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Columnistas  |  25 agosto de 2019  |  12:34 AM |  Escrito por: Manuela Salazar

Denuncias ciudadanas

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Manuela Salazar

Se abre la época electoral: la ciudad se llena con las viejas promesas, con los rostros de siempre, con los lemas marchitos. De nuevo, los columnistas le advierten a la ciudadanía el poder que tiene en sus manos: el voto puede ser el acto más revolucionario de todos. Votar bien –a conciencia– es el primer paso para transformar la asfixiante y corrupta realidad que menoscaba los valores y las certezas. Vivimos en un tiempo carente de sentido y de valor. De nosotros es la culpa. No de los funcionarios ni de los ladrones. De nosotros. Nuestra apatía política y desidia ciudadana les abre la puerta a los lobos. El comienzo del verdadero cambio consiste en tomar conciencia del poder de la sociedad civil, de la urgencia de tejer lazos comunitarios solidarios y éticos. Por eso, en mi calidad de periodista, celebro la valentía de dos grupos de ciudadanos, y desde aquí les brindo mi modesto respaldo.

Respaldo la diligencia de un grupo de gestores culturales llamado Alianza por la Cultura de Calarcá. Los miembros del colectivo ciudadano reconocen el papel importante que la vida cultural tuvo en la construcción simbólica del municipio de Baudilio Montoya y Nelson Osorio Marín. Sabe la Alianza que si los artistas, teatreros, músicos y escritores se unen en procura del mejoramiento de las condiciones objetivas de la gestión cultural probablemente logren victorias significativas. Por eso, asombra las cruzadas de estigmatización y de odio llevadas a cabo por la campaña del señor Luis Alberto Balsero, aspirante a la alcaldía y alfil de la actual mandataria Yeni Trujillo. Corrijo: no asombra la miopía de Balsero y de su cohorte. Al señor la cultura le interesa poco: se rehusó a participar en un foro ciudadano pensado para fomentar la cultura, moderado por el prestigioso comunicador Darío Fernando Patiño. No asombra porque si algo identifica los trabajos de la actual administración municipal de Calarcá es su prepotencia en el trato a los artistas y a los gestores culturales. Esa prepotencia se encarna en la persona de Diego Mauricio Vázquez, un fotógrafo amateur convertido –en palabras de varios ciudadanos– en un Napoleón de opereta. Yeni Trujillo, dicen muchos calarqueños indignados, convirtió la Villa del Cacique en un fortín del Sandra-totismo.

Respaldo, también, la valentía y el pundonor de los profesores de la Uniquindío que se atrevieron a denunciar irregularidades administrativas a pesar del riesgo de ser perseguidos por la aplanadora del vicerrector Polanía y de su mano derecha, el sibilino Gustavo Giraldo. Olga Lucía Rendón, Rafael Villamizar y Milena Gómez señalan los manejos ambiguos que se le da al programa de Seguridad y Salud en el trabajo: en una carta dirigida al consejo académico advierten sobre varios movimientos extraños, ajenos a la sana lógica, entre ellos el despido de docentes de primer nivel para contratar en su lugar personas sin la necesaria experiencia académica. Aplaudo este gesto. Ojalá otros docentes de planta, blindados por su cargo, siguieran este ejemplo. Mucho sabríamos, verbigracia, del desorden institucional de la Facultad de Ciencias Humanas, antes y ahora liderada por profesores poco idóneos, a saber, el tristemente célebre Pedro Felipe Díaz y la expintora Mildred Gutiérrez.

Ojalá la Alianza por la Cultura de Calarcá y el grupo de valientes profesores de Seguridad y Salud en el trabajo reciban apoyo ciudadano, traducido en la exigencia que se respete sus voces. Cuentan con mi respeto y admiración.

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