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Columnistas  |  05 diciembre de 2019  |  12:39 AM |  Escrito por: Agostino Abate Pbro.

Reflexiones de un colombiano adoptado

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Agostino Abate Pbro.

En 1978 llegaba desde Italia al Quindío y mis primeros tresaños transcurrieron en Pijao pueblo ubicado en la ladera occidental de la Cordillera Central. Me encantaba pasar los días de miércoles a sábado recorriendo, cada semana, una a una las veredas del municipio. Me impactaba la acogida tan amable que ofrecía la gente. En el campo no se veía pobreza y menos miseria. Fue un impacto extraordinariamente positivo para mí que había nacido en el campo. Como si al llegar a Colombia, únicamente hubiese cambiado el entorno de los viñedos piamonteses con los cafetales quindianos. Ambos paisajes   declarados patrimonios de la humanidad por la Unesco. 

Después de tres años dejé el ambiente campesino de Pijao para volverme citadino, aunque esto no fuera del todo así,pues la vida en la Armenia de entonces no era muy distinta ala vida del campo. Más tarde comenzó mi trabajo en la Universidad del Quindío. Hace 30 años. La Universidad era un hervidero no solo de voces sino también de ideas e ideales.

Volví a interesarme del campo cuando asumí la dirección de la Pastoral Social Diocesana. Ha sido una experiencianegativa muy impactante el descubrir que en el campo de los municipios de la cordillera no solo no hubo progresos, sino que se dieron sendos pasos atrás. De hecho, encontré mucha pobreza. Abandonados por las entidades gubernamentales que cacarean que cada año invierten miles de millones en el campo y hasta hacen alarde de eso. Abandonados por los gobiernos de turno. Para darle sustento a esta afirmación es suficiente hacer memoria del recorte que se le ha hecho en el presupuesto nacional del 2020 al Ministerio de Agricultura.

Lo anterior explica por qué la Pastoral Social de la Diócesis de Armenia esté presente en los municipios de la cordillera quindiana acompañando a varias comunidades rurales con programas centrados en la prevención del desplazamiento del campo, beneficiando pequeños propietarios de tierra, arrendatarios, jornaleros, cosecheros y administradores de fincas y haya promovido la formación de empresas comunitarias legalmente constituidas que producen parte de la alimentación a sus integrantes y que permite además la comercialización de los excedentes de cosecha. 

También la universidad ha cambiado desde cuando entré en ella por primera vez en 1990, pues cada semestre aumenta el número de los estudiantes y disminuye el de los universitarios. Me explico, aumenta el número de losjóvenes que van a clase, pero disminuye el de los que hacen vida universitaria. Concentrados en sus estudios, logros, dificultades y problemas viven al margen de una auténtica vida social. A muchos no les interesa ni la paz, ni la guerra, ni la política, ni la religión, ni la derecha, ni la izquierda, y menos lo que está pasando en las regiones más atormentadas del planeta. Sin embargo, debo confesar que algo ha cambiado en los últimos tiempos.

En la universidad siempre he buscado favorecer la apertura no solamente al conocimiento académico sino al conocimiento del otro, a la apertura al otro sin importar el color político, la forma de pensar o de creer, resaltando que lo que vale es el hombre y su necesaria conexión al mundo.Lo anterior mediante programas sociales implementados y llevados adelante como la creación de las residencias estudiantiles que han permitido una convivencia de jóvenes provenientes de las distintas partes del país, el restaurante universitario, el apadrinamiento internacional y nacional de estudiantes y otros. Han sido miles los jóvenes escuchados,acompañados y ayudados.

Muchos de estos tal vez nunca supieron que el queescuchaba con toda la atención sus narraciones, a veces dispersas, a menudo disimuladas o incontroladas, a veces inquietantes, sorprendentes o irreverentes en una oficina de un psicoorientador, era un sacerdote católico. Pues estoy plenamente convencido que no es ni ético ni cristiano hacer proselitismo religioso o político aprovechando la necesidad que tiene el otro.

En ningún caso estas narraciones fueron dignas de ser desoídas, ocultadas, maquilladas o minusvaloradas, aunque fueran preámbulo de una despedida para una aventura hacia el monte. Por muy dispersas que parezcan, por muy poco consistentes u ordenadas sean sus ideas, sé que lo narrativo tiene la virtud de ser carne y carne viva donde el joven se reconoce y se expresa, articulando así su manera de ver a sí mismo y al mundo. Y nunca he pensado que escucharlos, sin mirar el reloj, fuera tiempo perdido. Hubo quienes que, a los años volvieron del monte reintegrándose a la vida civil, con ellos continúan nexos de amistad.

Desde mi experiencia puedo afirmar que el país está lleno de profesionales abiertos a trabajar por el diálogo y la reconciliación entre colombianos y así mismo opinan las actuales jóvenes generaciones, aunque manifiesten y con razón, ser totalmente escépticas con respeto a la capacidadde que el actual mundo político y sus líderes estén a la altura para acompañar este proceso.

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