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Armenia  |  15 octubre de 2019  |  05:50 AM |  Escrito por: Edición web

El Yipao, una tradición que se niega a desaparecer en Armenia

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Miguel Ángel Rojas Arias

El Desfile y Concurso del Yipao que vimos ayer en Armenia conserva la mayoría de las características con que se fundó este evento hace 31 años, y que le rinde homenaje al más tradicional transporte del Quindío. Sin embargo, la exhibición de Jeep de colección, dejó un sabor de inconformidad.

Antes del desfile, se había despertado una polémica, precisamente por la inclusión de los carros de exhibición, donde se planteaba por parte de los creadores de este concurso que ese elemento de exhibición era el principio del fin de una evento cultural y representativo de la región. El principal argumento era que el concurso y desfile se había creado para rendir homenaje al hombre del campo y su transporte, a su vivencia cultural cotidiana y, por tanto, la representación debería de ser auténtica, con elementos y personas del campo, no con personas disfrazadas ni payasos montados en los Willis.

Tanto la Fundación Territorio Quindío, organizadora del desfile, como los coleccionistas, respondieron diciendo que ni la tradición ni la cultura se terminaban, por el contrario se conservaba con la inclusión de la exhibición de colección. De nada sirvieron las protestas, y el desfile se hizo con los carros de los coleccionistas.

Sin embargo, para nadie es un secreto que cada vez quedan menos yipaos trabajando en el mercado cotidiano campesino de la región. Quiere decir que cada vez es más evidente su desaparición como transporte real en el Paisaje Cultural Cafetero. Lo que significa que el desfile de los Willis de colección este año, que pasaron después del desfile tradicional, puede ser el único que podamos ver en algunos años.

Una cultura viva

Es necesario mantener la cultura viva, real, del transporte en Willis en la región, para que se conserve el yipao como tradición. ¿De dónde proviene toda esta tradición? El Quindiano se lo cuenta:

La palabra yipao no existe en el diccionario de la Real Academia Española. Es un barbarismo que proviene del vocablo jeep, un tipo específico de vehículo, que se carga en forma exagerada. Son muy comunes los yipaos de montañeros, de plátano, de yuca, de café, o el popular yipao de corotos.

El jeep Williz es un vehículo tipo campero fabricado en los Estados Unidos con destino a la guerra. Culminadas la segunda guerra mundial y la de Corea, los norteamericanos se vieron inundados de estos carros y empezaron a venderlos muy baratos a los países del tercer mundo, entre ellos Colombia. Son vehículos livianos con carrocería pequeña, hechos para atravesar campos destapados, sin pavimento, caminar montañas rocosas, desiertos repletos de dunas, selvas pantanosas.

En Colombia fueron importados por don Leonidas Lara y sus hijos, especialmente con destinación al ejército, pues venían provistos de los elementos suficientes para la guerra. Al Quindío fueron traídos por los señores Antonio Jaramillo y Joaquín Londoño, quienes tuvieron los servicios del conductor Mario Jaramillo Arango, primer hombre que entró a la ciudad manejando un jeep Williz.

En esa época, años cuarenta, lo único que había pavimentado en Armenia eran una parte de la calle de Encima y un pedazo de la Calle Real. Lo demás, incluyendo todas las carreteras veredales e intermunicipales eran unos caminos de herradura que en invierno se volvía intransitables por la acumulación de fango. El Jeep de don Joaquín Londoño, piloteado por don Mario, resultó perfecto para andar esos caminos, y mientras más carga llevara, se comportaba mejor.

Se veía trepar las lomas de Calarcá repleto de campesinos que iban a coger café a las fincas. Un día, alguien le preguntó a don Mario cuántos hombres recolectores cabían en un jeep, y él contestó: “todos los que puedan poner su dedo gordo del pie en el piso del carro”. Pero mucho más sorprendente era verlo transportando bultos de café. O cargado de racimos de plátanos. Sólo se podían contar cuando los bajaran, porque nunca se estaba seguro cuántos transportaba.

Los Williz servían para todo, pero uno de sus más recurrentes trabajos fue transportar los corotos de la familia campesina de un lado para el otro. Allí cabían las camas, los colchones, los muebles de la sala, las bancas del comedor, las cobijas, la ropa, la silla mecedora, los tiestos de la cocina, los materos, la jaula con las gallinas y los pájaros, el marrano, el perro, el gato, los retratos de los abuelos, la bacinilla, el cuadro del sagrado corazón de Jesús, y en fin, todos aquellos trebejos y bártulos que se tenían en la casa se encaramaban en el jeep, incluyendo la pareja de campesinos con sus hijos. Todo lo que cargaba el jeep iba al aire libre, sin ser encapsulado en una carpa o cualquier otro elemento, y esa era la gracia que se concedía.

El jeep Williz ayudó al campesino en su lucha contra la montaña. Hizo los caminos, penetró la selva pantanosa y forjó la economía regional transportando los productos agrícolas y los hombres que los producían.

Los parroquianos empezaron a utilizar en su vocabulario el nombre de yipao para significar una cantidad de producto que querían comercializar. “Le vendo un yipao de plátano que traje de la finca”. “Le compro un yipao de yuca chirosa del Quindío para llevar a Bogotá”. “Tráigame un yipao de recolectores de café para ésta cosecha”. “Tengo un yipao de café para vender en Armenia”. Así, el nombre se popularizó y para nadie que viviera en el Quindío era extraño el vocablo.

Tuvieron que pasar 50 años para que alguien reconociera en estos vehículos y su carga una expresión típica de la región. En 1988, cuando la ciudad de Armenia estaba ad portas de cumplir sus primeros 100 años de fundación, el publicista John Jaramillo Ramírez propuso la creación del concurso del mejor yipao, y lo clasificó en cuatro categorías: café, productos agrícolas, transporte humano y trasteo o transporte de corotos. Las calles de Armenia se vieron inundadas de los más hermosos yipaos nunca antes vistos juntos, llevando en sus carrocerías la creatividad y el trabajo productivo de una raza.

Un año después, se habían creado concursos en casi todos los municipios del Eje Cafetero, Norte del Valle y hasta en Valledupar, la tierra del vallenato en la costa norte de Colombia. Es tan importante esta tradición que – a partir del concurso- el yipao se volvió un artículo de artesanías, en obras de arte, fue objeto de poemas y canciones que los vinculan con la posteridad.

A pesar del modernismo, en Armenia y en casi todos los pueblos del Quindío, se pueden apreciar pavoneándose por los caminos rurales y por las calles, como una expresión auténtica de nuestro folclor, pero que está amenazada. En todo caso, el Yipao es una tradición que se niega a desaparecer en el Quindío.

 

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