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Columnistas  |  25 marzo de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Juan David García Ramírez

¿Cómo derrotar al terrorismo?

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Juan David García Ramírez

¿Qué es el terrorismo y cómo entenderlo? ¿Es posible derrotarlo? Estas y muchas más preguntas son recurrentes entre los gobernantes, los servicios de inteligencia y los ciudadanos, especialmente los de sociedades democráticas, aquellas que con mayor crueldad han padecido este cáncer.

Estudiosos del fenómeno terrorista, como los españoles Pedro Rivas Nieto (Terrorismo y Antiterrorismo en el Mundo Contemporáneo) y Fernando Reinares (ETA: Patriotas de la Muerte), han alcanzado un nivel de profundidad tal en la definición y descripción del terrorismo y los terroristas, que podríamos llegar a una comprensión más que sensata de esta realidad, y dar una lección a los tímidos y desprevenidos apaciguadores, sin que perdamos de vista a sus promotores y legitimadores, que durante decenios han insistido en presentar al terrorismo como “la guerra de los pobres”, para dar sentido al sinsentido de explotar trenes y aviones con bombas humanas, o lanzar furgonetas contra los transeúntes en la Rambla de Barcelona, tirotear a los pasajeros del tranvía en Utrecht, o abrir fuego contra los asistentes a las mezquitas de Al Noor y Linwood, en Nueva Zelanda.

Aunque todos los terroristas persiguen objetivos e intereses muy diversos, su origen es el mismo: la frustración por no hallar espacio en la sociedad libre y abierta, que cierra las puertas a sus ambiciones totalitarias. Pero, además, comparten una característica fundamental: los terroristas son exclusivos, constituyen siempre una minoría. Estado Islámico no representa a la mayoría del mundo musulmán, y ETA no fue ni será jamás el portaestandarte de la voluntad política de los vascos, por más que algunos partidos y movimientos que le secundan (como Sortu, Bildu o Podemos) intenten hacerse un lugar en la democracia española y generar su implosión.

Sin embargo, estas organizaciones están consiguiendo a cabalidad su cometido principal: propiciar un entorno de miedo generalizado en la gente, de impotencia y de parálisis institucional ante sus acciones. Allí reside el éxito del terrorismo, que ha puesto en aprietos a Occidente y, en general, a todos los estados democráticos. ¿Cómo perseguir a un enemigo difuso pero potente, que emplea todos los medios del mundo libre para proyectar su odio contra lo que este significa? ¿Son suficientes las medidas que han implementado los estados en la lucha antiterrorista? Los llamados a implementar mayores restricciones al porte y uso de armas en el espacio público, como lo hizo esta semana la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, solo servirán para desarmar a los civiles e incrementar su impotencia ante los enemigos de la sociedad abierta. La evidencia general sobre las leyes promotoras del desarme, es que los hechos de violencia con armas se multiplican allí donde el ciudadano común no tiene una pistola y, en cambio, los criminales las poseen todas.

Desde luego que es posible derrotar el terrorismo, pero la táctica más efectiva consiste en suprimir todo incentivo a sus pretensiones, en no ceder ni negociar lo innegociable, y en situarse del lado de la sociedad, sin lugar a equidistancias dictadas por la corrección política. Esto implica que deba dejar de considerarse a las organizaciones terroristas como interlocutores válidos, como si se tratara de partidos políticos o iniciativas ciudadanas de pleno derecho. Si los estados democráticos y las sociedades libres actúan de esta manera, estarán cayendo en su trampa tenebrosa, sería como poner en duda la legitimidad de nuestras instituciones y la importancia de nuestros derechos y libertades.

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