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Cultura  |  08 julio de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Un héroe de Corea en el Quindío

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Un héroe de Corea en el Quindío

Una crónica de Gilberto Zuleta Bedoya.

“Era domingo por la mañana, la gente dormía cuando: ¡estalló la guerra”

El conflicto armado en la Península coreana, entre 1950 y 1953, dividió al país, de forma permanente, en Corea del Norte y Corea del Sur.

Dicho conflicto empezó el 25 de junio de 1950: las tropas norcoreanas invadieron a Seúl, capital de Corea del Sur. Querían implantar un régimen comunista que EE.UU no permitió. El general Stalin, líder de la Unión Soviética, colaboró con Corea del Norte para atacar e invadir a Corea del Sur. Fue el hombre más sanguinario en la segunda guerra mundial, y permitió que el ejército coreano, con 300.000 hombres de la República popular de China se tomasen a Seúl, siendo derrotados por la estrategia implantada del general Douglas MacArthur, jefe supremo de las fuerzas armadas estadounidense.

“Haber vivido esos momentos de terror, furia, muerte y desolación, donde hubo más de cuatro millones de muertos, es algo que sólo Dios sabe cómo sobreviví, dándome otra oportunidad de vida. La guerra es una gran tragedia,” Dice el sargento héroe, don Arístides Gálvez López, uno de los últimos veteranos de la guerra de Corea, que vive en el departamento del Quindío.

Al solicitar esta entrevista, don Arístides dijo: “tengo una historia e infinidades de fotos y álbumes, pero mis nietos se los llevaron; soy muy cuidadoso con lo que digo, ví demasiadas cosas que me abstengo de contar. Se lo he dicho a todos los que me han querido entrevistar”.

“Usted acá me ve así, con ropa normal y sencilla, pero estoy seguro de que cualquier otro compañero lo recibe orgullosamente con el uniforme de héroe y su gorra marcada como combatiente de la guerra. Son muy apegados a los uniformes que ellos mismos se mandan hacer y los exhiben donde van con un permiso especial.”

Don Arístides nació en un pueblo frío y turístico, conocido como “La colina iluminada del Quindío”: Filandia, hace ochenta y siete años.

Al llegar a su vivienda, ubicada en el barrio los” Kioscos” de Armenia, encuentro su casa enrejada por seguridad. Don Arístides está sentado en su silla de ruedas, rodeado de medallas, libros, música y gorras con el logotipo de Corea. Su rostro se ve amable, sonrisa permanente, sus ojos azules siempre atentos.

A sus diecinueve años, integró el Batallón de Infantería No. Uno de Colombia y cumplió los veinte en plena guerra. El gobierno de Colombia, siendo presidente el Doctor Laureano Gómez, ordenó formar un batallón de 1080 combatientes, incluidos médicos, enfermeros, dentistas y otros para colaborar con las Naciones Unidas.

“El comandante del batallón Colombia, nos reunió a todos los soldados y dijo: falta un cuadro (soldado) para completar el grupo que viaja a Corea y tengo que sacarlo de acá voluntariamente. ¿Quién quiere dar un paso adelante? como nadie salía di un paso al frente y sin nervios me puse a disposición. El único batallón de Sur América que estuvo en la guerra con soldados voluntarios.

Al día siguiente viajamos de Bogotá a Armenia en carros del ejército, llegamos a la estación del ferrocarril para abordar el tren que nos llevaría a Buenaventura. Un barco militar de EE.UU, con el nombre de “Aycón Víctor”, y bajo el mando del coronel Jaime Polonias Pullo, nos transportó durante treinta y tres días a Corea, a un puerto llamado Gunsan que servía como base a EE.UU. En el viaje, los soldados parecían que estuvieran en carnaval. Con orientación de varios generales, nos trasladaron a “Daegu en bus, campo inmenso, centro de reuniones, donde nos encontramos con grandes batallones de EE.UU. Etiopía, Grecia, Canadá, Turquía, etc.

