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Cultura  |  16 noviembre de 2019  |  12:01 AM |  Escrito por: Rubiela Tapazco Arenas

Ancízar Castrillón Santa antes de la Guaca

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Esta crónica fue escrita por Luis Carlos Vélez, compositor de música colombiana.

Después de dejar atrás “un sitio muy bonito, de esos que…” embellecen al Quindío, Ancízar tomó asiento bajo una de la toldas que adornan los andenes de Circasia, y aceptó desandar el camino que lleva hacia su pasado…

Ubicó con precisión el año 1971 como inicio de su quehacer musical, “a los diez y ocho me enamoré de Gladys Esther Romero”, la quinceañera que llegó de visita al vecindario del barrio Paraíso, y que luego de insistir “con sentidos versos, no logré convertir su indiferencia, en deliciosos besos. Para ella compuse el primer bambuco Sin saber que nos queremos, que dice: Sin ser poeta yo escribo/mis versos porque te quiero/sin ser pintor yo dibujo/tu rostro en el firmamento”. Días después regresó a Ibagué, le envió más poesías, viajó a visitarla, y fueron novios de lejos.

Días después escribió su primer pasillo, Lo bueno de mi tierra. “Qué bella es mi patria/te invito a conocerla/a que cantemos juntos/el folclor de mi tierra…”.

Ancízar echó otro paso atrás en sus recuerdos. A los doce años, para ayudar a su familia consiguió empleo de monta llantas. Oficio que desempeño hasta el año mil novecientos setenta y uno.

“Me reunía con Carlos Trejos, que era dueño de la única guitarra del grupo, a zurrunguiar en la esquina de la escuela, hasta tarde de la noche. Creo que a los vecinos poco les faltó tirarnos desde un balcón baldados, de lo que sabemos”.

Aquellas noches de serenatas a la luna terminaron en la participación a un concurso de música en el antiguo conservatorio, que en ese entonces funcionaba en una casa ubicada en una esquina de la carrera trece con diez y seis. En ese concurso ganó el maestro José Ramírez. El maestro Luis Moreno participó con Son tristes los niños de hoy. En ese tiempo conoció a Medardo Garay, que al escuchar la canción que compuso, Niño campesino, bambuco, se entusiasmó tanto que lo patrocinó con cinco mil pesos para viajar a Envigado, a participar en un Concurso de música protesta. El pasaje valía diez y seis pesos. Obtuvo el premio al quinto lugar, pero Medardo no aceptó que lo compartiera con él. A Carlos Trejos le entregaron una placa y un muestrario de licores, unas botellitas. En esa época compuso otro bambuco, Cuyabro, y un vals, Senda gris. Quiso participar en el Mono Nuñez, pero no pudo romper el monopolio de Alfonso Osorio, José Ramírez, Jairo Baena, los Moncada, y otros que manejaba el concurso en Armenia. A los veinte años nadie le creía, y como pasa muchas veces, ni le creían ni le querían. Don Luis Moreno era punto aparte, inspiraba respeto en el medio musical con sus canciones Huellas, Negra linda. Admiraba mucho al maestro Moreno. Después de eso continuó trabajando como monta llantas en la calle primera, en un edificación vieja, donde hoy queda el Centro comercial Bolívar.

En cuanto sintió el olor del tinto, Ancízar amaga levantarse para comprar “un puchito para la nostalgia”, pero dijo:

“No, mejor no. Diana Granados me tiene en la mira. Si lo sabe…”.

Sin más palabras lo saboreó, y entre sorbo y sorbo se adentró en el ayer…

“Entre mil novecientos setenta y uno y setenta y dos, a la vuelta del monta llantas funcionaba el bar de Los inolvidables, conformado por Nelson Marín, Samuel Osorio, y Alfonso Arbeláez. Lo administraba un sobrino de Alfonso. Ahí conocí al maestro Luis Moreno. Recuerdo que vestía muy elegante y como cosa rara, no bebía. Cuando visitaba la taberna cantaba Negra linda, Son tristes los niños de hoy, Huellas, Mi equipaje. Bernardo Gutiérrez era cliente mío en el monta llantas, varias veces le despinché las llantas a su Power wagon. Era tanta mi afición a escucharlos que me regalaba para lavar vasos, trapear, acomodar las mesas. Ahí conocí a los Hermanos Oquendo, a Orlando Riveros, a Luis Moreno. Era un sitio exclusivo para personas del norte de Armenia: médicos, alcaldes, gobernadores. Tertuliaba con Nelson Marín. Un día le mostré a Bernardo Gutiérrez una de mis canciones, y me motivó a seguir escribiendo, depurando mis letras. Recuerdo que me dijo que debía escribir con pasión y calidad”.

