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Cultura  |  06 enero de 2020  |  12:49 AM |  Escrito por: Edición web

Relato: Los combos del champú

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Este texto fue escrito por Diana Carolina Montoya, integrante de la tertulia Café y Letras Renata.

A mi familia le tocó muy duro al principio aquí en el barrio, porque había una cosa que los muchachos llamaban combos. Eran grupos de jóvenes que querían liderar, dirigidos por diferentes personas y cada cual quería mandar a su manera, eso trajo violencia al barrio. La situación fue muy crítica porque a raíz de las diferencias entre ellos, que en su generalidad querían tener el poder mediante la fuerza, se formaron las peleas y por ellas la comunidad resultó afectada.

La necesidad de los vecinos que querían obrar de manera legal, los hizo unir y pedir apoyo a la policía, pues el miedo ya no nos dejaba salir en la noche. Los atracos eran seguidos, uno de mujer no podía salir sola. Gracias a la comunicación con la Policía, una entidad donó alarmas para comunicarnos entre vecinos cualquier anomalía, pero los muchachos de los combos las dañaron y el ambiente se hizo más pesado.

Al barrio no entraban taxis, si uno abordaba un carro de servicio público en el centro y le decía que iba para La Mariela, le respondían que solo llegaban hasta el CAI de la avenida, o por mucho hasta el puente. La ruta de buses solo llegaba al barrio hasta las seis y media de la tarde, porque recién fundado el barrio llegó una gente de la calle cincuenta vendiendo vicio, armada y que patrocinaba a los combos para que pudiera sostener su guerra con los otros.

Cuando entregaron las primeras casas, el alcalde era el doctor ALVARO PATIÑO, a quien le tocó el desalojo de una invasión que había en el sector y después de eso ayudó mucho a la comunidad. No recuerdo si fue por su gestión, pero al poco tiempo empezaron a venir profesores de la Universidad del Quindío, entre ellos una docente que a pesar de que la atracaron, siguió ayudando a los muchachos que querían salir de esa vida de delincuencia y persistió con sus enseñanzas durante un buen tiempo.

Cuando llegamos, yo era muy tímida. Estudiaba en el INEM y tenía que llegar a pie, no solo porque los buses no entraran al barrio, sino por la situación económica de la familia. Fue cuando resulté víctima fácil de un combo de niñas que como decían ellas mismas, “me la montaron”, por el simple hecho de haber conversado con un muchacho, que según supe después, era el novio de una de ellas.

Cuando me veían, todas en grupo me insultaban, me amenazaban y a veces hasta me agredían gritándome:

– ¡Perra! ¡Zorra! ¡Quitamaridos!– Yo lo único que hacía era llorar porque todas ellas me producían un miedo terrible.

Un día, mi hermanita menor, que no era tan boba como yo, me dijo que tenía que defenderme porque de otra forma no me las iba quitar de encima nunca y trató de enseñarme a pelear, además me regaló una navajita pequeña, que la verdad, yo nunca usé. Las cosas siguieron así durante unos dos años más, hasta que llegó la tarde en que me decidí porque ya estaba cansada de que me quitaran las cosas, me insultaran y me agredieran sin razón.

Ese día cuando me vieron, empezaron, como de costumbre a hostigarme, y entre las cosas que les oí, la que me hizo reaccionar fue que una de ellas dijo dispuesta a cumplir con lo que decía:

–A esta perra debiéramos hacerle la vuelta del champú­–, yo ya sabía en qué consistía el tal champú, era echar en el pelo de la víctima dos o tres clases de pegante, de tal manera que la única que le queda a uno es mandarse a calvear para recuperar el cabello. Pedí ayuda a mi Dios, que es muy grande, me recogí el pelo, y para usar su mismo argot, “me les paré” con decisión, y me agarré a pelear con una de ellas.

Todo el mundo en el barrio se dio cuenta del problema, alguien fue y le contó a mi mamá y ella se apareció con un machete en la mano, le dije que eso tenía que arreglarlo yo, porque ella no iba estar todos los días y a toda hora defendiéndome, entonces salió de entre ellas una de las peladas del combo y habló a favor mío.

–Esa pelada es bien–. Dijo –Cuando alguien le pide un favor ella colabora y debe ser hasta buena amiga.

Después de ese día empezaron a respetarme y se volvieron, no puedo decir que amigas, pero si buenas vecinas.

Gracias a Dios, esos tiempos de violencia ya es cosa del pasado aquí en La Mariela, porque ya no roban los cables de los teléfonos, ya no hay atracos y los muchachos jóvenes pueden estudiar más tranquilos, ya se puede adelantar actividades tendientes a mejorar la convivencia sin que los combos se opongan.

De mi parte, seguí mis estudios; en la actualidad soy dirigente comprometida con mi barrio, a través de la Junta de Acción Comunal ayudo a quien necesita y como vamos, creo que podemos ofrecer una vida diferente a nuestros jóvenes, para que no sufran la violencia que nos tocó vivir a nosotros.

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