en el ciclo reproductivo canino. Además, debido a la forma de su laringe, utilizan más la vocalización con aullidos o un sonido único que se ha bautizado como “canto a la tirolesa” o yodel. La tercera característica que les hace tan especiales es que los basenji adoran los saltos verticales, y tienden a jugar realizando estos saltos que recuerdan a los de un zorro capturando pequeños roedores que perciben bajo tierra. Son hábiles trepadores, exigen una actividad física y una estimulación ambiental alta, pero no destacan en la predisposición al entrenamiento y requieren una sociabilización temprana y constante para evitar conflictos con otros perros y en la convivencia con niños. En la vida familiar, los basenji son perros amables y dóciles con su núcleo más cercano.