Ancízar hizo un alto en su hilo de recuerdos para atender a dos jóvenes que se acercaron a conversar por unos minutos.

“¿En dónde quedamos?”, preguntó, una vez partieron. No esperó la respuesta y dio un salto en el tiempo:

“En el setenta y cuatro, al regresar de Venezuela, me volví cliente de Adecol. Pedía una botella de aguardiente, decía a los músicos que tenía escritas varias canciones y no me paraban bolas, pero no renuncié a la ilusión de escuchar mis canciones en sus voces. Pensaba que el bambuco que escribí en Venezuela, cuando me dio dolor de patria, me abriría las puertas de Adecol como compositor. Me pillaron la fiebre y lo que hacían era sentarse conmigo a pedir de mi cuenta, hasta agotar la botella. Me goteriaron sin descanso ni compasión. Me decían que volviera a los ocho días. Me manosearon a más no poder, y cuando pedía la cuenta me dejaban solo. Una noche me cansé de puchar, de que se aprovecharan de mi fiebre, y llegué a pensar en no escribir ni guardar mis canciones”.

Al levantar los pocillos vacíos, se hizo un nuevo pedido de pintaditos, el silencio tardó poco porque Ancízar continúo:

“Entre el setenta y dos y setenta y cuatro, en Barranquilla, todavía en mi oficio de monta llantas, supe del show de Esther Forero en que los participantes cantaban boleros conocidos. A Esther se le ocurrió un concurso entre dos grupos, uno de pianistas, y otro de música tropical. Participé con Indio tayrona, un ritmo costeño que ocupó el segundo lugar. Rafael Buelvas ganó el concurso, que fue patrocinado por la Compañía panameña de aviación, Copa. El premio, un viaje a Colombia para cantar en el Show de Jorge Barón. En el show de Esther conocí a Jorge Araque. Días después conocí al maestro Pacho Galán. Me invitó a cantar en su orquesta; ahí canté mi bolero Tropical y baladas de los setenta. Hizo arreglos para dos canciones mías y las cantó Abel García: Playero triste danzón, y Armenia Armenia, un porro”.

Después conoció otros sitios: La tunas, en donde cantaban mariachis. Por la noche, al salir del monta llantas viajaba en microbús a cambiarse de ropa para visitar un bailadero cercano a La silla coja. Allí pagaba el licor haciendo serrucho con los amigos. El sitio quedaba por la avenida de La cordialidad, cercana a la plaza de toros. Su turno en el monta llantas era de veinticuatro horas de trabajo y descansaba veinticuatro. Pasado un año fue a la zona de los músicos, por los lados de Almacenes Ley, donde encontró por sorpresa a Roberto, un pianista apodado El Tigre, que tocaba antes con Rubén Araque, que al verlo dijo: “¿Qué hubo paisa?”, y pasó a contarle que tocaba en la orquesta de Pacho Galán.

“De inmediato me invitó y como me gustaba parar oreja para aprender, terminé armando atriles, acomodando partituras, mandados a comprar empanadas, gaseosas para los ensayos. Araque cantó mi porro Armenia Armenia con la orquesta que dirigía Armando Galán Gravina, hijo de Pacho Galán. Cuando la escuchó, don Pacho preguntó: “¿De quién es esa vaina?”. Le dijeron que mía, y ordenó: “Cante otra vez esa vaina”. Montaron el porro, y a Playero triste, un danzón, le hizo arreglos el maestro Galán, para cantarlo en la gira que tenía programada por Nueva York. El maestro acostumbraba pintar las notas con colores. Me regaló la partitura, pero en tantas vueltas de aquí para allá, la perdí. El maestro Galán me invitó al ensayo que haría Abel García del bolero Imágenes, de Frank Domínguez, pero no dio bola. A Abel le decían El Indio. Entonces el maestro Galán me dijo: “Cántala tú”. A pesar del susto salí bien de la prueba. Me invitó a cantar otra y canté Son tristes los niños de hoy, del maestro Luis Moreno. Le gustó tanto que cuando dijo: “cántala otra vez”, la tuve que repetir varias veces. Terminado el ensayo dijo: “¿Tienes ropa de calle?”. Le respondí que la única que no tenía de calle eran las piyamas y se disgustó. “No me mames gallo paisa”, me dijo. Me asusté como un verraco, le dije: No le estoy mamando gallo maestro Galán, y me ordenó ensayar para la próxima presentación. Así me volví cantante, utilero, mandadero, y mamagallista. Para no perder la oportunidad ensayaba por mi cuenta tres veces al día Noche de ronda, de Agustín Lara; El ciego de Manzanero, La verdad siempre aparece, de Ribeiro y Justo, la misma que canta José Augusto…y mi Playero triste, con arreglos para bolero. Por mamar gallo le decía a mis compañeros que el maestro me ponía a cantar en las presentaciones para que se fuera la gente”.

