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Columnistas  |  14 febrero de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Christian Ríos M.

Transición de la guerra moderna a la posmoderna

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Christian Ríos M.

Retomando un poco la lectura académica, y a la luz de los nuevos escenarios globales de conflictividad, tuve la oportunidad de leer hace poco un libro llamado: “Guerra Civil Posmoderna” escrita por el Doctor en Filosofía de la Universidad de Antioquia Jorge Giraldo Ramírez. Con el permiso del Doctor Giraldo, quiero compartirles un poco de lo que pude analizar de esta enriquecedora lectura y que nos dará una visión de lo que ha sido el desarrollo evolutivo de las guerras contemporáneas.

El autor propone en su libro, un análisis exhaustivo sobre las guerras civiles contemporáneas y se enfoca en recuperar la condición de guerra civil como un concepto de larga trayectoria, el cual, nace del pensamiento antiguo occidental y continúa la línea argumentativa de Carl Schmitt, al punto de evaluar y analizar los diversos términos, pudiendo establecer una hipótesis de los elementos renovados frente al pensamiento político y moral de las guerras contemporáneas.

Para el autor, Schmitt es su referente argumentativo, y pone por delante aquel ambiguo concepto de que en la guerra se etiquetan buenos-malos, o amigo-enemigo. Para superar este impase de antagónicos actores, Giraldo expone desde la visión de Schmitt, plantear una concepción de neutralidad en la guerra y que es importante observar aquellos actores que están etiquetados como enemigos como una contraparte justa, es decir, que son grupos o individuos con ideas, pensamientos o concepciones con distintos intereses, pero desde el bien y no desde el mal. Ver al enemigo como la diferencia ética (Hegel) y no como la encarnación propia del mal.

La brecha que Schmitt designó como posmodernidad política, se basó en el hecho de que el concepto y desarrollo moderno, donde los atributos estaban vinculados a la exclusividad suprema de la violencia y la fuerza, se encontraba en un declive que llevaría al fin de la época de los Estados, la cual y según su concepto, está ligado a la discusión sobre la guerra, pertinencia que se justifica en la noción de la teoría Partisana y en consecuencia de tres tendencias: fracaso del Estado, reducción de la lealtad y expectativa de obediencia ciudadana, y el Estado como actor real.

De acuerdo a lo anterior, el Estado ha perdido no solo el monopolio de la fuerza legítima, si no los monopolios de la interpretación del juicio y de la decisión, incluso, pierde el monopolio de lo político, donde los partidos revolucionarios, frente a éste, han adquirido la capacidad de establecer líneas demarcatorias de amigo/enemigo dentro de una sociedad delimitada territorialmente, que incluso logran nuevas configuraciones globales, borrando de esta manera las fronteras y límites del espacio vital.

Se plantea una gran inflexión entre la teoría de Schmitt de la política con respecto al concepto de Clausewitz, donde “el Estado es la unidad política, y por tanto sujeto exclusivo de la guerra”, el elemento crítico de lo anterior, se centra en que el pensamiento se limitaba políticamente a tener solo un actor: “el Ejercito del Estado”, en términos más claros, la violencia organizada solo debería ser llamada “guerra” si fuera librada por el estado, para sus interés y protección. Ahora bien, en la posmodernidad, este concepto de abdicación, lo presenta sin condición de monopolizador efectivo, y esta posición no solo se sobrepone en los estados imperfectos de los países en desarrollo, sino también en los más fuertes, estables y eficaces, que han perdido el monopolio absoluto de la fuerza coercitiva.

Las distinciones modernas fundamentales de la política y el estado se traducen en la perdida de carácter y la fuerza de su esencia de diferenciación que correspondan al territorio (interior/exterior), el gobierno (publico/privado) y el derecho (legal/ilegal), el trance de la estatalidad presenta la depresión de esas bases. Ésta pérdida por el respeto a los límites, permiten el avance de una guerra intrasocial a una trasnacional.

El autor desarrolla también el concepto de guerras justas y las definiciones de Rawls que dan su respectiva validación, ante esta teoría de justicia procede al derecho de gentes. Y es el mismo derecho de gentes que termina abordando Kant para plantear el veto a la revolución, y que acaba dándole gran importancia al derecho público, siendo este el determinante de buena convivencia en una comunidad y que concluye concibiendo a las personas como participes del derecho; siendo la revolución una forma del hombre para “involucionar”, ya que lleva a éste de nuevo a su estado de primitiva naturaleza, volviendo al ser humano agresivo y hostil.

Kant determina la política y la moral como dos aspectos que van de la mano y que en ultimas terminan frustrando la mala conducta para buscar un fin.

La argumentación general planteada por el autor, reacciona a un pensamiento sobre el desarrollo implicado de la transición de la guerra moderna a la posmoderna, en una forma de retorno a los procesos de guerra justa de las sociedades tradicionales.

 

 

 

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