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Columnistas  |  13 junio de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Elison Veloza Lifad.

Los derechos del otro y el empoderamiento del ignorante

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Elison Veloza Lifad.

Los derechos del otro

Jean-François Lyotard (1924-1998), fue quizá uno de los filósofos contemporáneos más sobresalientes de Francia. Lyotard, plantea que hablar al otro es un derecho fundamental. Si este uso es censurado o prohibido, al locutor se le ha infringido un daño. Se le ha excluido de la comunidad de interlocutores, ya no es un otro igual para el otro, y no hay uno que sea su otro.

Pero en Colombia, hablar es un riesgo. Más de trescientos líderes asesinados; tantos testigos claves amenazados (sin contar los asesinados); periodistas censurados y expulsados de sus trabajos (y asesinados); defensores de los Derechos Humanos perseguidos (y… ya sabemos, asesinados); voceros de la paz, docentes universitarios y rurales, artistas, defensores del medio ambiente, defensores de minorías, etc., todos, cuanto menos, amenazados o desplazados. Todo esto concuerda muy bien con lo que un Ministro de Defensa de los noventa, diría de nosotros: los colombianos somos de mentalidad paramilitar. Quien tenga más fuerza, quien grite más duro, quien aproveche el papayaso, quien viva del bobo, es quien tiene derecho a hablar. Mientras tanto, el otro, es un nadie.

El empoderamiento del ignorante

Este síndrome (el síndrome del avivato), deja entre ver otro fenómeno: hace que casi cualquier persona se sienta lo suficientemente capacitada para hablar sobre casi cualquier cosa. Sin importar, muchas veces, que los datos o la información previa demuestren lo contrario, (pero como grita más duro…)

Este síndrome tiene otro nombre: ignorancia. Todos somos ignorantes en algo, por más expertos que seamos en otras cosas. Así que podemos decir que hablamos de ignorantes, y menos ignorantes. Éstos últimos serían, como diría Sócrates, lo que saben que no se las saben todas; los que prefieren escuchar, investigar un poco y luego hablar. Los primeros serían aquellos que hablan sin datos, es decir, los que simplemente opinan.

Estos que opinan, cuando se empoderan (o los empoderamos), son los que más tienen a bien “argumentar” sobre lo que sea que quieren “demostrar”. Y los encuentra uno ejerciendo cargos públicos en los consejos, las alcaldías, las asambleas, en el congreso, en el senado y los ministerios, e incluso, ¡se los juro, los he visto!, hasta en la presidencia. Pero, ¿y qué pasa con los menos ignorantes? Pues, se están matando (en sentido figurado) entre sí, por ganar más puntos en Colciencias, o los están matando (en sentido literal), o amenazando, o están fuera del país, o simplemente desempleados a causa de un ignorante empoderado por otro ignorante que lo ayudó a empoderarse.

Cuando le sumamos ignorancia al ignorante empoderado, lo único que estamos haciendo es sumarle ignorancia a las masas, y restarle empoderamiento a quien conoce, restarle valor al diálogo abierto y franco, restarle valor a la educación responsable, restarle valor a la paz.

 

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