En la orquesta del maestro Pacho Galán estuvo dos años, hasta cuando Abel García y Ciro Rodríguez le propusieron viajar a Venezuela.

“Eso fue en el setenta y cuatro. Allá me presentaron a Nelson Henríquez y encontré por primera vez al maestro José Barros. Recuerdo que vestía muy bien, siempre con saco de lino. También encontré a Molly Molly, que fue cantante de la orquesta del maestro Galán. Recuerdo la fecha exacta de llegada a Venezuela: febrero ocho de mil novecientos setenta y cuatro. Por Abel, Ciro y Molly supe que Venevisión y Radio Caracas competían por la audiencia. Venevisión presentaba el programa Sábado sensacional; Radio Caracas un programa de variedades, Sabadísimos, que pasaba de cinco de la tarde a diez de la noche. Cuando Venevisión presentaba a La Billos Caracas Boys, de Frómeta, Radio Caracas pasaba a Los Melódicos, de Renato Capriles. Vivía entonces en casa de mi hermano Hugo Castrillón, y no me perdía ese mano a mano. En los Melódicos cantaba Ciro Rodríguez. Pasaba de canal para ver cantar a Abel García y a Molly Molly. Por ese tiempo y en mis ratos libres, varios compañeros de trabajo me enseñaban carpintería en un taller de mi hermano Hugo. Allá en Venezuela viví catorce años al lado de mis hermanos Hugo, Gilberto, y Álvaro, que aún vive”.

Bajo la tolda hubo repetición.

En la Feria del Sol, en Mérida, programaban un mano a mano entre La Billos y Los Melódicos. Viajó con la ilusión de saludar a sus amigos. En barrio Llanito se hospedó en el Hostal Llanito, distante tres o cuatro cuadras del sitio escogido para la Feria. Allí se reencontró con Ciro y Abel. Cada uno por su lado: lo presentó a los maestros Renato Capriles y José María Frómeta.

dejó al maestro Frómeta Playero triste, el danzón. Supe que lo grabaron en una edición especial, que no se consigue. Con ellos estuve tres días de parranda, cargando utilería, armando atriles y viajé con ellos a Valencia a disfrutar en toques y bailes. Recuerdo que Abel me presentó al maestro Juan Vicente Torrealba, compositor entre otros temas llaneros, de Muchacha de ojazos negros, que lo canta Marco Antonio Muñiz, también a José Saravia que canta Ansiedad, le decían Chelique. Para conseguir mi entrada libre a espectáculos, Abel García me presentaba como compositor colombiano. Así de un sitio a otro conocí a Gualberto Ibarreto, Simón Díaz, compositor de Caballo viejo. Me hice amigo de Abel García que salió de la Billos y fue a la orquesta femenina La Propia, dirigida por Doris Salas, en donde Abel era el bendito entre todas las mujeres, que ensayaba y cantaba con ellas… y yo, pero de lejitos, siempre dispuesto a lo mío: cargar instrumentos, armar atriles, colocar partituras, y si era necesario hacer de mandadero. Mi participación en la orquesta del maestro Pacho Galán fue honrosa, pero sin salario. A veces recibía algún dinero para pagar mis pasajes en bus, o me llevaban en carro hasta la casa como pago por cargar equipos de sonido, atriles y utilero eventual. Con el paso del tiempo me aburrí y perdí hasta el sol de hoy, el rastro de Abel García, mi amigo de tantas aventuras. Me dediqué a escribir y guardar mi música colombiana puesto que sabía que en Venezuela era difícil darla a conocer. De la mano de mi hermano terminé de aprender carpintería, y por muchos años me convertí en su auxiliar”.

Ancízar guardó largo silencio, tomando impulso para otro de sus saltos históricos. Con tres dedos tamborileó la mesa y en sus palabras apareció el taller de carpintería de su hermano, escribiendo sus canciones en papel periódico, hojas de triplex, servilletas o hasta en las uñas, porque “usted también sabe que de no atraparlas en su momento, las canciones se van y no vuelven”.

