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Columnistas  |  16 junio de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Juan David García Ramírez

Ciudadanos une la conveniencia a la megalotimia

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Juan David García Ramírez

Los pactos o acuerdos de poder entre partidos y movimientos políticos, son parte del normal discurrir de la democracia liberal. En el sistema parlamentario, en el presidencialista, o en uno mixto, la competencia organizada por el acceso a las instituciones del Estado o para asegurar la gobernabilidad y la estabilidad política, con frecuencia implica que las distintas fuerzas busquen la negociación y el acercamiento de sus posiciones sobre cómo gobernar, cómo enfrentar la coyuntura del momento o qué agenda legislativa deben impulsar. En realidad, la democracia no consiste propiamente en la concordancia plena o en que todos aplaudan al presidente, sino, más bien, en la administración de los desacuerdos, del disenso. Es decir, la democracia encuadrada en el Liberalismo político es esencialmente conflictiva, y esa es su cualidad.

A su vez, el conflicto no solo es inevitable en la vida social. También es necesario, pues de él resultan las respuestas a grandes problemas o surgen nuevas ideas. Además, el debate y la confrontación de ideas garantizan el pluralismo, fundamental para los límites y la alternancia en el poder. En su más reciente trabajo, Identidad, Francis Fukuyama argumenta que uno de los grandes riesgos para las sociedades democráticas actuales es la megalotimia, o la convicción de superioridad de unos individuos frente a otros, por cuanto buscan imponer sus demandas, intereses y derechos por encima de todos los demás y desconociendo las reglas. No les basta con la isotimia, que es el deseo de reconocimiento de la igualdad en la dignidad. Pero más que la megalotimia, muy característica de la personalidad de los dictadores o de líderes con tendencias narcisistas, lo que tenemos hoy es el desconocimiento del contrario, o el ataque frontal a quien piensa diferente. Aunque este comportamiento no es nuevo, sí se ha agravado en los años recientes, justo cuando han surgido en Occidente nuevos partidos y movimientos que se sienten libres de complejos ante la corrección política, que es el disfraz del totalitarismo.

Hay un ejemplo muy manifiesto, sobre todo en las últimas semanas, de combinación de la megalotimia, el narcicismo colectivo y la negación del otro: El primero es España, en donde Albert Rivera, representante de Ciudadanos, partido de centro que en este momento es definitivo para la formación del nuevo gobierno, ha aceptado una serie de componendas con el PSOE de Pedro Sánchez, Podemos de Pablo Iglesias, y el Partido Popular, liderado por Pablo Casado, pero se niega a sentarse a conversar con Santiago Abascal, de VOX, formación con la cual el centro derecha logró derrotar la hegemonía socialista en Andalucía, y ahora, acorralar a la izquierda radical en la Comunidad de Madrid y en la capital de España, gobernada por el movimiento Ahora Madrid, de Manuela Carmena. Los de Albert Rivera ven en VOX al Franquismo, la homofobia, el Fascismo, el odio a los inmigrantes, y esa parece ser la razón que les lleva a evitar el entendimiento. Sin embargo, parecen sentirse cómodos con la izquierda del PSOE y Podemos, e incluso, con quienes pretenden romper la unidad de España desde Cataluña. A estos sí los consideran de avanzada, progresistas, abiertos y modernos.

Está visto que las negociaciones y acuerdos en democracia son para preservarla y llevarla a un nivel superior, no para destruirla. Cuando estrecha la mano a quienes hacen concesiones a los enemigos de España, Ciudadanos decide acompañar la megalotimia con la conveniencia.

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