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Columnistas  |  18 marzo de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Manuel Gómez Sabogal

La soledad de un joven

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Manuel Gómez Sabogal

Mi última semana de hospitalizacion, luego de salir de cirugía, fue en una habitación compartida con un joven de unos 20 años de edad. Tenía un aneurisma y lo iban a operar.

Al llegar, lo saludé y le pregunte su nombre. Ese primer día, mi hijo estaba conmigo. Yo no podia hacer cosa alguna por mi cuenta. Mi hijo estaba a cargo. Me llevaba, me traía, me acompañaba al baño, me secaba. Estaba al tanto.

Ese joven se encontraba solo. Nadie lo visitaba o acompañaba. Mi hijo me asistía en todo y este muchacho veía lo que pasaba entre mi hijo y yo. Sin embargo, en una salida de mi hijo a almorzar, le pregunté por la familia. Solo atinó a contestarme:

Yo no haría con mi papa lo que hace su hijo. Se ve que lo quiere mucho

¿Y tu papá?

No merece nada. Es un mal padre

Con esas palabras, me quedé en silencio total. No sabia qué ni cómo decirle algo. Me cerró todas las posibilidades. Sin embargo le dije:

Uno como padre comete muchos errores. Mi hijo lo sabe

Sí, puede ser. Pero el mío es diferente. Es un mal padre y no quiero hablar de él.

Otra vez me dejó en silenció.

Cuando mi hijo regresó, escuchó algo y se fue donde este joven. Tenía en su celular un juego que los dos conocían y empezaron a conversar, a jugar. Eso me alegró demasiado. Al menos tenia con quién compartir.

En la noche, podíamos tener compañia y además, la clínica veía necesario el que los pacientes del piso donde estábamos, tuviésemos a alguien que estuvises pendiente de los pacientes. Cada noche, yo tenia compañía, pero como cosa curiosa, nadie se quedaba con el joven. Le ofrecimos nuestro apoyo y colaboración para cuando lo requiriera.

Al darme salida, él quedó allí. Nos despedimos, pero regresé a casa con la tristeza de no haberle tomado su número telefónico, pues estaba dispuesto a conversar con él cuando quisiera.

Días después, volvimos a un control relacionado con la operación. Estando allí, en la consulta, se asomó un joven e inmediatamente lo reconocí. Lo abracé y le pedí su número. Le pregunté lo relacionado con su operación y su respuesta fue buena. Le fue bien y ya tenia salida. Me alegré enormemente y le inquirí por su familia. Estaba haciendo todo solo, pues nadie lo quiso acompañar.

Al regreso de la clínica, me preguntaba sobre cuántos jóvenes están inmersos en la soledad y cuántos sienten lo que ese joven.

Me duelen todavía sus palabras, pero verlo tan solo durante esos días y noches, sin acompañamiento de su familia, me produce escalofrío.

No abandonemos los jóvenes a que vivan en soledad. Los lleva a la desesperación y en este caso, al rencor con sus padres. Los jóvenes merecen mucho afecto.

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