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Columnistas  |  04 junio de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Agostino Abate Pbro.

La vejez sin edadismos

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Agostino Abate Pbro.

Enfrentar el problema de la vejez, significa antes que nada tener bien presente el dicho que, de la vejez, podría hablar solamente quien conoce algo de ella, pero a saber verdaderamente de ella puede ser únicamente aquel que la vive en su propia persona. Diversamente quien habla de la vejez hablará con la disposición mental de uno que es más joven, y para él la vejez no será de manera absoluta una atapa etárea definida e importante como las demás etapas, pues nadie desconoce la secreta hostilidad que la vida en desarrollo opone a la vida que declina.  

A menudo la vejez como se vivía en el pasado se la contrapone a la vejez como se vive actualmente. La del pasado se la asocia casi siempre a un imaginario hecho de ancianos sabios, líderes en su familia y en la comunidad donde pertenecían, respetados por las generaciones más jóvenes, asistidos y acogidos en la familia de sus hijos en el caso de vivir en la soledad o en la invalidez.   

Es posible que así fueran las cosas en el pasado, sin embargo, podría ser una imagen idealizada. Una cosa es cierta, la imagen y la percepción de la vejez de ahora es totalmente distinta. En la actualidad el lugar de los viejos en la comunidad ya no es tan evidente, también porque son los jóvenes que ahora asignan a los viejos el lugar, las condiciones sociales, y el rol según los sistemas dominantes en la sociedad. Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que la sociedad únicamente podrá integrar a si misma a los viejos cuando aprenderá a vivir junto a ellos en lugar de vivir a lado de ellos.  

Sin embargo, es necesario puntualizar que la edad cronológica avanzada conlleva muchos problemas típicos de la vejez que las jóvenes generaciones siempre verán extraña y alejada de su propia vida y de su propio imaginario, porque generalmente con el termino viejo o anciano se indican tantas personas individuales con un valor único, como si tuvieran un vivido único y una personalidad única.  

Es un error la creencia que indica la vejez como un período de años tranquilos, una edad de oro. El envejecimiento es un proceso, es un movimiento, es una dinámica y como toda dinámica tiene el alternarse de altibajos, de porvenir y de pasado, de subidas y bajadas.  

La vejez con sus transformaciones físicas, sociales y psicológicas que la caracterizan, comporta un sobrevenir de eventos críticos extremadamente significativos también para el sistema familiar. Es por lo tanto una fase de cambio en la cual pueden acaecer muchos eventos reveladores que acarrean la restructuración de toda la vida de la persona y de sus relaciones. 

Hay algo que le ayuda a la persona anciana a aceptar mejor la propia condición de vida y adaptación a ella, es la dimensión espiritual, porque ésta le puede significar el encontrar más sentido a la propia experiencia en un proceso de crecimiento y desarrollo integral. Le significa la búsqueda de un sentido a la vida y de una explicación a los acontecimientos de lo cotidiano que podríamos llamar significados “temporales” pero que ayudan a encontrar el significado último.  

Por eso la vejez puede manifestarse como un período de vida caracterizado por un acentuado interés religioso. De una fe que representa el punto de llegada de la espiritualidad de una persona. El adulto mayor tiene una historia personal de victorias, de derrotas, de pérdidas. A lo largo de los años ha conocido mejor los seres humanos y la realidad. Libre de compromisos ineludibles tiene el tiempo para pensar, reflexionar, recordar, orar.  

Paradójicamente, cuanto más se enfrentan las “perdidas necesarias” tanto más existe apertura al ejercicio de un poder habilitante bien sea interior que exterior. El ego se aleja gradualmente desde una actitud de poder competitivo y de dominio. Los viejos han debido enfrentarse a muchos momentos difíciles de la vida y, pasando por estos momentos difíciles, posiblemente habrán llegado a una espiritualidad más profunda y más vivida en el descubrimiento de lo que es perennemente cierto, seguro, más allá de lo temporal. Y podrán demostrar con acierto, por su propia experiencia, que nadie nace para ser perfecto, sino que todos nacen para ser felices. 

Es este el cuadro de la sabiduría proverbial que tradicionalmente se acredita a la edad anciana o mejor se puede decir es conquista de la edad anciana. Se percibe una fe que logra mantener la alegría también en las pérdidas que acompañan inevitablemente esta etapa de la vida: perdida del trabajo y del rol social, perdidas económicas, declino de la salud y lutos.  

La edad adulta parece tener las características de una visión cristiana porque la incertidumbre del futuro y por lo tanto la necesidad de la esperanza, la aceptación de los propios límites, el prepararse a dejar lo que se pretendía poseer, todo esto vivido serenamente, no es algo nuevo sino una realidad de la cual ya estaba permeada su vida espiritual. 

La vida a todas las edades está llena también de momentos de alegría. Por ejemplo, es en la alegría de la relación con el niño que el viejo puede leer el misterio del don de la vida y descubrir el hilo ininterrumpido que liga las generaciones. 

Los niños, de hecho, todavía no están injertados en la espiral productiva de necesidades-consumos que impide escuchar al viejo. Los niños son los pocos con capacidad de escuchar a las personas ancianas, de oír sus voces más profundas, las que los adultos, demasiado ocupados, no saben escuchar. Porque el anciano cuando habla, cuando narra cuentos de hadas a los niños, indica siempre una meta, un mundo secreto, una posibilidad de buscar algo nuevo. En sus palabras no es el pasado que reluce sino la posibilidad de un modo nuevo de vivir el futuro. El camino de la vejez nunca se da hacia el olvido, como lo quisieran las leyes del tempo, sino hacia la memoria que no evoca simplemente el pasado, sino, para quien sabe escuchar, el futuro.  

Y hablando de vejez nunca habría que hablar de la edad cronológica porque fácilmente en estos temas se puede caer en el edadismo, mientras cualquier edad es etariamente perfecta en sí. Hipócrates decía que el alma humana se desarrolla hasta el momento de la muerte. Y don Quijote afirmaba que hasta la muerte todo es vida. Comparto.  

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