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Columnistas  |  18 diciembre de 2019  |  03:48 AM |  Escrito por: Jaime Lopera

La Historia y el Conservatismo Ilustrado de Caldas

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Jaime Lopera

Acabo de recibir, y de leer de una sentada, el libro “Caldas en la Pluma de los Historiadores” de Ángel Maria Ocampo Cardona, libro de la Secretaría de Cultura que agradezco no solo por la enorme perspectiva cultural que ofrece sobre ese Departamento, sino también porque me sugiere algunas reflexiones que te quiero compartir a vuelapluma ahora que las chispitas navideñas iluminan nuestra memoria.

Hay una afirmación de Ocampo que me llama la atención: en cierto momento de la historia caldense hubo un interregno de los años 40 y 50 durante el cual los historiadores “entraron en sus cuarteles de invierno”. Creo adivinar la razón de este paréntesis con una hipótesis que he venido trabajando sobre el concepto de “el conservatismo ilustrado” que reinó en Caldas durante un arco de tiempo significativo.

En efecto, por un tiempo la política y la economía dominaron en el panorama caldense y casi se diría que opacaron las demás disciplinas en el ambiente cultural de la región. Alzate Avendaño y Londoño Londoño, Aquilino Villegas, José Restrepo, Silvio Villegas y Castor Jaramillo cumplieron un importante papel en el desarrollo del conservatismo por su posición altiva frente al grupo bogotano de Laureano Gómez y sus aliados. Pero además surgió una clase de economistas (más abogados que economistas, pero empíricos en esta profesión) como Hernán Jaramillo Ocampo, Antonio Álvarez Restrepo, Augusto Ramírez Moreno, German Botero de los Ríos, Arturo Gómez Jaramillo, Hernán Uribe, principalmente, quienes en diferentes periodos incidieron en la política económica de la administración de Ospina Pérez y de Pastrana. Un grupo extraterritorial de intelectuales caldenses cuyo enlace o articulación con el grupo territorial de los “azucenos” del Club Manizales era incuestionable.

Ese conjunto de personajes, cultos y elocuentes, fueron designados por los medios bogotanos como los grecocaldenses, y luego en forma paródica como los grecoquimbayas. Y así fue como el asunto de las Identidades de la que hablaba Otto Morales tomó cuerpo en esta generación manizaleña y se llevó de calle lo que hacían, mal que bien, los quindianos y los pereiranos. Le dieron buena imagen a Caldas y ese hecho, por añadidura, también nos daba cierta importancia a sus vecinos. Solo que cometieron el pecado de mirarse demasiado el ombligo y se olvidaron que en Risaralda y en Quindío ya comenzaban a escucharse voces de repulsa al centralismo de la capital caldense que desembocaron en lo que ya sabemos.

Esta es mi explicación del retiro de los historiadores (y su regreso en buena hora con la Academia, con Hoyos Editores, con Vicente Arango y con Impronta y esa pléyade de escritores que reseña este libro) que celebramos con entusiasmo. Pero me queda una duda final al ver que Ángel María Ocampo inexplicablemente omite el trabajo breve pero sustancioso de Rogelio Escobar Ángel que, por lo menos a mí, me dio muchas luces de introducción al tema de la colonización  antioqueña.

 

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