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Columnistas  |  22 enero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Luis Antonio Montenegro

¿CAMBIO CLIMÁTICO O CRISIS TOTAL? (II)

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Luis Antonio Montenegro

APUNTES DE UN VIEJO NECIO QUE OBSERVA LA MUERTE DE LA TARDE 

DETRÁS DE LAS MONTAÑAS.

“Su hambre insaciable devorará todo lo que hay en la tierra 

y detrás suyo dejarán tan solo un desierto”

CARTA DEL JEFE SEATTLE DE LA TRIBU SWAMINSH 

AL PRESIDENTE DE LOS EEUU, FRANKLIN PIERCE. 1854

Acusar al hombre como especie de la Crisis Climática es engañoso, o cuando menos impreciso. Es más, ésta es otra de las formas como los aparatos mediáticos del Gran Poder distorsionan la causalidad de la Crisis. No sólo negándola. No solo haciendo creer que los problemas de contaminación son locales, limitados a ciertas zonas, y no un problema que afecta a todo el orbe. La generalización, a toda la humanidad, de la responsabilidad del “Cambio Climático” es otra forma de distorsión, tal vez la más importante. Decimos en términos genéricos que vivimos la sociedad del consumismo, la civilización del automóvil. Cosas así. Anodinas. El primer pozo petrolero fue perforado por el coronel Edwin L. Drake en 1859 en EEUU. Su valor estratégico en la economía global, en el desarrollo militar y en el poder político, se da tras el progreso de la industria petroquímica y la invención del motor de combustión interna, en los albores del siglo XX. El universo del plástico surge del avance de la petroquímica y potencia la explotación petrolera. Crea la sociedad de los autos y de los hidrocarburos. La industria petrolera, la petroquímica, así como la enorme industria del automóvil y demás vehículos movidos por la energía generada a partir de los hidrocarburos, es controlada a nivel mundial por unas pocas empresas. Unos pocos reciben los beneficios de esas industrias. Y miles de millones son los consumidores. Esos pocos fabrican a borbotones plásticos en miles de formas, fabrican llantas, fabrican automóviles y sus partes, cueros sintéticos, productos para la construcción, productos industriales, productos para la vida diaria, productos necesarios, productos inútiles, todo en cantidades exorbitantes. Inundan el mundo con ellos. Literalmente. Las mayorías de la población, las consumimos y luego nos queda el problema de los deshechos, de la basura. Tenemos que pagar de nuevo a esos mismos poderosos para que nos ayuden a deshacernos de la basura. A incinerarla, a disponerla en valles y montañas. No toda. Una gran parte de ella va a parar al océano, a los ríos, a los lagos. Precisamente en las áreas de los países más pobres. Se afirma que ya no existen peces en el mar que no contengan en sus entrañas miles de micro plásticos. Otros poderosos arrasan bosques para sembrar soja. Miles de hectáreas. O para hacer monocultivos de palma africana, o de maíz, o de sorgo. O para criar enormes hatos ganaderos. O para explotar metales o minerales, en forma legal o ilegal, no importa. Cuando no para sembrar coca, marihuana, opio. Hectáreas de bosque, asesinando miles de formas de vida, arrebatándole su hábitat a cientos de animales, rompiendo el mágico ciclo de la absorción de CO2 y generación de oxígeno vital. Se arrasan bosques para explotar sus maderas. Se inundan valles para crear represas y generar energía. Se excava la tierra, se destrozan montañas y hurgan sus entrañas para extraer el oro, los diamantes, el litio, el cadmio, el cobre, el aluminio, el coltán. Las fotos reseñan los paisajes que quedan de esas explotaciones mineras, como un tétrico estropicio de avalanchas, de terribles tsunamis, de frenéticos topos. Se usan las tierras para cubrirlas con concreto y hacer carreteras y parqueaderos y edificios colmenas para densificar la vivienda humana. Todo por el incontrolable y mezquino impulso de acumular ganancias, de atesorar riquezas. La sabia premonición del jefe Seattle lo dijo con claridad: “Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Tanto le importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera, pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle nada. Roba a la tierra aquello que pertenece a sus hijos y no le importa nada. Tanto la tumba de sus padres como los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra y a su hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos o collares que intercambian por otros objetos.” (1)

Y aquí nos encontramos con otro elemento clave. Se ha creado una enorme mentira mediática que todos aceptamos de buen corazón. Nos han hecho creer que la responsabilidad de la Crisis Climática es de todos. ¿Acaso todos fabricamos plásticos a torrentes? ¿acaso todos tenemos grandes industrias contaminantes? ¿acaso todos tenemos millones de hectáreas con plantaciones de monocultivos? ¿acaso todos inundamos los mercados con millones de llantas? ¿con baterías? ¿acaso todos ahogamos la atmósfera con millones de toneladas de CO2 emitidas por nuestras fábricas? ¿acaso lanzamos las bombas nucleares que envenenan el aire? ¿o producimos y usamos el glifosato, los pesticidas, el plomo, el uranio empobrecido, los químicos prohibidos de las guerras provocadas, más pesticidas, más químicos, mercurio, nubes de mentira y lluvias artificiales, fabricadas con químicos, lluvia ácida?   No. Es sencillo. Con su propaganda, los dueños de las riquezas planetarias han diluido sus responsabilidades como los auténticos causantes de la Crisis. Por eso la esencia del problema no cambiará, las causas seguirán vigentes así todos los habitantes del planeta hagan las tareas domésticas para cuidar el ambiente. Clasificar las basuras, cuidar el consumo de agua y energía, etc. No será suficiente. Un cáncer avanzado no se cura con aspirinas. Esas tareas son útiles, deben ser parte de la cultura humana cotidiana. Pero las causas de la crisis seguirán vigentes. Los grandes destructores seguirán su tarea depredadora. Porque el problema radica en el modelo de explotación de los recursos de la tierra. En la irracionalidad de su esencia. En la forma desequilibrada e injusta en que se distribuyen los beneficios de esa explotación. En el destino final de las riquezas acumuladas, dirigido a la ampliación y perpetuación de ese sistema. El problema lo genera una sociedad que explota los recursos como si estos fueran infinitos. El problema está en el alma de un sistema que todo cuanto toca lo convierte en mercancía y cuya única ética y motor vital se llama ganancia.  Un modelo amparado por una ideología especista, antropocéntrica absoluta, que ubica al hombre por encima de todas las demás especies y por encima de la propia naturaleza, elevándose sobre ella con su pizca de inteligencia, y con las prepotentes alas de la tecnología, ya no como un homo sapiens-sapiens, sino como un hombre-dios, capaz de someter a toda la naturaleza a su arbitrio. Pero ese hombre-dios no es todos los hombres. No es la especie humana. Ese hombre-dios es el capitalista puro, el magnate imperial, el banquero dueño de todo. Empero, la existencia de este sistema requiere crear una gran masa, una masa de millones de consumidores, gregarios, maleables y susceptibles de ser convertidos en consumidores compulsivos, con una acrítica visión, mejor si son ignorantes y políticamente dóciles. Adoradores de los hombres-dioses y de los abalorios y del oropel que los adorna.

