• JUEVES,  18 ABRIL DE 2024

Columnistas  |  24 junio de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Luis Antonio Montenegro

Soy hereje

0 Comentarios


Luis Antonio Montenegro

“Existen seres humanos que carecen

de capacidad de reflexión, del juicio

libre de la razón, y que eso es lo que

explica la barbarie que caracteriza un

régimen totalitario”

Hannah Arendt

Entrevista con Fernando Ortega, en Bogotá.

 

La sola consulta de la etimología de la palabra Hereje, nos abre caminos insospechados, que nos alejan de inmediato de su actual sentido inmoral y demoníaco. Sus raíces profundas las encontramos en el griego, donde el adjetivo hairetikós, derivado del sustantivo hairesis tiene un significado claro de escoger, decidir, optar, separar. De hecho, el verbo haireísthai define la acción de elegir, preferir. En griego tardío se usa para determinar al que elige una facción y no otra. Es decir, en su esencia el hereje es el que elige, el que opta por un camino y por una facción.

Pero la historia del cristianismo le introduce unas cargas semánticas peyorativas, que determinan sus contenidos modernos. Muy temprano en la Iglesia, hacia el año 180, el obispo Ireneo de Lyon, escribe en cinco volúmenes bajo el título “Adversus haereses” (Contra las herejías), un extenso tratado para fustigar las enseñanzas y doctrinas heterodoxas, herejes, que exponían Valentín el gnóstico, Simón de Gitta, los ofitas, quienes reivindicaban el papel de la serpiente en El Paraíso, y los cainitas con su veneración al fratricida bíblico. Cuatro años después de la legalización, en el año 313, del cristianismo en el imperio romano por parte de Constantino I El Grande, se discute en el Concilio de Nicomedia el tema de las desviaciones heréticas. Se impone al famoso presbítero Arrio una confesión de fe, so pena de ex comunión. Debía negar su declaración de que Cristo, habiendo sido creado no podía ser Dios. En el concilio se define el dogma como norma de la fe verdadera. Más tarde, en el Concilio de Nicea, en el año 325, se profundiza el asunto, definiendo como herética toda doctrina divergente de los dogmas consagrados por las autoridades eclesiásticas sobre la base de las escrituras y la tradición. Agustín de Nipona, más conocido como San Agustín, se dedica con vehemencia a combatir las herejías contra la santa fe. Años después, en la oscuridad del medioevo, el papa Gregorio IX abre la puerta a los horrores de la Inquisición, al publicar en 1231 la bula Excommunicamus. En ella, establecía los procesos de investigación y castigo contra los herejes. Para entonces, la herejía se asoció con la brujería, con la perversión satánica, con las creencias y prácticas demoníacas; con lo inmoral y lo antisocial. La excomunión, la tortura, la muerte en la hoguera, fue la respuesta a la heterodoxia, a la negación del dogma o a la simple duda sobre su validez y certeza.

La herejía ya no era el acto de elección. Se había convertido en palabra maldita. Y los herejes, en hombres inmorales, brujos, oficiantes o marionetas de satán.

Una de las reivindicaciones históricas más importantes del estado liberal, es su independencia de las profesiones de fe religiosas. Más importantes, puesto que toda la civilización occidental se construye bajo el signo de la cruz. Su historia está determinada por el nacimiento del Cristo. Desde allí empieza la contabilidad de sus años. En la medida en que esa independencia se profundiza, los contenidos semánticos de ciertos términos, se van revaluando. Pero no es el caso exacto de la palabra hereje. La carga de inmoralidad que le han lastrado, sigue vigente. Tanto, que las guerras santas aún no terminan. Y toda guerra santa es una guerra contra los herejes. Ante ello, es hora de unas pequeñas reflexiones.

