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La Cosecha  |  06 febrero de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Antes y después, pero…

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Por L.G. Arango B.

El departamento del Quindío, creado como entidad autónoma en el año de 1966, tuvo con el terremoto del 25 de enero del año 1999, un golpe que lo sacudió en todas sus estructuras. Cuando el territorio hacía parte del departamento de Caldas tuvo su esplendor urbanístico y social, lo que le valió que el poeta Guillermo Valencia, llamara a la capital como La Ciudad Milagro.

Esa denominación la adquirió porque con escasos cuarenta año de fundada ya era sede de los ferrocarriles más importantes de la nación, como quiera que las líneas a Buenaventura y a Manizales, estaban funcionando y la vía al Tolima se estaba diseñando y construyendo. El territorio era un emporio industrial con fábricas de gaseosas de marca Posada Tobón; con fábricas de jabón, de herramientas y de maquinaria cafetera y panelera como lo era la de Vicente Giraldo- Vigig-; una fábrica de harina de maíz – Maicena-; una finca productora de malta para la fabricación de cerveza; numerosas haciendas productoras de panela y por consiguiente de alcohol; una próspera industria procesadora de cueros o curtimbres; una eficiente empresa procesadora de lácteos y sobre todo una poderosa fuente de trabajo femenino con numerosas trilladoras de café. Las carreteras asfaltadas eran la vía de llegada del progreso, de la inversión y del capital. Pero… llegó la época negra y turbia de la violencia o de la recesión o de la salida de los empresarios en busca de mejores mercados o de mejores condiciones para producir, tal vez porque carecíamos de recursos energéticos a pesar de tener una empresa generadora de energía eléctrica propia, nuestra. Era una situación de igualdad entre Manizales, Pereira y Armenia.

Hubo la desmembración del Viejo Caldas. Cada cual tomó su rumbo y hubo competencia. El Quindío se empeñó en dos actividades: sembrar café y construir vías a todos los sectores de la comarca. Convertimos las otrora fincas o trapiches paneleros en cafetales en La Tebaida, Montenegro y Quimbaya y llegamos a estar en el quinto lugar en volumen y en productividad cafetera, pero… llegó la destorcida con la finalización del Pacto Mundial Cafetero, con precios por el suelo y para acabar de completar con la llegada de la roya o del minador o del gusano medidor, cuando no era la llaga macana o la muerte descendente. Habíamos puesto todas nuestras monedas en una sola alcancía cafetera y habíamos dejado ir las industrias, pero… hubo un cerebro que propuso que empleáramos esas grandes fincas montañeras y nuestra tradicional simpatía, para generar divisas y traer turistas. Aprovechó el hombre sus palancas y buenas relaciones y se montó el Parque del Café y empezaron a llegar buses repleto de turistas con ganas de conocer las atracciones del parque, de disfrutar de la calidad culinaria y de los buenos modales de la gente, hospitalaria y servicial, pero…

Íbamos nadando y empujando la maleta, cuando las ganas de aventura, propia de la generación quindiana, empezó a llevarse las mejores manos a trabajar a Estados Unidos, a España, a Japón y a otros lares como Venezuela o Chile. Empezó entonces a llegar el billete verde y las antes ciudades pequeñitas se llenaron de casas de cambio y a hablarse dólares o de pesetas o de yenes. Hubo barrios enteros que se pintaron sus fachadas o se adecuaron sus habitaciones de acuerdo con los envíos desde el exterior, pero… no hubo un liderazgo que nos moviera al pasado. No hubo un líder que nos dijera que la bonanza había que invertirla y que el dinero ganado con sudor y lágrimas en el exterior había que manejarse con prudencia, con sabiduría, con inteligencia y preciso: nos llegó la sacudida del 25 enero de 1999 a las 1 y 19 minuto de la tarde.

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