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Cultura  |  03 enero de 2023  |  12:01 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: El hueco

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Este es un cuento de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura creativa Café y Letras Renata.

Nadie imaginó que llegara a tener las dimensiones que tuvo, porque sencillamente los ciudadanos, igual que la administración, ignoraron el hecho, así como todos los manejos políticos de la ciudad. A nadie le importaba. Siempre había sido lo mismo y protestas más protestas menos, jamás se había logrado que los administradores de turno tuvieran en cuenta los reclamos ciudadanos.

Todo era una situación cíclica. Los políticos cometían crasos errores, los periódicos decían algo relacionado con el error; los grupos organizados de ciudadanos hacían otro tanto como por pura inercia, el pueblo común organizaba una que otra marcha sin ningún resultado y después todo caía en una especie de letargo. Las cosas volvían a ser iguales, es decir, cada vez peor y nada mejoraba, hasta que otro error, más craso aún, rompía la monotonía y el ciclo empezaba de nuevo.

Con el hueco pasó lo mismo. Hubo protestas, sobre todo por parte de los artistas, únicos que sentían algo de dolor por ese agujero que comenzó a abrirse frente a lo que más querían. El museo y la biblioteca. Era allí donde esperaban que sus obras fueran presentadas al mundo y frente a las cuales se esperaba tener una plaza hermosa que diera la bienvenida a los visitantes.

Como las protestas, igual que siempre, eran escuchadas pero ignoradas, los artistas idearon todo tipo de acciones tendientes a ser tenidos en cuenta. Hubo muestras célebres, como la del pintor que se amputó el brazo ante las cámaras diciendo con ello que cuanto más avanzara el hueco y se hiciera más profundo, tanto más los intelectuales verían sus sueños transformados en pesadillas y la plaza prometida transformada en un hueco.

Los estudiantes de danza, organizaron una danzatón que duró ocho días, al final de los cuales los bailarines comenzaron a caer desmayados de cansancio o por la falta de alimento y aunque se dice que algún funcionario pantallero llegó a asomarse por allí, lo hizo guiado más por la curiosidad, porque nada pasó.

Después un grupo de zanqueros se colgó de los muros del museo para caer al final, por su propio peso, en las profundidades del socavón en que se había convertido el hueco. Para sacarlos, hubo necesidad de traer rescatistas foráneos, porque nuestra administración ignoró los esfuerzos con la misma diplomacia olímpica que había usado para las demás protestas.

Digna de mencionar la protesta silenciosa de los teatreros, cuyas pantomimas representaron el hundimiento de los proyectos artísticos en una gruta de promesas políticas sin fondo, aunque tampoco se olvidarán los cien días en que músicos y trovadores cantaron sus quejas hasta perder sus dedos unos y quedar mudos los otros.

Habían pasado unos cinco años cuando los artistas de la ciudad organizaron el más grande plantón frente a la inmensa cueva que ya comenzaba a tragarse al museo y la parte norte de la biblioteca. Los encargados del gobierno, esta vez no hicieron lo de siempre, ignorar la protesta, sino que enviaron la fuerza pública a contrarrestar el movimiento de los artistas, con tan mala suerte que ese día el hueco se hizo más profundo y no solo se llevó a los protestantes, sino que gran parte de los uniformados desaparecieron para siempre en las profundidades de la caverna.

Fue aquella vez y gracias a los noticieros internacionales, que la administración decidió tomar cartas en el asunto, pero ahí fue cuando se dieron cuenta de que era demasiado tarde. El hueco ya no solo se estaba tragando al museo y a la biblioteca, sino que con ellos se estaba hundiendo la ciudad entera.

Al final, se llevó a sus entrañas todos los edificios de la administración con los más ineptos funcionarios dentro, pero desafortunadamente, los verdaderos culpables alcanzaron a tomar sus bártulos para huir al extranjero con el capital hurtado de la administración y que desde el principio estaba destinado a terminar con el hueco.

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