• JUEVES,  25 ABRIL DE 2024

Cultura  |  08 abril de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Crónica: Los helados de Sofi

6 Comentarios

Los helados de Sofi

Autor/Jorge Orrego.

Varias veces me ocurrió que cuando trataba de explicar a alguien dónde quedaba mi casa, las personas me decían:

-¿Ahhh enseguida de Sofi? La señora que vende los helados más ricos de Armenia.

Funcionaba tan bien la referencia que yo mismo la adopté y de entrada decía que vivía enseguida de doña Sofía, la de los helados más ricos de Armenia.
Tal vez muy pocos llegaron a verla de cuerpo entero. Apenas una mano que salía discretamente por el postigo, ofreciendo a los clientes un plato con deliciosos helados de variados sabores.

Quien esforzara un poco la vista podía apreciar su rostro en la penumbra de la habitación desde donde atendía. Sus facciones delicadas, sus cejas que parecían delicados trazos de un refinado artista. Su piel cetrina.
Era una persona de pocas palabras, un tanto huraña. Con el pasar de los años llegó a hacer una bella amistad con mi madre.

Conversaban por el interior de las casas. Mientras mi madre lavaba ropa en la terraza, Sofía pelaba cocos con un machete, sobre una tabla. De tanto en tanto nos ofrecía un pedazo de coco, o de otras frutas, para matizar la charla. Por la terraza ella era simpática. Se reía y preguntaba a mi madre por cada uno de nosotros.

Éramos siete, dispuestos en escalitas de años, en un rango que iba desde los pocos meses hasta los 16 años. Siendo mi única hermana, la mayor de todos. Mientras nuestra casa era ruidosa, colmada por la algarabía de los niños, la casa de Sofí era silenciosa.

Sofí vivía allí con Angelino, su esposo. Aunque vivía, es un decir. Don Angelino salía un buen día por la mañana, vistiendo un impecable traje de cuadros, cruzado al pecho, y no regresaba si no al cabo de varios meses. Entonces, Sofía no le hacía ningún reproche. Lo recibía con el mismo cariño de siempre, con dulzura.

Ellos eran de Salamina y al parecer, Aquilino pasaba temporadas con familiares que tenía allí. Aunque algunos murmuraban que tenía otra mujer. Por todo eso, la casa de Sofi era muy silenciosa. Uno podría jurar que allí no vivía nadie.

Además, ella no salía casi a la calle. De vez en cuando iba a misa, pero muy temprano, en la mañana. Sofia fue consolidando una red de apoyo que le permitía vivir sin pisar la calle.

Tenía un muchacho que le traía canastos repletos de frutas. Un empleado del banco venia en persona para llevar el dinero a consignar en su cuenta. Y así, seguramente, pagando buenas propinas a estos empleados y recompensándolos con deliciosos helados, podía contar con su apoyo.

Armenia era un pueblo apacible por la época del Frente Nacional. Con mano de hierro el presidente Guillermo León Valencia derrotó los últimos vestigios de la guerrilla liberal. Sus dirigentes fueron traicionados y asesinados en obscuros episodios.

Las carreras 13 y 14 unían la plaza de Bolívar con el parque Sucre. Apenas se iniciaba el desarrollo urbano hacia el norte, con la creación del Parque de Los Fundadores. En el Parque Sucre había árboles majestuosos, sobrevivientes del antiguo monte que poblaba la región antes de la fundación.

Enmarcando el parque había una pérgola con veraneras desde donde colgaban monos perezosos. Los niños mirábamos asombrados la lentitud de los monos como se desplazaban boca abajo. Me fascinaba imaginar cómo verían ellos el mundo al revés. También miraba con curiosidad su popó. Eran pequeñas esferas negras que se regaban por el suelo.

Muchos admirábamos los perezosos, pero ellos tenían un hada protectora, la señorita Fabiola. Una maestra que vivía casi frente a Sofi. Recuerdo sus largos crespos. Su maquillaje. Sus collares de perlas. Y el amor como cuidaba a los monos perezosos.

La señorita Fabiola, doña Sofia, eran parte de nuestro vecindario en la carrera 13, contiguo del parque Sucre. Doña Sofía tenía muchos clientes. Algunos venían en lujosos automóviles. Sin falta, el conductor descendía del automóvil y tocaba con los nudillos de los dedos en la ventana.

Había que esperar con paciencia para ser atendido. Muchas parejas caminaban tomadas de la mano, en canastilla, para llegar a comprar helados. Por la época de estos recuerdos yo tendría cinco añitos. Lo digo porque me colgaba de los barrotes de su ventana para pedir helados. Mis pies colgaban por los aires mientras hacia esta maniobra.

Cuando Sofía enviudó, su vida siguió igual. Extender la mano por el postigo ofreciendo un plato con deliciosos helados. Charlas con mi madre por el interior mientras preparaba las frutas para los helados. Y el jardín.

Bajando unas escalas de madera, Sofía llegaba al patio. Allí abundaban las azaleas rojas y blancas. Las frondosas azulinas. Y en medio de tanta vegetación, destacaba una hermosa palma de corozos que ostentaba sus infinitas púas para disuadir los intrusos que quisieran venir por sus frutos.

Aunque su matrimonio fue un poco extraño, todos teníamos la certidumbre de que Angelino y Sofía se amaban mucho.

Por los años de su vejez, acentuada por las negras sombras de cataratas, Sofía contaba a mi madre que de tanto en tanto el alma de Don Angelino venía a visitarla. Ella sentía que alguien se sentaba a su lado, en la cama. Sentía su presencia dulce y tierna que la acompañaba. Su relato era tranquilo, natural.

Cuando ocurrió el terremoto que marco el fin del milenio anterior, Sofía habría de tener 80 años. Ya casi no vendía helados. Vivía en las sombras de su casa, sin encender las luces, ni de día ni de noche. Un día, mi madre le preguntó que cómo era posible que jardiniara, con su ceguera.

-Muy sencillo, Olga, respondió: con una mano inclino las malezas y con la otra doy machetazos.

Sofía sobrevivió al terremoto, pero su casa quedó en ruinas. Con la buena ayuda de un joven que le traía las frutas de la galería, construyó un cambuche en el fondo, donde estaba el patio. Allí vivió varios años, hasta que una sobrina se la llevó para el geriátrico y nunca más volvimos saber de ella.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net