La Crisis Climática la ha causado el modo de producción capitalista. El modo de la explotación irracional de toda la naturaleza, incluyendo a los mismos hombres. El sistema de la apropiación ilimitada por unos pocos de las riquezas generadas por el trabajo global humano. Modelo cuya arrogancia permite arrasar con los entornos de la llamada periferia subdesarrollada, creyendo con prepotente necedad que su propio pequeño hábitat es intocable. En fin, un sistema socio económico que ignora la unidad orgánica de la tierra como un pequeño y espléndido planeta que se verá siempre afectado por lo que le ocurra en cualquiera de sus rincones. Por este camino el hombre no ha comprendido, ni entenderá jamás que la naturaleza, que la tierra, no le pertenecen como una mercancía más. Que, por el contrario, y para su grandeza, él como especie es parte de esa impresionante naturaleza.

Los negacionistas no quieren aceptar que hay una Crisis Climática. Porque en algún momento tendrían que llegar a cuestionar si la forma en que el hombre vive en la tierra, la forma en que produce y la forma en que se apropia de las riquezas, es la adecuada. Pero en esto coinciden con muchos ambientalistas, con muchos líderes que ingenuamente no han profundizado en las causas de la gran Crisis. La joven y muy valiente activista noruega, que ha acudido a manifestar su rabia ante los líderes mundiales, finalmente no será escuchada. Trump, Macron, Putin, y la elite mundial, desdeñan sus exigencias. Ellos no quieren y no pueden meterse a fondo en el tema de la Crisis Climática, porque tarde que temprano tendrían que llegar a aceptar que esta crisis no es más que la Crisis del modelo de sociedad creado por el hombre moderno. Sistema que amenaza con estallar en cualquier momento, de acuerdo con la opinión de varios pensadores, científicos, entre ellos el lúcido economista político Daniel Estulin (2).  Lo que no sabemos es si habrá tiempo para enfrentar esa gran crisis, de ser cierta, y si estamos listos para asumir otros modelos de vida, otras formas de relacionarnos con la naturaleza, de extraer sus recursos, de generar las riquezas y de apropiarnos de las mismas. Y lo que es más incierto, no sabemos si esos cambios nos ayuden de verdad a revertir los daños ya perpetrados contra Gaia.

Yo no sé si los presagios pesimistas sobre la pronta llegada al punto de no retorno en el breve plazo de 30 años, son ciertos. Por los catastróficos comportamientos del clima y por la obsesiva estupidez humana, me atrevo a pensar que eso es muy posible. Pero de lo que si estoy plenamente convencido es que al hombre se le agota el tiempo para cambiar su rumbo, a una velocidad que él no capta; el tiempo para encaminarse de una manera definitiva hacia unasociedad con conciencia planetaria, en la cual la humanidad se entienda a sí misma como parte orgánica de la naturaleza, como navegante de un magnífico planeta donde se hizo posible la vida inteligente. Una humanidad solidaria, generosa, que use sus riquezas y sus avances científicos y tecnológicos para participar de la historia del universo con una conciencia cósmica. La sociedad de los gaianautas, quienes desarrollarán su presencia en el cosmos de manera insospechada, con desarrollos científicos y tecnológicos fabulosos, sin perder nunca más su nueva esencia consciente de ser parte inteligente de las prodigiosas fuerzas y energías del todo universal, las cuales serán referentes ciertas para que el hombre agache su testa, para que nunca pierda la humildad al saber que es una minúscula e insignificante bacteria inteligente  palpitando, dijo Sagan, dentro de una mota de polvo, envuelta en un leve halo azul, que flota al garete en los mares oscuros de los universos. Esta es la utopía. Por ahora la realidad es que la nave se incendia, hace agua, que suenan las alarmas y algunos llaman a la evacuación. Sin embargo, muchos de sus tripulantes ignoran lo que está ocurriendo. Y buena parte de quienes conocen la emergencia, desconocen sus causas. No sabemos si los embates hundirán la nave. Si el fuego derretirá su casco. Si el rabioso apocalipsis cumplirá sus profecías de muerte. O si los tripulantes serán capaces de controlar esa naturaleza desbocada que quiere aniquilarla, si serán capaces de controlar la nave y enderezar su rumbo para siempre.

 

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