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Armenia  |  23 agosto de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Armenia: ¿atrapada y sin salida?

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Por EDDIE POLANÍA R

La política debe buscar fórmulas para sacar a Armenia del colapso, pues no se pretenderá ―ahora― que sobre el mismo eje corrupción-clientelismo la ciudad continué como si nada. Se hundirá más si en un acto de inteligencia, de ética pública y de compromiso ciudadano no se supera el infecto modelo bajo cuyas estratagemas se gobernó la capital durante las últimas tres décadas.

Los replanteamientos y soluciones que requiere la ciudad hay que buscarlas en el campo del pensamiento alternativo (lejos de la lógica politiquera, de la racionalidad clientelista, del interés estrictamente grupista). En el ámbito de las soluciones críticas y liberadoras donde el concepto de ciudad signifique algo más que un botín; donde el concepto de poder se aproxime a capacidad de transformación y de cambio; y el concepto de bien común se nutra de los elementos y principios que le otorgan sentido y plenitud a la ciudad y a la vida ciudadana.

Armenia no puede seguir siendo una ciudad atrapada y sin salida. Sin historia ―atollada, estancada, atrofiada― atrapada en estructuras estacionarias al margen de cualquier asomo de evolución, todo porque a la dirigencia más allá de su “cuarto de hora”, el devenir, los procesos, las dinámicas, y cuanto implique cambio y novedad, ni les va ni les viene. El Nobel Prigogine dice: “El tiempo es nuestra dimensión existencial fundamental. Es la base de la creatividad de los artistas, los filósofos y los científicos”. Y de los gobernantes debiera agregarse, también. En el contexto de nuestra cultura política pareciera que el tiempo ni fluye, ni importa perderlo inmisericordemente. Y en la misma lógica si da lo mismo ayer que hoy, ¿qué importa el mañana, el futuro? Y por lo mismo, ¿qué importa la ciudad, el ciudadano, la institución, la institucionalidad?

No llegamos al borde del precipicio traídos a la brava ni halados con narigueras. Si bien pudieron habernos enredado al comienzo, como suele suceder en las tramas de terror entre el maligno y los incautos, al final toleramos el ardid. La sociedad lo acepto, se nutrió de él y comulgó con sus reglas. Con el apoyo de los medios, de la prensa, de los líderes y del inmovilismo intelectual, el “carrielismo” se convirtió en la sustancia nutricia sobre la que se cimentó la vida política, económica, social y cultural de Armenia y del Quindío.

Pero las mentiras políticas son deleznables, se descubren sin dificultad cada que las palabras críticas interrogan la realidad para ver cómo vive la gente, qué tan feliz se siente y cómo gobiernan los gobernantes. Por años Armenia ocultó sus verdades a sabiendas de que cualquier día todo se derrumbaría, como cualquier castillo de naipes. Se intentó soslayar la indignidad con subterfugios y sofismas, igual que las mentes candorosas pretenden tapar el sol con las manos. Pero en la realidad somos una sociedad de ingenuos, creídos de que estamos destinados para la grandeza sin mayores esfuerzos, y sin la debida conciencia de aceptar nuestras culpas y debilidades. El colapso como el terremoto del 99 descubrió las entrañas de Armenia dejando a la vista los culpables y cuan profundo y demoledor fue el daño causado. Lo menos que se puede hacer ahora ―en una actitud ética y políticamente consecuente con la ciudad y con los trescientos mil ciudadanos que la habitan― es propiciar las condiciones para que Armenia recupere la dignidad, cambie de espíritu y de rostro, y salga del atolladero mediante soluciones de consenso que la encaucen por los caminos que transitan las ciudades modernas.

En las actuales condiciones la gran responsabilidad de la política, de la élite y los partidos y grupos y facciones, es la de resarcir la capital, no acabarla de hundir reclamando lo poco que queda del saqueo. La obligación es ayudarla a salir a flote. Ponerla en la ruta por donde marchan las llamadas Ciudades del Siglo XXI, o ciudades inteligentes o eficientes o ciudades sostenibles, capaces de generar estructuras de gobernanza a fin de asumir colectivamente ―como siempre debió haber sido― sus responsabilidades.

Hablando de resarcimiento y de responsabilidades, ¿qué tan difícil, bajo los anteriores supuestos, resultaría, políticamente hablando, permitirle al Alcalde encargado consolidar el modelo de gerencia social bajo el cual trata de reconstruir la institucionalidad y devolverle la confianza? ¿Después de treinta años de haber sido maltratada, saqueada, violada y vilipendiada no merece la ciudad un gesto de benevolencia? Álvaro Arias Young no requiere presentaciones, y está obteniendo excelentes resultados administrativos sobre la base de replanteamientos institucionales, de aplicaciones gerenciales innovadoras, y de propiciar la emergencia de dinámicas alejadas del clientelismo, bajo la intención devolverle a nuestra capital la buena imagen y los muchos años perdidos.

En la civilización occidental la política surgió como la alternativa para superar los Estados despóticos de Oriente. Y la democracia con todas sus imperfecciones sigue siendo el modelo de gobierno de la mayor parte de los 195 Estados reconocidos en el mundo. ¿No le cabe a Armenia aspirar a que desde la política se asuma la posición civilizada de ayudarle a construir una salida a la crisis en que se hunde?

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