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Columnistas  |  16 enero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Celina Colorado

La violencia de Estado, una historia que se repite en Colombia

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Celina Colorado

Primero llegaron a Trujillo, Riofrío y Bolívar en el Valle del Cauca, en 1986, y asesinaron a 245 personas. ¿Quiénes eran los muertos? Campesinos de la región. ¿Por qué los mataron? Por ser sospechosos de colaboración con la guerrilla. ¿Quiénes cometieron los crímenes? Una alianza entre los narcotraficantes Diego Montoya alias Don Diego y Henry Loaiza, alias El Alacrán, junto a miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.

Después fue la masacre de la Mejor Esquina, en Córdoba, en abril de 1988 , donde asesinaron a 27 campesinos, incluyendo varios menores, por parte del grupo paramilitar los Magníficos. Los acusaron de ser sospechosos de ayudar al EPL . Más tarde, en mayo de 1992, se perpetró el exterminio de Caño Sibao, Meta , en donde fueron asesinados por paramilitares seis funcionarios del municipio El Castillo, por pertenecer al partido de izquierda UP.

Vino luego Mapiripán, también en el Meta, en julio de 1997 , que le costó la vida a un número no determinado de ciudadanos en manos de grupos paramilitares . Según declaró Mancuso , jefe de las AUC, los paramilitares habrían sido favorecidos por organismos de seguridad del Estado. Más adelante fue la masacre de El Aro, en Ituango , Antioquia, cometida en octubre de 1997 . En esta masacre perdieron la vida 15 campesinos en estado de indefensión. También se les acusaba de ser sospechosos de ayudar a la guerrilla.

Y llegó lo indecible, el horror: la masacre de El Salado, en los montes de María , Carmen de Bolívar , en febrero del 2000 , cometida por el Bloque Norte de las AUC con complicidad de organismos de seguridad del Estado, donde fueron torturados , degollados y decapitados más de cien campesinos en estado de indefensión, entre ellos una niña de seis años y una mujer de 65. Según testigos, los paramilitares desmembraban y torturaban a los pobladores con motosierras , destornilladores, piedras y maderos mientras bebían licor saqueado de las tiendas, violaban mujeres, jugaban fútbol con las cabezas de los decapitados, ahorcaban jóvenes y apaleaban ancianos mientras escuchaban música a alto volumen. Las víctimas fueron acusadas de ser informantes de la guerrilla. Y en el 2001, la masacre de Chengue, Sucre. Y siguieron más, muchas más, incluso en el 2008, todavía se registraban con la misma crueldad, a pesar de un proceso de paz del entonces presidente Uribe con los paracos.

También cambiaron de estrategia. Los asaltaban en sus casas y se los llevaban. Los muertos están en las miles de fosas comunes que todos los días descubre la Fiscalía en el país. Y los familiares fueron desterrados de sus predios. Tierras que pasaron a manos de los paramilitares. Poco tiempo después, acusaron de la misma sospecha a los militantes de los partidos de la oposición, como el Polo Democrático, y miembros del partido Liberal. Después, inculparon de lo mismo a los miembros de la Corte Suprema de Justicia. Y frente a las movilizaciones y paros del año pasado, a los estudiantes de las universidades públicas y a los líderes sociales. En los dos últimos años completamos más de 300 líderes y  excombatientes de las exFarc asesinados. Lo malo es que los acusan, ya no de pertenecer, sino de haber pertenecido a una guerrilla que se acogió a un proceso de paz en el gobierno de Juan Manuel Santos.

Lo malo es que primero los acusan de sospechosos de ayudar a las guerrillas y después los matan, como ya sucedió con los campesinos en la última década del siglo XX y la primera de este siglo XXI. Y sospechoso es todo aquel que disiente del gobierno, que se atreve a pensar diferente, que no comulga con las ideas del presidente. ¡Qué Peligro, Dios mío! Por eso, el problema no es la capucha de los estudiantes en las universidades, ni las marchas, ni el propio rótulo de líder social, el problema es la intolerancia y la paranoia que ha invadido el país, en la más voraz polarización política nunca antes vista en Colombia, en la lucha por ganar el poder.

Una guerra que el poder, que le está costando la vida a medio país de inocentes, como ya sucedió en el pasado. La historia se repite, lo bueno y lo malo. Y como la nuestra ha sido una historia de violencia, pues esa es la que repetimos cada año.

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