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Cultura  |  01 diciembre de 2019  |  12:31 AM |  Escrito por: Edición web

Crónica: Amigo, mirón, únase al montón

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Escrita por Johan Andrés Rodríguez Lugo, Fotos: Sebastián Doncel.

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo. [Gabriel García Márquez]

Calarcá podría ser este pueblo, o Circasia, o Salento, o incluso el país completo. Este fue el primer cuento que leí, y me aprendí, y narré. Un cuento corto en el que se muestra la forma en que un rumor puede terminar completamente con la tranquilidad de un grupo de personas, incluso, terminar quemando todo un caserío por miedo a eso que supuestamente va a pasar.

Desde el 21 de noviembre las jornadas de movilización a causa del paro nacional han invadido las calles de Colombia, las capitales, los municipios y, por supuesto, Calarcá, un pueblo pequeño donde no sucede nada, o bueno, no sucede mucho. Y esto es quizás la causa de que mientras un grupo de jóvenes, muchos de ellos aun de colegio, hayan decidido emprender una jornada de movilización en el municipio, muchos ciudadanos los miren, nos miren, con terror, angustia, desprecio y curiosidad.

No somos muchos, pero no por eso las banderas no se ondean o las cacerolas no suenan o la policía no nos acompaña. Llevamos una semana caminando y resistiendo. Cada día cambiamos la ruta, cada día se nos unen más personas y cada día el miedo se trata de minimizar. Debido a las noticias nacionales, a los vándalos, a los desadaptados que aprovechan estos momentos álgidos en el país para cometer actos repudiables, los jóvenes en Calarcá iniciamos jornadas de pedagogía y concientización de la problemática que nos aqueja.

Queremos crear cultura, enseñarle al municipio que exigir derechos no es de izquierdas o de derechas, sino de ciudadanos. Mostrarles a todos los vecinos que nos miran con terror desde sus ventanas que esto también es asunto de ellos. Calarcá se ha caracterizado por ser tierra de poetas, escritores, artistas, bailarines. De rebeldes. Sin embargo, muchas generaciones se acomodaron, se perdieron, se acostumbraron a vivir igual, a pretender que lo normal es lo bueno y que no hay que molestar al vecino y que no hay que cerrar las calles, a no ser que haya una procesión o un desfile militar. Queremos devolverles a los habitantes de Calarcá esas ganas de lucha que tanto alardean llevar en la sangre por el ancestro Karlaká. De eso queda muy poco, casi nada.

No somos delincuentes, como muchos nos han llamado; tampoco somos vándalos como los comerciantes nos han acusado; no somos mamertos, ni izquierdosos, ni malos. Somos jóvenes, estudiantes, trabajadores, habitantes de este pueblo que día a día lucha por cambiar las condiciones que nos han mantenido invisibilizados debido a esa política descarada que sin temor a nada se ha robado la esperanza y los sueños de sus vecinos. Luchamos por la educación, por el trabajo, por nuestros derechos. Queremos que ese solo 5% de la población calarqueña que logra acceder a educación superior aumente, y no solo eso, que sus egresados se puedan quedar y fortalecer el municipio, que no se tengan que ir a producir dinero a otras ciudades y volver en diciembre o en julio para durar tres días en las fiestas del café.

No es mucho lo que pedimos, tampoco es algo extravagante, solo que nos acompañen, que se nos unan, que hagan sonar esas cacerolas, que entiendan que este municipio tiene mucho por hacer, por cambiar, por mejorar, que quienes nos miran desde las ventanas de las casas, de los edificios, de los negocios no hablen entre dientes sobre lo feo que se ve o lo incómodo que se escuchan esos muchachos que marchan y se paran al son de nada en el parque de Bolívar cada noche a las 7: 30 p.m.

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