En mil novecientos ochenta y ocho, después de catorce años ausente de su tierra, sufrió el accidente en el taller de su propiedad, navegó en la bonanza petrolera y capeó los altibajos de la economía venezolana bajo los gobiernos de Caldera, Pérez, Herrera Campins y Lusinchi; el primero de junio del ochenta y ocho Venezuela se acostó rica y amaneció pobre”, Ancízar regresó a Armenia con deseos de participar en el Mono Núñez, pero no supo cómo. Por esos días conoció a María Teresa Mendoza, que siendo santandereana, aún hoy apoya y promueve a muchos cantantes, compositores de música quindiana.

En 1990 Ancízar viajó a Buga para realizar un trabajo de carpintería. Los materiales se agotaron y sus empleadores consideraron que debía suspender su labor durante ocho días. Para no quedarse de brazos cruzados regresó a Armenia, en donde dedicó sus vacaciones forzadas a recorrer las calles, tomar tinto y charlar con amigos. Una tarde por los alrededores del Banco de la república tropezó con Hugo Moncada; a quien conocía, pero “él a mí no; me saludó, me invitó a tomar tinto en la cafetería La Orquidea; hablamos tanto que pasaron las horas y esa noche sufrí en bolsillo propio algo que después le oí decir muchas veces: “compra más un músico a caballo, mijo”.

Pagadas las tandas repetidas de pintado con pandebono y buñuelos, Ancízar dice que recorrió a pie el camino a su casa. “Otra vez me goteriraron”; debió buscar prestado para regresar a Buga.

“Lo bueno de la goteriada fue que Hugo Moncada me puso en contacto con María Teresa, y ella me citó a una reunión en el colegio Inem, para presentarme a Deiner Sergio Hurtado, Antonio José Restrepo, Pablo Emilio Díaz, Luz Ángela Jiménez, Victoria Eugenia Hernández, a Kirlianit y Magda, integrantes del Dueto de los hermanos Cortés”.

En la tertulia musical Ancízar hizo de espectador, pero una vez terminada fue invitado al apartamento de Luz Ángela, en donde María Teresa le pidió que cantara dos temas de su autoría.

“Canté cinco o seis, entre ellas tres que en ese entonces no tenían títulos y que después en otras reuniones, Ariel Ramírez Quintero bautizó Soy el café colombiano, Cuyabro, y Cuando se canta un bambuco”.

Antes de abandonar el apartamento, María Teresa le hizo prometer que a asistiría al auditorio Los Fundadores, de Comfenalco, en donde se llevaría a cabo la tertulia de Funmúsica. Acompañado por la guitarra de Deiner Sergio, y el tiple de Antonio José Restrepo, cantó Soy el café colombiano, y Cuando se canta un bambuco.

“En mil novecientos noventa y uno clasificaron en el Mono Núñez, Cuando se canta un bambuco, y La Guaca, defendidas por Voces y cuerdas y el dueto Cantares del Quindío conformado por el maestro Ernesto Riveros y Carlos Humberto Morales, llegaron a la final”.

Una vez Ancízar regresó de Buga, asistió a eventos musicales en Armenia.

“Vivía en mi casa cercana a la escuela del barrio Las acacias. Una tía de Carlos Alberto Sánchez, sabía que Hugo Cardona Fernández tenía un programa radial para cantantes espontáneos, presentado por Roberto Arias Estefan. En ese programa el maestro Riveros acompañaba a todos. Quise cantar Bonita, y Hágame un tiple maestro, pero el maestro, agotado, manifestó que no podía acompañarme. Me sentí un poco frustrado, pero un mes después recorriendo las calles, me encontré con él en la cafetería ubicada en la carrera quince, entre calles veintiuna y veintidós, en donde había sillas de montar, estribos, muleras, guitarras viejas, tiples, que servían de adorno. El maestro se disculpó por lo sucedido en el programa radial y de tanto que hablamos surgió la idea escribir una tema que reuniera guaqueros y músicos. Le dije que solo tenía el título. Al maestro Riveros le gustó la idea y nos despedimos. Esa tarde no me goteriaron”.

del anochecer, en casa, escribió. Llamó al maestro Riveros para leerle el texto y dos horas más tarde lo escuchó cantando el bambuco que Ancízar no sospechaba, serviría para desenterrar La guaca de canciones que estamparían su huella digital en la música colombiana.

Octubre, 20/19.

Luis Carlos Vélez Barrios. Integrante Taller de escritura Relata Quindío; tertulias Comfenalco, La estación.

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