Seúl, la capital de Corea del Sur, estaba incendiada, totalmente acabada por Corea del Norte y soldados chinos. Tuvimos varios entrenamientos para aprender a caminar, saber agacharse, cómo esconderse.

Luego nos entregaron las armas, y me dieron el cargo de “Comandante de Ametralladora”, el arma más perseguida por el enemigo. Nueve soldados a mi cargo y pasamos a Huachon en tren, punto de encuentro de varios batallones; luego a Seúl en camiones y a pie. Entramos dando plomo, frenteando a los chinos, que eran mayoría. Ellos se venían en manada, disparando, y cómo estaban dopados con opio, caían por montones. (don Arístides sonríe)

Nos tomamos a Seúl, península demasiado grande; nos tocó relevar al batallón de EE.UU, nos sentimos orgullosos, pero siempre con miedo de morir.

Le agradecemos al General Douglas MacArthur, militar de cinco estrellas del ejército de EE.UU, al Mariscal de campo del ejército filipino, de haber salido vivos de esta guerra, por su gran estrategia en los enfrentamientos; gracias a ellos tuvieron que retroceder los ejércitos coreanos y chinos por haber solicitado un bombardeo atómico sobre China; el general se retiró con una frase: me voy pero volveré.

Los chinos eran los encargados de estallar las bombas, explotaban sorpresivamente, las sirenas anunciaban el peligro. La más destructora se llamó Napalm, que causaba daños en la piel y en las vistas. A uno de mis compañeros, en un descuido, le cayó una bomba encima y lo mató. Teníamos que hacer unas zanjas profundas para protegernos y esperar que el viento se llevara la nube del veneno que flotaba encima de cada uno.

A los seis meses de estar en la guerra, fui herido en la pierna izquierda y una esquirla me daño el ojo derecho; me condujeron a la clínica central de “Tokio”, después regresé a la línea de batalla con otros compañeros; nos dieron cargos administrativos hasta completar catorce meses y luego regresamos al país.

De mis compañeros, murieron doscientos diez en combate, dieciséis por muerte natural y unos doce por accidentes varios. El coronel Jaime Polonias pullo, comandante del batallón Colombia, fue el primer herido. China y Corea del Norte fueron los países que más heridos y muertos tuvieron.

En la comida no podíamos ser muy exigentes, porque estábamos en guerra, pero afortunadamente nunca nos faltó el arroz; soldados de otros batallones se escapaban para el batallón Colombia en busca de una porción.

Le digo una cosa: la guerra en Corea no ha terminado, se firmó un acuerdo llamado “ARMISTICIO,” de Pan mun jong en 1953, después de la muerte de Stalin. Una zona muy grande de distención, que hasta el momento la han respetado; pero donde suene un tiro…

Los coreanos tienen un museo de guerra en mármol, donde está la lista de los batallones que participaron en la guerra, y los nombres de los muertos. En Bogotá hay otro museo con las mismas características. Corea del Norte seguirá siendo el país más peligroso del mundo.

Un General nos dijo una frase del escritor y poeta británico, Robert Graves, que dice: cuando uno sabe que la guerra ha terminado, ya puede mostrar con honor las cicatrices y hasta abrazar al enemigo.

A Colombia regresamos por el mar Caribe en junio de 1952; llegamos a Cartagena en un barco estadunidense, y antes de bajarnos, un coronel con voz potente y dándole gracias a Dios, dijo: cesó la horrible noche, como lo dice la primera estrofa de nuestro Himno Nacional.

Al batallón lo declararon “HEROES DE GUERRA,” por haber sido la unidad más distinguida y disciplinada; nos distribuyeron en los batallones que escogiéramos. Después de un descanso de treinta días, escogí el batallón San Mateo de Pereira; llegué como cabo primero y ahí terminé mi participación con el ejército.

