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Columnistas  |  09 diciembre de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

Desentrañismos

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

Apago la lámpara. Aprendo a escuchar la lluvia. Me lanzo a la hondura de mí ser y navego la noche líquida entre música resplandeciente, hasta que el amanecer me trae a la pesadilla del mundo tenebroso en que vivimos.

Embebecimientos intelectuales que atiborran la existencia de rodeos y fragilidades sin sentido alguno.

El aire de los zancudos se aferra a noches de desvelos.

Cambio mis defectos por manzanas podridas.

Los “yoes” son mundos análogos de nuestra propia nada.

Ser contradictorios, vibrar el arte de pensar bien sin ninguna lógica.

¿Para qué caer en la tentación de creer en Dios?

Proveernos de quimeras, desparpajos, intuiciones y gravedades para alcanzar el pináculo, donde se masturba el alma.

Frases de cajón que en sí son cajón con dimensiones insoslayables.

Ciertas indiferencias enlodadas en asesinatos.

Para el pesimista los golpes de la adversidad son matemática única, porque su vida es resta en su máxima potencia.

El desagradecido es la vena várices del olvido.

Las religiones cometen dolo contra la ingenuidad.

Nunca es más importante el silencio que cuando se escucha al estúpido.

Las mujeres feas tienen derecho a ser inteligentes.

Mujer estudiosa y bonita se gana el 3% de una beca para ir a misa.

Ser de verdad idiota y no amar.

Si fuéramos críticos ante nosotros mismos, jamás saldríamos debajo de las cobijas.

La mujer nunca miente cuando dice adiós para siempre.

Discurso vacío en la mirada del muerto.

Si tu felicidad depende de otro no mereces ser feliz.

En ocasiones el matrimonio es el ojo de una aguja gótica por donde el amor no consigue pasar, porque se ha convertido en hebra barroca.

La espina se toca con el pétalo de una rosa. El mismo que utilizó el cornudo contra la infidelidad de su amada…

Ladrido extraño, es un perro sin cabeza sin cuerpo, sin amo que guie su sombra.

Jamás trepanar el deseo carnal. Por el contrario, auspiciarlo y convertirlo en relieve del cerebro casto.

Ante el cuento de un vocablo sacar el tiempo suficiente para leerlo.

El hombre feliz es efecto secundario de la felicidad auténtica, aquella que nunca tiene causa alguna.

Quien mejor llama pan al pan es la esposa del panadero.

Óvulos, espermatozoides de jolgorio en tabernas de la sangre, por no pertenecer a este mundo de homo sapiens, donde en tiempos próximos se va a desarrollar la última guerra mundial.

El canto del gallo, la musicalidad de la lluvia, el acontecer de lo más embrionario fusiona el uno con el todo.

El mentiroso es respiro de la mentira.

Es inmoral no robar un buen libro.

El eslabón perdido de la moral es el hombre probo.

El corrupto se extasía mientras viaja por toboganes de la codicia.

Hay libros tan pésimos que su precio insignificante es lo más transcendental, de la literatura de estos libros.

¿Qué podría sucederle al narcisismo si todos los espejos del mundo llegasen a desaparecer?

El pedante al caminar siente que vence la ley de gravedad.

Un mundo paralelo donde “YO” no exista.

Regresa, un mundo sin vacío alguno te espera.

Regocijarnos con el tercer silencio.

Apagar el bombillo, palparnos y darnos cuenta que aún existimos.

Jesucristo también repartió sombras de pan ante la prominente luz de su Dios.

Fanáticos que creen en Dios, con el único fin de hacer prevalecer en ellos su narcisismo espiritual.

Demagogos de la nada con certezas filosóficas, como las que deduce la elocuencia del loro

Sarcasmos que ponen de punta los pelos que perdió el calvo.

La avidez del ambicioso sobrepasa la velocidad de la luz.

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