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Columnistas  |  23 febrero de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Las empanadas de mi mamá

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Aldemar Giraldo

Sin ninguna verguenza expreso que fui criado con empanadas y cocadas que mi madre elaboraba en casa y mi hermano vendía en la calle, es decir, en lo que ustedes llaman espacio público. Afortunadamente, el código de policía no existía o era diferente en esa época; de lo contrario, no estaría contando el cuento en esta columna; me imagino que estaría haciendo mandados, lavando piso o tirándomelas de vivo para sobrevivir; mi creatividad se habría incrementado al extremo para servir de lazarillo, "tumbar" a los vecinos o vivir a costa de los menos avispados.

Durante la cosecha de aguacates, sacaba un costalado que me entregaba mi padre; lo colocaba frente a mi casa y empezaba a gritar como ternero hambriento; no sé si mis coterráneos los compraban por compasión o por descansar de la algarabía en la esquina de la Calle Real; de todas maneras, estorbaba en la acera de la calle séptima, al lado de los compradores de sombreros que explotaban a las tejedoras. Imposible para mí decir quién era más pecador, los sombrereros o este humilde vendedor de fruta en la calle pública.

Sin este atajo, la historia de diez hermanos sería un recorrido incierto, perpetuando, quizá, la informalidad que señala y castiga la sociedad urbana, contemporánea o, tal vez, irrumpiendo en abismos insondables desde donde es imposible volver a salir. Como decían los antiguos, ¡para qué vientos si uno no sabe para dónde va¡. No creo en la suerte que siempre nos acompaña ni el empujón que se aparece milagrosamente.

Mi historia no es un lamento; es una protesta por los atropellos cometidos contra aquellas personas que convierten el espacio público en un templo donde nace la vida diariamente, en donde se fraguan sueños y esperanzas, en donde la más mínima cantidad se multiplica milagrosamente, en donde muchos padres "fabrican" artesanos, profesionales y hasta políticos; un espacio público que es fuente de vida, mejora y alegría.

Terrible la persecución de los venteros de la calle en un país sin futuro y sin oportunidades; un país en donde predomina la informalidad y la lucha por el diario vivir; según la OIT, la informalidad laboral en Colombia es la más alta del mundo (61.3%), uno de los principales problemas que aquejan a la economía colombiana y que disminuye ostensiblemente su productividad. Muy raro que la ocupación del espacio público, por parte del mercado informal, ocasione tantos problemas a las urbes; que sea necesario decomisarles las mercancías o los bártulos de donde depende su subsistencia; que sea indispensable encerralos o impedirles el desplazamiento por la ciudad, mientras a los poderosos que se apropian verdaderamente del espacio público se les llama comerciantes emprendedores o verdaderos promotores turísticos, así se apropien de las playas, de las lagunas y los ríos; de los monumentos históricos, de las vías de acceso a sitios turísticos, de las instalaciones deportivas, etc.

Hoy, la multa es por comprar una empanada o un chontaduro en la calle; por preguntar a un policía si le gustan las golosinas. Mañana, tendrán la culpa los que venden buñuelos o natilla; después, los churros, el pandequeso, las tostadas y, lo más grave, la fritanga de doña Rubiela. En vez de meternos tanto con Venezuela, ¿no será mejor pensar en los problemas graves que nos aquejan? A nuestro presidente le interesa más lo que le pasa a Maduro que la informalidad que nos agobia. Ya no le queda tiempo para pensar en la Ley estatutaria de la JEP ni en los Acuerdos de Paz; èl ya sabe que estos temas no levantan el ìndice de popularidad. Como decìa mi abuela: " Què bonita se ve la gente cuando no se mete en lo que no le importa".


 

ADENDA:

Debe recordarse que el espacio pùblico no se limita a los bienes de uso público (calles, plazas, puentes, caminos, rìos y lagos), señalados en la Ley 9°, Artículo 5, sino que extiende el alcance del concepto a todos aquellos bienes inmuebles públicos, que al ser afectados al interés general, en virtud de la Constitución o la Ley, están destinados a la utilización colectiva; en otras palabras, lo que caracteriza a los bienes que integran el espacio público, es su afectación al interés general y su destinación al uso directo o indirecto en favor de la colectividad, razón por la cual no pueden formar parte de esta categoría, aquellos bienes que son objeto de dominio privado de conformidad con lo establecido por la ley, ni aquellos que son del pleno dominio fiscal de los entes públicos (bienes "privados" del Estado).


 


 

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