• JUEVES,  28 MARZO DE 2024

Columnistas  |  25 abril de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

Desentrañismos

0 Comentarios


Carlos Alberto Agudelo Arcila

En política, y a mi modo de pensar cómo usar el calzado, soy gitano establecido.

El medioevo es una época repelente por su hipócrita continencia. El siglo XXI es austero por su verborrea del ojo por ojo, diente por diente.

La politiquería acecha amenazante en el horizonte de la honestidad.

No es el siglo, sino lo que hace referencia al destino del siglo, la máxima emergencia.

¿Qué hacer ante un mundo de vagos, preocupados solo por conseguir dinero? Bebernos el universo en la copa de cada instante hasta embriagarnos de estrellas y noches errabundas, de polvo, flores y vuelo, de piedra y sangre, de alegrías y pan; de uno mismo.

No rebelarse contra el yugo de la opresión, es convertirse en su propio verdugo. Peor que el autócrata.

La inteligencia es hilo enrollado en el carretel de la razón.

Cuando el mundo filosófico de la carne se enflaquece, la materia redime su oficio pregonero.

La muerte es una gobiernista de la naturaleza.

¿Para qué un Dios? ¿Para qué, Dios mío…?

El hombre envidioso es un filósofo rastrero de su incapacidad de ser.

¡Qué espectáculo cuando mi alma se entona con el vibrar sublime de la vida!

Las personas que cubren su cuerpo de tatuajes, son aquellas cuyo pensamiento es el tatuaje de todas sus imbecilidades.

El arrogante de la intelectualidad es solo un hijo desencaminado de la sabiduría.

La felicidad habita en la más alta cima de aquella montaña, me señaló un vendedor de ilusiones. Con un poco de irritación le contesté: de ese lugar vengo, ahí pude comprobar que la felicidad se oculta en aquella cordillera de nubes. Desde ese mismo instante, aquel mercader de quimeras se la pasa tratando de pescar en las aguas, alguna mancha del firmamento. En esta permeabilidad de palabras, tratemos de acoger toda la estética de la irresolución humana.

Las opiniones se quedan en opiniones, porque son remojadas por los labios del yo supremo y nunca por el palpitar de la razón.

El rocío sobre el árbol caído, dándole vida al crepitar de mis sentidos.

El error es una virtud mal pulida.

El ego hace sentir demasiado humano al mono que habita en el interior del hombre.

No hay ironía más ridícula que la del hombre asistiendo, con su vanidad, a un entierro.

Cada quien es cliente de su propia vida.

Quienes altercan, subjetivan la razón sin tener idea del objetivo de la verdad.

Lo estúpido del maniático de la grandeza es que indigesta mi espíritu sin la capacidad de hacerme trasbocar mis propias mezquindades.

Mi máxima aspiración en la vida es una reencarnación en el encuentro conmigo mismo. El problema es que soy muy constante en hacer caer la vida en un pleonasmo de dicho deseo.

Hay personas cuyos rostros silenciosos dicen más de lo que ellas pueden hablar, debido a su intensa manera de escuchar a quienes nada dicen cuando hablan.

La presunción exalta el excremento de las cualidades que a sí misma se escribe, sobre el papel higiénico hace mucho tiempo usado.

Escribir es, en mí, el arte de domesticar los nervios.

Un verdadero maestro es un eterno condiscípulo.

¿Qué es el estilo original? Una copia del YO, encontrada junto a la sombra de los estilos del mundo.

El escritor artificioso, el poeta que nunca escribe bien debido a que utiliza su tiempo en busca de quién lo admire, es un ventrílocuo de la inspiración que él le sonsaca al mundo, que rebuzna en el más allá de su mediocridad.

¿Hay una filosofía más estética que la acción del borrador?

 

PUBLICIDAD

Comenta este artículo

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net