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Columnistas  |  22 octubre de 2019  |  12:05 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Colombianos contra colombianos

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Aldemar Giraldo

El pasado 8 de octubre, fecha en la cual Uribe compareció ante la Corte Suprema, para responder el cuestionario que habían preparado para él, por supuesta manipulación de testigos en contra del senador Cepeda, en la calle se enfrentaron dos manifestaciones, una a favor del expresidente y otra en contra de él. Hasta este extremo ha llegado el realismo mágico de nuestro país: los buenos contra los malos, los castrochavistas versus los demócratas, pero, en el fondo, lo que se busca es presionar a la Corte para que se haga la boba con las supuestas pilatunas de don Alvaro. Cualquier cristiano cae en la cuenta de que lo que se vivió fue una pelea entre colombianos; unos, tratando de defender a su amo y pastor y otros, el Estado de derecho que nos asegura la verdadera justicia.

La cosa empezó con misa, oficiada por el Centro Democrático, para orar por su jefe y, de paso, desearle suerte al enfrentar la Corte Suprema de Justicia; metieron a Dios en camisa de veinte varas, pues la cosa no está tan fácil y El se encuentra ocupado con otros problemas de los terrícolas; cuentan las malas lenguas que el Señor le ha dicho a Uribe, varias veces, que se defienda sólo, pues tiene más problemas que el álgebra de Baldor y más investigaciones que Colciencias. En el cielo están verracos, pues apareció una “reverenda”, haciéndose pasar por representante de la Congregación de las Carmelitas Misioneras; la bastantona, Adriana Torres, llegó de Medellín, lugar en donde trabaja en la Plaza Minorista, “recogiendo comida para los pobres”, la cual vende para lucrarse y engrosar su estómago. San Pedro, que es un poco preguntón, esclareció algunas dudas sobre la monja uribista: no es monja, el megáfono es prestado, es una vividora, la patrocinó el marroquinero Cortés, la echaron de la minorista, ha sido famosa por su racismo, su altanería y trampas. Que Dios me perdone, pero está revolviendo discursos mentirosos con letanías no sacras.

Si la memoria no me falla, estamos volviendo a la época poscolonialista descrita por Eugenio Díaz Castro en su novela Manuela; el tiempo se detiene y parece que se vuelve indefinido y con remedos de la patria boba; manuelistas y tadeistas se dan trompadas, a veces, sin saber por qué; las pugnas partidistas o grupistas volvieron al tablado; los gamonales y falsos caudillos recuperaron su papel protagónico, sintiéndose indispensables y mesiánicos. Cualquier divinidad es pequeña ante su poderío; sin ellos, Colombia se convertirá en Venezuela. Como decía mi abuela: “Algo peor que un corrupto es un ciudadano que los defienda”.


 

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