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Armenia  |  11 diciembre de 2019  |  02:01 AM |  Escrito por: Edición web

Armenia, una ciudad que se acostumbró a no tener alumbrado navideño

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Por Armando Rodríguez Jaramillo

Es un hecho que la cultura se expresa en tradiciones y costumbres que definen comportamientos y formas de ser, creencias y valores, cosmovisiones y narrativas, y celebraciones y manifestaciones artísticas. En fin, la cultura nos aporta características propias, identitarias por demás, que dan arraigo y razón de ser.

Es por esto por lo que la celebración de la navidad es sinónimo de disfrutar y compartir, encender velas y faroles, armar pesebres y árboles de navidad, embellecer casas y lugares de trabajo, rezar novenas, jugar a los aguinaldos, dar regalos y obsequios, preparar comidas y viandas especiales, celebrar la noche de navidad y rematar con la de año nuevo, y reencontrar familiares y amigos. Así de simple, la cultura es identidad.     

Ahora bien, ¿qué pasaría si no tuviéramos estas tradiciones? Pues que nuestra identidad se diluiría y posiblemente nos convertiríamos en personas poco singulares, sin nada que nos convoque, sin motivos para reunirnos a celebrar, sin alegrías ni recuerdos. Y yo, armenio raizal, me resistiría a vivir de esta manera.

Siendo que la cultura es una expresión de los pueblos, esta debería ser interpretada, preservada y cultivada por sus dirigentes, en especial por sus gobernantes, pues en esto se basa una buena parte de la cohesión social. De ahí que no basta con disfrutar en familia las fechas especiales, sino que también es necesario que los gobiernos hagan lo suyo y engalanen la ciudad para que nos animemos a salir a los espacios públicos, parques, calles y avenidas.   

Armenia sin alumbrado.

Sin embargo, mi ciudad es de contrastes. Mientras que los cuyabros nos empeñamos en decorar nuestras casas con motivos navideños y en adornar las fachadas de residencias y edificios con luces centelleantes, mientras que los comerciantes hacen lo propio con sus negocios y los centros comerciales se esfuerzan por hermosear sus interiores y exteriores con el fin de crear un ambiente para que la gente viva el espíritu decembrino y haga sus compras, mientras que hoteles, restaurantes y alojamientos rurales se preparan para recibir turistas nacionales y extranjeros en la temporada vacacional más importante del año, la alcaldía y la institucionalidad pública parecen haber decidido bajar el interruptor y desconectarse de la ciudad y sus habitantes. 

Es inaceptable el poco aprecio oficial que por las tradiciones se tiene en Armenia. Y más aún, que haya tanta indiferencia gubernamental con el alumbrado decembrino, apatía que encontró su máxima expresión en los últimos dos años y que pareciera que empieza a dejar huella en el espíritu cívico a juzgar por las pocas las voces de rechazo a esta dejadez oficial. ¡Qué falta de compromiso con la ciudad! ¡Qué desprecio con las costumbres navideñas y de año nuevo! ¡Qué poca solidaridad con los armenios! Parece que no sintieran la ciudad que gobiernan, que no se dieran cuenta de la importancia de adornarla para generar un ambiente que invite a los ciudadanos a salir, compartir y adquirir sus regalos en el comercio local, que no se percataran que al Quindío llegan cientos de miles de turistas a pasar la temporada de fin de año que podrían visitar a Armenia para conocerla, divertirse y comprar.

A propósito del tema, me llegan a la mente dos citas. La primera se está en el Eclesiástico, libro apócrifo del Antiguo Testamento escrito por Jesús ben Sira, que reza: «Cada pueblo tiene el gobierno que se merece». No obstante ser considerada una verdad irrefutable, en nuestro caso no aplica, ya que los armenios no merecemos los últimos mandatarios que hemos soportado pues tenemos más ciudadanía que gobierno, solo que estamos atravesando por un bache de nuestra historia.

 

La segunda cita es la célebre frase de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton durante la campaña que en 1992 lo llevó a la Casa Blanca, derrotando a su contrincante George Bush, padre, que había concentrado su estrategia en los éxitos de la política exterior estadounidense y no en los problemas cotidianos y de las necesidades más sentidas de los ciudadanos. La frase «¡Es la economía, estúpido!» es recordada cuando los gobiernos tienen como único argumento la existencia de problemas presupuestales para no hacer lo que deben hacer,dejando de lado instrumentos de reactivación económica, como lo es, en el caso que nos ocupa, el alumbrado navideño. 

 

En última instancia, si la administración municipal es poco sensible a las tradiciones de fin de año, entonces que mire esta temporada desde la perspectiva económica ya que es el mes más importante para el comercio y el turismo. De ahí que la alcaldía debió jugársela por iluminar y embellecer la ciudad, por hacerla atractiva y agradable para que propios y visitantes se sintieran contagiados de la magia de la navidad y estimulados a hacer sus compras de fin de año en Armenia dinamizando la economía y el empleo. No cabe duda de que destinar recursos públicos para el alumbrado decembrino es una excelente inversión para una ciudad, o si no que lo diga Medellín.

 

@arj_opina

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