Toda religión condena y prohíbe la libre elección de creencias. Por definición, toda religión, toda secta, toda iglesia obliga a sus congregados a aceptar los dogmas establecidos. Si no los acepta, no puede estar en esa cofradía. El creyente no tiene libre albedrío. Pero al aceptar solo su propia confesión de fe, su propio dogma, hace que, finalmente, todos seamos herejes. Así que para los cristianos son herejes todos los que niegan sus dogmas. Lo mismo para los islamistas. Para los adamitas. Para los judíos. Para los gnósticos. Ante las otras creencias, todos somos herejes. Todos negamos las creencias de los otros que no estén en nuestra hermandad. Yo soy hereje. Tú eres hereje. Para el lejano islamista que ahora respira el mismo aire terrícola y tal vez hace el amor con su amada, yo soy el impío, el difuso enemigo hereje. Y viceversa.

Se da un caso muy especial respecto a las herejías desde el punto de vista religioso. Los ateos son herejes universales, es decir, herejes para todas las demás profesiones de fe. Pero para los ateos todas las demás creencias no son herejías. Solo pueden entenderse como eso: creencias. Divergentes posturas ideológicas. Algo similar ocurre en el campo político, en el que los ácratas y los anarquistas son herejes absolutos ante los demás discursos de poder político y de formas de Estado, al negar de plano toda forma de gobierno y de autoridad. En la filosofía, ese papel lo desempeñaría, tal vez, el agnosticismo absoluto.

Volviendo a sus orígenes, si la herejía es la capacidad de elección, de opción, de selección, es hora de ser herejes. No solo en el campo religioso, donde algún día se respetarán las decisiones de cada ser, es decir, se respetará la herejía del otro, por lo que no podrán usarse los dogmas como pretextos para guerras santas ni para criminales segregaciones; sino también en los campos de la ideología y de la política. Las facciones y los partidos parten de la aceptación de sus militantes de los discursos ideológicos y de los programas políticos. Los discursos y los programas fundamentalistas llevan a organizaciones sectarias, dispuestas no tanto a defender sus ideales, como a combatir a muerte a los contrarios, a los herejes. Finalmente, los partidos son meros instrumentos de dominación y poder. En algún utópico futuro asumiremos cuerpos ideológicos y partidos, si fueren necesarios, que lo dudo, que respeten la herejía del otro. Que sean conscientes de su propia herejía. Tal vez entonces, la conciencia de seres cósmicos, universales, nos permita entender el extraordinario papel de la humanidad como habitante de esa pequeña y maravillosa nave llamada Gaia. Expectativa cósmica ante la cual se verán ridículos todos los dogmas sectarios y nos avergonzarán los crímenes absurdos e infames de unos herejes con poder, contra otros herejes desposeídos y esclavizados.

Soy hereje. Me proclamo hereje. Por eso, quiero ejercer mi herejía optando, decidiendo, en este tiempo y en esta tierra que llamamos patria. Elijo el pensamiento crítico ante los fundamentalistas de derecha que quieren llevarnos por el camino de la oscuridad. Elijo la vida ante los emisarios de la muerte que asesinan a lo largo y ancho de nuestro país a los herejes cuyo gran pecado es pensar diferente. Elijo la paz ante los necios gestores de la guerra. Elijo la libertad ante los manipuladores de una democracia de papel, excluyente, miserable, corrupta. Elijo el pan para todos ante la hartura de unos pocos. Elijo el poder de la verdad ante las mentiras de los poderosos. Elijo el derecho a soñar ante los predicadores del miedo. Elijo la inteligencia ante la ignorancia y el amor ante el odio. Y, sobre todo, elijo mi derecho a vivir como habitante de la tierra, como navegante de mi astro nativo, como gaianauta. Como un gainauta hereje.

 

Chía, junio 20 de 2019

 

 

Luis Antonio Montenegro

Periodista-escritor

e-mail: [email protected]

twitter: @gayanauta

 

PUBLICIDAD

Otras Opiniones

Comenta este artículo

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net