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Columnistas  |  09 octubre de 2019  |  05:05 AM |  Escrito por: Agostino Abate Pbro.

Con los pobres nunca llegó tarde

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Agostino Abate Pbro.

Juan Pablo II, con motivo del Jubileo del 2000, hizo una solemne petición de perdón por los pecados históricos de la Iglesia. Lo anterior confirmó los numerosos “mea culpa” pronunciados en nombre de la Iglesia durante sus viajes por el mundo.

En Casablanca pidió perdón por las recíprocas responsabilidades en cuanto a las sufridas relaciones con el islam, en Viena por las guerras de religión, en Yaundé y en Gore pidió perdón por la participación, o no suficiente oposición, de los cristianos a la trata de los esclavos negros. En Santo Domingo, reconoció las injusticias contra los Amerindios, en la Sinagoga de Roma pidió perdón a los judíos, en Praga rindió homenaje al teólogo reformista Hus, en España reconoció los horrores de la inquisición, en Maguncia rehabilitó a Lutero y en Pisa a Galileo.... Benedicto XVI, así como el Papa Francisco han entonado un sentido 'mea culpa' por los abusos sexuales contra menores cometidos por el clero y han pedido explícitamente perdón en varias ocasiones.

Francisco pidió perdón a la comunidad gitana por "la discriminación, segregación y maltrato" que sufrió a lo largo de la historia, también por parte de cristianos, durante un encuentro con esta etnia en la ciudad rumana de Blaj.

Escuchar las palabras de Papas en estas ocasiones constituye una conmovedora y estimulante escuela de honestidad, de lectura de la historia a la luz del evangelio, de purificación de la memoria, de búsqueda de conversión en el presente, para evitar tragedias similares en el futuro.

Sin embargo, más que los errores graves en los cuales incurrió la Iglesia, lo que produce más desconcierto y sufrimiento a muchos, es el atraso con el cual a menudo llega a las citas de la historia.

¿Cómo tendría que actuar la Iglesia en lo mental, espiritual y estructural para aprender la lección de la historia y evitar la caída en errores similares en el futuro?

¿Cómo acelerar los cambios de manera que no se haga sufrir inútilmente a tantas personas y además retardar el crecimiento del reino de Dios en el mundo? pues no se trata de ser autolesionistas o masoquistas eclesiales.

La Iglesia es la esposa de Cristo y está adornada con un vestido maravilloso, y aunque tenga los pies en el barro, es una lástima que muchos miren sólo sus pies.

Por justicia debemos reconocer que, entrelazada con las realidades negativas, en el transcurso de su historia, la Iglesia vivió en si un fenómeno indiscutible: mientras a veces no encontró la apertura necesaria para reconocer de inmediato ciertas conquistas de la humanidad, por lo contrario, en lo que se refiere al amor fraterno representado en el servicio a los pobres y a los que sufren, durante los veinte siglos de su existencia, nunca llegó tarde.

Con los leprosorios, la construcción de los primeros hospitales, los orfelinatos, las casas para enfermos mentales, la fundación de bancos para liberar a los pobres de las manos de los usureros, las escuelas y universidades y todo género de iniciativas para aliviar el hambre de los más necesitados, nunca llegó tarde.

Y nuestro tiempo no constituye una excepción. Lo hace con su presencia masiva en el campo del voluntariado, acudiendo allá donde explotan conflictos o calamidades, tratando solucionar las causas absurdas que separan la minoría rica de la inmensa mayoría de los pobres o para ir al encuentro de millones de niños de la calle, drogadictos, personas explotadas por la prostitución, enfermos de sida, con la atención a los migrantes y tantos otros sufrimientos de nuestra época.

También la Iglesia se hace presente denunciando o colaborando para superar los nuevos imperialismos económicos, los colonialismos culturales, las diversas mafias, la falta de respeto a los derechos humanos, los daños ecológicos .... Sin embargo, siempre tendrá vigencia una afirmación del ex jefe de estado de la Unión Soviética, Gorbachov: " quien llega tarde, la historia lo castiga “.

¿Cómo evitar los atrasos?

Dios aun siendo un " conspirador " de la historia no actúa sino por medio de los hombres, respeta su libertad, su protagonismo, sus ritmos. En realidad, quien se escandaliza de los errores históricos de los cristianos nunca ha entendido la grandeza y la seriedad con la cual Dios toma la historia humana.

Para no repetir los errores del pasado, para no perder el tren de la historia, se necesita un constante trabajo basado en la solidaridad. Aprendiendo a pensar en unidad, por medio de la escucha de todos, también de los que no piensan como los creyentes.

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