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Columnistas  |  17 julio de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

Desentrañismos

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

El Dios que adoran en las iglesias parece un presidente de la república sin grandeza para gobernar.

El erotismo le da garbo a mi concupiscencia, a mis pensamientos mundanos. Me enseña a entonar la libido con excelsitud, palpar con precisión la desnudez geométrica que exhala la mujer. Experimentar la concavidad de la palabra amorosa. Eyacular luz alrededor de medias veladas. Dejar que la mente quede uncida a lo profético que hay debajo de la minifalda. El erotismo donde a Dios lo dejo ser parte de este vivir impío y lo invito a mis regocijos…

Mi surrealismo es testigo que la séptima vida del gato es de color azul semejante a la gallina verde junto a la vaca roja cuando maúlla y deja ver sapos de tonos invisibles como la palabra no dispuesta a dejarse menguar el halo del absurdo

Preservar sangre apasionada en recipientes fraguados con luna llena.

Bebo sorbos existenciales en copas del deseo.

El roedor escapa para defender su vida del gato por nacer.

Empuña el vacío de sí mismo a la rama que se desgaja hacia el precipicio sin fondo.

Brilla la sombra de las once de la noche. La sombra del cuerpo completo de la noche es luz moderada, en la cuadra del silencio que florece al lado del duraznero.

El enigmático significado del Ulises trae consigo respuestas recónditas, capaz de descubrir solo el lector visceral con el monólogo interior de james Joyce.

Una de las bases de la buena literatura descansa en la autocrítica.

Ojos que se mecen en el incoloro. Ojos color miel donde la abeja

recala su danzar hasta descubrir el cristal del aire.

Dejo que todo suceda en la escombrera y asumo la consecuencia de haber nacido.

Mis manos son un tazón donde cabe el mar. El mar o la luna llena. La luna llena o la sombra perenne. La sombra perenne o tu rostro para el beso. El beso también abarca porque es espuma ofreciendo su espíritu de almendra blanda a mis labios sedientos.

Afinar la risa, inventar escaleras hacia el pináculo del humor, luego desde su cúspide arquear el gozo ante el acontecimiento tétrico que se alcanza a observar.

Digo la vida a las cinco de la tarde. Expreso la muerte un poco antes. No hay sombra, no hay luz a las cuatro de un tiempo cualquiera, en el intermedio de nacer y morir.

Dejo pasar la vida por hendiduras de la vida misma. La dejo ser agua que penetre los poros del mármol. O mármol desaguándose entre dedos del artista, franqueando instantes por llegar.

No anhelo nada, solo este instante cuando escribo sombrillas agujeradas a la vera de la tempestad.

Todo en el SÍ. Todo en el NO. Todo un todo con sus variantes categóricas y eufemismos de la verdad absoluta…

Palabras iluminadas por la cerilla pronto a extinguirse. Venero expresiones junto a cenizas del cigarrillo.

Cáscaras que trasportan pasos ardientes.

La aguja perdida me exhorta a volverme uno con Dios en un pajar.

El sexo desnaturaliza el amor cuando no hay sexo con amor. Se castra el amor en el sexo sin amor.

Luego del sueño eterno del sexo puede llegar a existir un resucitado a través del milagro llamado Lázaro del sexo.

Comprenderse a sí mismo para percibir el camposanto del verde en la hoja seca.

En un acuerdo de paz siempre hay un ganador y otro ganador, este último siempre bufa contra el victimario.

La verdad es una regla de tres compleja que el mentiroso desenmaraña con astucia, al hacernos creer que uno más uno no puede llegar a ser tres.

Si yo fuera Dios tendría la divinidad absoluta para dar el golpe final que destruya la maldad.

El hombre va, la muerte viene. Se encuentran en el punto preciso donde es imposible regreso alguno.

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