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Columnistas  |  22 agosto de 2019  |  12:32 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Los carnavales de la democracia

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Aldemar Giraldo

Últimamente, cuando he salido a hacer vueltas en mi ciudad, he podido notar muchos cambios, por ejemplo, el desfile de vehículos adornados con banderas y globos de un mismo color, calles de honor a la entrada de los grandes centros comerciales, amplificadores en vehículos de alta gama y reuniones en sitios estratégicos, pero lo que más me llama la atención es el empapelamiento de mi pueblo; hay pancartas, carteles y letreros por todas partes, de todos los colores, tamaños y formas.

Algo que llama la atención es la humildad que muestran los personajes fotografiados y los atuendos utilizados para atraer y enredar: sombreros “criollos”, ponchos, ruanas peludas, camisa de trabajo; ausencia de corbata para mostrarse como alguien muy informal y trabajador; todos exhiben una sonrisa contagiosa, mirada hacia el vacío para dar la idea de alguien que sueña con el futuro, desaparición de arrugas y canas para arrastrar a los jóvenes; podría decirse que la mayoría de candidatos a gobernaciones, asambleas departamentales, alcaldías y concejos municipales privilegian la imagen y desdeñan la propuesta de trabajo.

Al mirar los carteles, fácilmente, uno puede deducir el apoyo económico de los seguidores o del partido político, no sólo por la calidad del material y la cantidad de piezas propagandísticas, sino por el acceso a las nuevas técnicas fotográficas, de diseño e impresión. Muchos de los que “cuelgan” en nuestras avenidas son irreconocibles, rejuvenecidos y embellecidos, gracias al retoque y el uso de Adobe Photoshop, ese editor de gráficos rasterizados, desarrollado por Adobe Systems Incorporated, capaz de hacer milagros en un segundo. Parodiando un dicho popular, no hay candidatos feos, sino movimientos políticos pobres.

Se ven tan “bonitos” los candidatos de mi ciudad que no sé qué hacer a la hora de votar; todos dejan entrever honradez, honestidad, liderazgo, alegría, tolerancia, amor por la paz, solidaridad, inteligencia exagerada, justicia, ecuanimidad y hasta cierto grado de santidad, lo que hace más difícil la toma de decisiones de los electores. He aquí el efecto de la publicidad engañosa, la cual hace comprar productos que curan hasta la corrupción. Todos tienen una piel fina y tersa, cabello ondulado y bien peinado, bigote seductor, ojos de mirada profunda y bocas de actor protagonista; sin embargo, algunas fotos de propaganda electoral de este año son un infierno visual; los dueños no pudieron cambiar el rostro por uno mejor, pues era imposible.

En cuanto al texto escrito en el cartel, llámese slogan o lema, la cosa es como ofreciendo tamales en un derrumbe o vendiendo antimicóticos en un batallón: “Para que sigan las oportunidades”, “Por un futuro mejor”, “El representante de los trabajadores”, “Un liberal con sentido regional”, “Juntos lo haremos”, “Pensando en la juventud”, etc. Nada los identifica ni los diferencia; cualquier foto puede estar acompañada del lema que escoja el lector y no pasa nada.

Qué tristeza ver jóvenes que sostienen en sus brazos pasacalles al frente de un semáforo con imágenes y frases alusivas al candidato que les paga o adultos disfrazados de momias con tremendos cartones adelante y atrás, con propaganda politiquera. Todo lo enunciado corresponde a un carnaval en donde se venden promesas y sueños a expensas de la pobre democracia. La historia se repite periódicamente y el pueblo sigue jugando a la ruleta de la suerte. Como decía mi abuelo Allen: “El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y despareció el mago”.

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