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Cultura  |  05 agosto de 2019  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Crónica: Sueños de futbolistas entre palmeras

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Crónica: Sueños de futbolistas entre palmeras

Escrita por Guillermo Salazar Jiménez.

El sol calienta la tarde, sin brisa la arena de la cancha arde en los pies. Por la carretera, cerca de las 4:00, llegan los muchachos caminando o en bicicleta. Algunos vienen como parrilleros en motos de familiares o amigos. Se reúnen los 15 para entrenar en la cancha del patio de la casa donde vive la seño Tere. Ella es su protectora, aguatera, y mejor hincha de la selección Guacamaya. Entendió tanto los pedidos de aquellos jóvenes cuando decidieron conformar el equipo, que convirtió a su esposo Adolfo en entrenador y director técnico.

La selección de fútbol Guacamaya deriva su nombre de la vereda donde viven los futbolistas, municipio de Tolú, departamento de Sucre. Después de dejar el aeropuerto Los Garzones de Montería, capital de Córdoba, viajamos en el taxi de Eblix. Al cabo de 2 y 1/2 horas de viaje por una carretera en construcción, admirando el verde de la tierra, cuyo pasto extrañamente crece igual de verde, a pesar de la cercanía al mar, arribamos a Tolú. Más tarde, otros 30 minutos para llegar a Guacamaya, en medio de una carretera con huecos, que hacen pesado el viaje.

A 10 cuadras del último puente que cruzamos sin emitir palabra, construido en madera, y que pide a gritos reparación –igual como en los estadios cuando el equipo local hace el gol del triunfo – llegamos a la casa Mi Refugio, sitio de alojamiento. Son las 4:30 PM y al frente los vemos descalzos que corren tras el balón. Entrenan en la cancha de arena, de 20 metros de largo por 10 de ancho, construida por ellos, el entrenador, y la seño Tere. Mejor dicho hace 4 años desmontaron el mangle a punta de machete y trajeron arena de la playa para adecuarla. Las dos porterías son palos recogidos que el mar les trae, como buen hincha del equipo. Después de algunos ejercicios de calentamiento y trotes alrededor de la cancha, conforman 4 equipos de 4 jugadores, un portero y 3 de campo. El gol marcado significa eliminación y el equipo perdedor deja el lugar a otro, así juegan todos. Con cada gol entra a la cancha un nuevo equipo, y los finalmente vencedores se imaginan los bramidos del estadio lleno, donde la gritería es mayor que los presentes, porque las palmeras que rodean la cancha se suman a las voces.

El camino desde Mi Refugio a la cancha también lo guardan 5 palmeras a cada lado. La brisa fuerte permite que bailen, griten, y aplaudan las jugadas. No hay hinchas, excepto las palmeras; es como si entendieran que el entreno de fútbol se sucediera dos veces: en la cancha y en sus ramas. Permanecen hasta el final, hinchas fieles que esperan el último pitazo. Termina el entreno, no hay equipo ganador; los 15 regresan a sus casas a esperar el próximo partido, este en serio porque es de campeonato.

Guacamaya es un paraíso, las palmeras se unen a una de las leyendas más apreciadas en el fútbol moderno. Se trata de la idea que nació con el cronista argentino Pablo Rojas Paz. En los 20 del siglo pasado, siendo redactor de Crítica, fue encomendado de crear una figura que permitiera mejorar la entrada a los estadios. Así nació el jugador número 12; desde entonces adquirió un valor tan definitivo cuando se juega de local, que hasta los entrenadores le dan un precio importante en los partidos. Lástima que las palmeras no puedan trasladarse a ver a la selección Guacamaya, pero esperan los entrenos, para valorar lo que significa jugar en casa.

Los futbolistas están entre los 15 y 18 años; todos estudian en el colegio, porque “aja, primero hay que ser alguien en la vida, y después futbolista”, dice la seño Tere. Juegan por placer, les gusta el fútbol por divertido, y sueñan con llegar algún día a un equipo grande. Más allá de la selección Tolú o Sucre, vamos para un equipo del exterior, afirman convencidos. Su capitán y volante de armado, Marcos Llerena, dice que le gustaría ser como James Rodríguez y llegar a la Juventus, en Italia, como Juan Guillermo Cuadrado. O como Neymar, dice el goleador Jeyson. Los otros titulares: Andrés, Daniel, Eduardo, Kreimer, Juan, el otro Marcos, y Junior; aún los suplentes: Luis Ángel, Luis Carlos, Johnier, Oscar, Andrés Felipe, y Marcos Hernández, todos sueñan con ser dueños de una casa o apropiada para sus padres. Sueños que muy pocos logran alcanzar en la realidad de un país, donde escasean las escuelas de formación deportiva. James, Cuadrado o Neymar saltaron a la fama gracias al apoyo de sus padres, y a la suerte de encontrar quién se fijó en sus dotes naturales para correr con gracia, regatear contrarios, meter goles, ganar partidos, y hacer llorar de emoción a millares de hinchas.

Adolfo, el entrenador y director técnico de la selección Guacamaya, no gana un salario mínimo fijo mensual; lo que si hace, por ejemplo Neymar, que se embolsa cada 4 minutos del día, llueve, truene, esté en la cancha o no, coma o duerma, el equivalente de $816.000. El solo traspaso del Barcelona al París San German se tasó en 222 millones de euros; es decir unos $800 mil millones. Según Football Leaks, James ganó en el Bayer 6.5 millones de euros, es decir $22.800 millones. Su salario neto mensual fue de $1.900 millones; con lo cual se podrían construir 3 escuelas rurales, perfectamente dotadas, según datos del Ministerio de Educación Nacional de 2015. O construir y dotar casi 4 canchas sintéticas de fútbol 5, según datos del Departamento Nacional de Planeación del 2018.

los futbolistas de la selección Guacamaya no solo sueñan con ingresos, también con goles. En el último partido ganaron 4 a 0; desean emular a Pelé, quién tiene el record mundial de 3 goles en un mismo partido, lo realizó en 92 ocasiones. También anotó en más de 30 veces cuatro goles en el mismo juego. Representó a Brasil en 92 partidos, convirtiendo 77 tantos; su primera copa mundial la ganó en 1958, con solo 17 años, anotando dos goles ante Suecia, en la final. Ganó, para Brasil, otras 2 copas mundiales, 1962 y 1970. Cuando los padres de los seleccionados de Guacamaya ni siquiera habían nacido, Pelé marcó su primer gol como profesional con 15 años, y tuvo que esperar hasta el día siguiente para contarle de la hazaña a su papá porque no tenían teléfono. El reto más apremiante de los jóvenes de la selección Guacamaya es conseguir el uniforme para continuar en el campeonato, porque la organización los dejó participar temporalmente con petos, en lugar de camisetas. Mientras sudan tras el balón, olvidan las penurias y las desdichas, las palmeras de la playa les recuerdan que el estadio está repleto de espectadores.

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