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Columnistas  |  21 marzo de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

El monopolio que nos hace comprar

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Aldemar Giraldo

Antes de escribir algo, confieso que la tecnología me embiste mucho; me visitó cuando ya era mayor y me resistía a adoptarla por la incertidumbre que me producía. Bien recuerdo que a las secretarias que habían abandonado la máquina de escribir eléctrica, para asumir el computador, se les llamaba digitadoras y estaban en un pedestal, pues sabían de memoria los códigos para poner tildes, para corregir, para escribir mayúsculas, para cambiar tipos, para espaciar y otros perendengues mecano dactilográficos en el procesador; esos aparatos eran pesados, con coloración ámbar, raros y caros.

Lógicamente, no me tocó la generación Zuse Z1 de 1938; me acerqué al PC (computador personal) o segunda generación de computadoras de escritorio, incorporadas al mercado a partir de 1977; como era tecnología de punta, los usuarios teníamos que hacer curso para poder manejarla y mi terquedad me lo impidió; todavía tengo en la memoria la satisfacción de mis colegas cuando exhibían el certificado que los acreditaba como capacitados para digitar y “cacharriar”.

La salvación de los cuchos y neófitos fue la aparición de la primera versión popular de Windows (Windows 3.0); ya podíamos guiarnos por el tutor y tirarnos por las ventanas; prácticamente, el aparato nos llevaba de la mano y nos invitaba a garrapatear, a regresar, a grabar, a pintar y, muchas veces, a meter la pata, como hacer desaparecer un texto de diez páginas a las dos de la mañana sin volverlo a encontrar jamás.

Mi alegría fue la aparición de la variedad cromática en la pantalla y mi bordón, ese ratón juguetón que hizo desaparecer muchos sufrimientos en las trasnochadas. Un día cualquiera, la cosa se agrandó con internet y con la creación de buscadores de la Web, entre ellos, Webcrawler, Lycos, Yahoo, AltaVista y Google, en 1997. Había nacido, así, la globalización de la información, la popularización de la ciencia y la circulación del chisme y la basura. Todos saben todo y saben de todo Nos venden, desde manuscritos de Einstein hasta la más sugerente pornografía.

La información no es gratuita, tiene un costo económico, ético y moral. Para Google es más importante vender calzoncillos Calvin Klein o carros eléctricos que socializar una versión digital de La Ilíada o, si nos lo permite, tenemos que inscribirnos en cuanto “concurso” se idee o aceptar un discurso eterno de comerciales baladíes. La cosa no es sencilla, Google se lleva en los cachos a todo aquello que considere competencia y, en ese afán comercial espantoso, desplaza a profesionales y técnicos de todo el mundo. Nos hace creer que nos está regalando información, mientras nos vuelve adictos a sus necesidades e intenciones.

Para muestra un botón, La Unión Europea ha multado a Google con US$1.696 millones (1.490 millones de euros) por incumplir normas comunitarias antimonopolio, debido a que impuso "cláusulas restrictivas" en contratos con páginas web de terceros que impidieron a sus rivales emplazar en ellas sus propios anuncios relacionados con búsquedas, como quien dice, todo para mí, nada para los otros; impone restricciones contractuales anticompetitivas en páginas web de terceros; en palabras de la Comisaria europea de Competencia: “por el uso indebido ilegal de su posición dominante en el mercado de la intermediación de anuncios de búsqueda en línea". Pero, no es la primera vez, ya ha sucedido tres veces; los usuarios lo ignoramos y hasta lo llamamos “San Google”, dizque porque todo está allí, si no se encuentra en Google, no existe, como en los programas de chisme de farándula.

Qué tristeza ver cómo el libro sufre los embates del comercio virtual y los libreros se convierten en limpiadores de telarañas; el mundo del click nos está transformando en consumidores adictos a mercancías de moda on line y, en la mayoría de las veces, en esclavos del email.

Dirán que soy pesimista, pero como están las cosas, seremos eternos esclavos de tres gigantes: Amazon, Google y Apple. No menciono a Facebook, porque me fusilan los dependientes de “carelibro”. Como decía mi abuela:” Nadie se puede evadir de lo que está por venir”.

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