De parte de Colombia no hubo condecoraciones: esas medallas que usted ve, fueron enviadas de Corea y EE.UU, y aquí me las colocaban.

Las medallas dicen: “Herido en combate guerra internacional”. Una de Colombia con la frase: “herido en combate en Colombia”; fue un enfrentamiento con las bandas ilegales que dominaban un terreno en las montañas antioqueñas. Lesionado me enviaron a la clínica Santa Clara de Medellín, y días después pasamos a Puerto Berrío para seguir colaborando con el ejército.

Después de veintinueve años, me retiré como sargento Mayor. Ingresé a una Empresa de plásticos en Bogotá, llamada Moncla Plásticos Ltda, donde tuve un accidente de tránsito perdiendo la pierna izquierda, en una diligencia empresarial en Tunja. De regreso, entre Chocontá y Bogotá, me estrellé con otro carro: tenía cuarenta y ocho años.

En el 2011, Corea realizó un homenaje a la guerra, y el único invitado de Colombia fui yo. Me regalaron una silla de ruedas automática, ya estaba sin la pierna, y estuve al frente (un metro) de los soldados de Corea del Norte, donde se firmaron los acuerdos”.

Para entender la guerra de Corea, recomienda leer el libro” LA GUERRA OLVIDADA”, de David Halberstein.

“En el 2018, el agregado militar de la embajada de Corea en Colombia, nos hizo un homenaje a todos los veteranos de la guerra, en el batallón San Mateo de Pereira; allí nos encontramos viejos amigos, ya todos con dificultades físicas, unos en sillas de ruedas, otros con caminadores, varios llevados de la mano por bisnietos y sostenidos de bordones. En este momento sobrevivimos unos seiscientos combatientes. La mayoría escribieron su libro para beneficio propio, tengo varios de ellos”.

No aceptó participar en los desfiles del 20 de julio, a pesar de que tenía un jeep destapado únicamente para él.

Recuerda al abogado, exsenador, concejal, periodista y escritor César Hincapié Silva, asesinado en la carrera 13 con calle 17, quien antes de su muerte le había manifestado que en el próximo libro sería el personaje central. Su última obra fue titulada “Un veterano encuentra su destino”.

Como anécdota, don Arístides cuenta que, “viajando en avión de Bogotá a Cali, aterrizó en el aeropuerto Farfán de Tuluá, y al avión le explotaron dos neumáticos, echando cándela por toda parte con un gran susto. Y para continuar, a Cali lo prendieron empujado y así llegamos.

Estando en la costa haciendo una operación única con los gringos, cuando fueron a prender el avión, el técnico preguntó. ¿Quién tiene una cajetilla de cigarrillo que tenga papel brillante? Alguien la tenía, y con ese papel el técnico hizo un puente con dos cables, el avión prendió y así llegamos a Madrid, cerca de Bogotá.”

A pesar de sus enfermedades soportó la muerte de tres hijos; uno, secuestrado por la guerrilla y asesinado; una hija de treinta y cinco años, profesional en Literatura y lingüística, que se ahogó en el río Quindío, don Arístides conserva una actitud positiva. Es tangofiló y bolerista.

Tuvo una cirugía a corazón abierto, catorce preinfartos; posee un marcapasos, y dice que es el único que lo tiene por su calidad, y debe ser reprogramado constantemente. Lo atiende un excelente ELECTRO-FISIÓLOGICO. Don Arístides es propietario de una pequeña Empresa de plásticos, cerca de su casa, y manifiesta “estar satisfecho”.

En estas páginas estamos recordando a uno de tantos héroes, para los quindianos de hoy. En sus recuerdos y en la historia de las guerras, lleva con orgullo sus medallas y reconocimientos, y el nombre de sus amigos y enemigos.

Don Arístides termina esta charla, diciendo: ya cumplí mi meta y todos los días sonrío. Gilberto Zuleta Bedoya. Mayo 6 de 2019.Armenía.



 

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