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Columnistas  |  27 octubre de 2019  |  12:05 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

Desentrañismos

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

Incitaciones en do mayor, paradojas en profuso relieve, exacerbaciones que agrietan paréntesis, intuiciones inquietas, antebrazos que se extienden hasta rozar dedos de dioses juguetones, vestigios perpendiculares al mundo vertiginoso de la hormiga, centelleos que reverberan caídas de polillas, restauración del siglo con sigilos incrustados en el abismo sin fin. Asombro por el instante de la mariposa que flota alrededor del olor, del sabor, de las veinticuatro horas en que el mundo nace, en que el mundo muere. Déjate atrapar lúdica de la literatura.

Error estético, matemático, ético, poético, moral, racista, exclusivista, ideológico, filosófico, carnal, dimensional, de la mitología al no describir el 90-60-90, en el cuerpo de alguna sirena.

Se le aplicó plusvalía al fruto prohibido.

Enigmático como un colibrí que se transforma en el ojo observador, la mirada en pájaro perdido, en la dimensión del estambre. Enigmático como el ayer sin nombre, como ceniza del mañana que jamás ha de producirse.

La raya no es el límite, el límite es quien no la salta.

Santificado sea tu deseo de morir, alter ego suicida.

No arrebatarle bananos al hambriento, amaos los unos a los otros, orangután.

Espesura del fanatismo, imposible de germinar en el huerto del pensamiento objetivo.

Solo el valiente de sí mismo practica la verdad, casta de gladiadores exóticos.

Genética de mi corazón, gracias por hacer posible que mi mente ame la morfología erótica de mujer.

Creo en el Dios que encarna la arboleda. Creo en la piedra, en el niño, en el juguete. Creo en el aerolito en el vaso de leche y la huella en el pastizal. Creo en el amor de la esquina donde se profesa el olvido. Creo en el agua que materializa el espejismo, en los labios cuarteados. Creo en las veinticuatro horas del paso perdido y el sitio exacto donde se hornea el día. Creo en el leño, en la ceniza, en el incendio que el pirómano nunca fantasea. Creo en la saliva y el pan que flamea el trigo. Creo en la sangre abandonada por las profundidades, de quien nunca me quiso. Creo en la brisa dentro del vínculo, en el devenir del eco, en las flores que perfora el rojo, en el tiempo de la muerte. Me acojo al olmo y a la hora propicia para no dudar.

Un quimérico anzuelo para pescar sirenas, ¿qué parte del cuerpo engarzará?

Mirar con compasión al usurpador de certezas, a través del primer hombre que imaginó a Dios.

Le rogó a Dios que le diera un Rolls-Royce, ahora es ateo…

Metáfora que supura sangre de su sangre, en el poeta que no lee.

Balancearse en una hamaca, fumar tabaco, leer un libro, esperar un terremoto, decir adiós al peregrino, luego sonreír al ver el vaivén de una brizna de pasto. Esto se llama amarrar a la perfección una hamaca.

El cadáver del “Todopoderoso” lo diseña el hombre que masturba su alma, cuando imagina un Dios dentro de una catacumba celestial.

El sigilo del oráculo atraviesa el alma de la pitonisa, que se funde en el humo.

Odio delicioso que desarrolla con garbo el realismo sucio.

Viajan en el lomo de la bondad, hasta que esta se vuelve yegua para el astuto.

El exilio, cruz que en ocasiones urge crucificarse en ella.

En medio del océano, pensamientos que beben ríos de un solo sorbo.

Vendo mi alma a cualquiera dios, a cambio de una mirada tierna.

Personas que necesitan ser engañadas para llegar a creer.

Se adoquina la noche con centelleos de luciérnagas.

Solo somos guiños que la eternidad reducirá al silencio.

 

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