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Columnistas  |  27 enero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: DANIEL FERNÁNDEZ

TALENTO CARIBE.

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DANIEL FERNÁNDEZ

Cuando aún me seducían los efluvios literarios del realismo mágico, quise ver con mis propios ojos el camino que llevó a Gabo a cautivarme con su obra cumbre Cien años de soledad. Faulkner, como es sabido, influyó sobremanera en Gabo y además fue un precursor no intencionado del Boom Latinoamericano que le dejó al subcontinente dos Nobeles, Boom de cuyos escombros estilísticos, los escritores latinoamericanos contemporáneos no quieren saber mucho. Con la avidez del arqueólogo tomé la principal obra de este especialista en explosivos literarios, y me dispuse, no sin arrogancia, a encontrar los indicios que saciaran mi búsqueda. ¡Absalón, Absalón!, de Faulkner. Las visiones que desde los primeros párrafos me causó la descripción de la señorita Coldfield casi me tumban de la silla. Una traducción literal, (como fue literal la traducción de la obra que leí), de este apellido equivale a una frase, parecida a un nombre indígena de las series de televisión que hacían los norteamericanos para convencer al mundo de que los indígenas eran salvajes sin remedio, y justificar de este modo su inexorable extinción: Campofrío (Coldfield). Sí, como Torosentado (Sitbull), Carapálida (Whiteface), Caballoveloz (Fasthorse). ¿Por qué Faulkner apellidaría Coldfield a la señorita? Pues por la misma razón que Gabo apellidó Buendía (Buen Día) a la principal estirpe de Macondo. Plagiando el modo en que el escritor Fernando Vallejo se refiere a Balzac y a Rubén Darío, digo que Faulkner también debió copiarse de Gabo. La imagen narrada por Faulkner de la señorita Coldfield me trajo como un rayo la ilustración de la portada de la edición del Círculo de Lectores de Cien años de soledad, libro que leí a mis trece años y del que solo recuerdo la encuadernación. ¡Úrsula y la señorita Coldfield eran casi idénticas! Ejemplos vivientes de los estragos que años y años de soledad causan en una mujer, cuya autoridad hace que las diferentes generaciones de las que ha sido testigo giren en torno a ella.

No me había alcanzado a reacomodar después de que una de mis nalgas quedó por fuera de la silla ante el primer hallazgo, cuando aparecieron otros indicios que me hicieron sospechar de la originalidad de Faulkner. Dudaba de quién plagió a quién. Apoyé bien mis pies sobre la tierra para no dejarme desacomodar por otro sobresalto. Continué mi lectura. Sutpen en ¡Absalón, Absalón! llevó a cabo una plantación, y como cuenta la señorita Coldfield, no la plantó sino que la arrancó del suelo, de la misma manera en que «se cerraba la trocha con una vegetación nueva que casi veían crecer ante…» los ojos de los expedicionarios que partieron desde Macondo buscando una salida al mar. Había más. A Sutpen que también era coronel, quizás le debe Gabo su afición por la reproducción de coroneles en desgracia. La idea del fracaso siempre es inspiradora. Cualquiera que se quede coronel tendrá mientras viva la sensación de que le faltaron cinco centavos para el peso. Que recuerde, en la obra de García Márquez solo hubo dos generales protagónicos. Él y Bolívar. En una entrevista de Germán Castro Caicedo, Gabo reconoce que la obra El otoño del patriarca la escribió para contarse él mismo. ¿Cómo no iba a ser Gabo para sí, todo un general? Después de Bolívar, él. Una cosa más. ¿Faulkner o Gabo?, ¿quién se copió de quién?, en el mundo del realismo mágico no habría cómo saberlo. Como en un acto de clarividencia Faulkner y Gabo coincidieron en la manera de recrear una tradición. Reza el texto traducido de Faulkner: «Quintín había crecido entre todo ello, hasta los nombres mismos eran intercambiables…». Y Gabo lo puso en práctica, por eso encontramos de pe a pa en Cien años de soledad Josés, Arcadios, Aurelianos, Úrsulas… que se repiten por encima de la muerte, e incluso un tal Gabriel y una tal Mercedes, ambos sin apellido, como pocos en la obra, también aparece nombrados allí.

Una picaresca mezcla de Sutpen, usurpador de tierras, hombre fornido, de dos pistolas al cinto y de armas tomar; con su hijo Henry, más bien delgado y debilucho, quien regresó al pueblo después de una larga ausencia; queda encarnada magistralmente en José Arcadio (hijo de José Arcadio Buendía, y para no confundirlo con su padre, Gabo lo menciona sin el apellido), un hombre que antes de largarse del pueblo era como Henry y regresa irreconocible, de la contextura y mañas de Sutpen, a reacomodar las propiedades a su ventaja con su escopeta de dos cañones, imprimiéndole a José Arcadio su inconfundible sello de adelantado en arbitrariedades civiles.

no aludir a los suelos en que Faulkner y Gabo derrochan su talento. ¿Yoknapatawpha o Macondo? ¿Aracataca o Lafayett? Yoknapatawpha, pueblo inventado por Faulkner y Lafayett donde transcurrió una época importante de su vida, fueron el eje de ¡Absalón, Absalón!, del mismo modo en que lo fue Macondo y Aracataca para Gabo. Aracataca, fue construido, según Gabo, en buena parte por la United Fruit Company, donde no hubo esclavitud porque en Macondo, digo, la fuerza pública nunca estuvo del lado de los trabajadores del banano. Por su parte, Lafayett, fue un condado habitado casi por un 50% de esclavos negros explotados en cultivos de maíz y algodón. Esclavitud. La misma palabra hace menos necesaria la fuerza pública para garantizar su ejercicio, al punto de que fue posible eliminar esa práctica del suelo norteamericano solo a través de una guerra civil con todas las formalidades. En total, dos maneras de esclavización diferentes, en dos poblados distintos pero con el mismo amo.

Seguían apareciendo las similitudes y yo seguía aferrado de pies y manos a mi silla. Tanto Sutpen, como José Arcadio Buendía, huían del pasado. Algo muy oscuro habían hecho en los lugares de donde venían. José Arcadio Buendía, cómo sería de antiguo el mundo, tal vez la prehistoria, que con una lanza había asesinado al imprudente Prudencio Aguilar y huyó para fundar Macondo. Sutpen por su lado, llegó no dijo de dónde buscando refugio a Yoknapatawpha después de cometer actos inconfesables. Otra más. En ¡Absalón, Absalón!, respecto a la propiedad o a la tierra se lee allí: «¡Algún día volverá y nos destruirá a todos, llamémonos Coldfield, Sutpen o lo que fuere!» Caben sin problema los Buendía. No era otra cosa sino el vaticinio de lo que sucedería «muchos años después» de que «el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento», recordara «aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». …En el remoto Macondo. O «muchos años después» o «remota», ¿pero ambas expresiones en la misma oración?

No quise seguir leyendo para que mi decepción no fuera mayor a pesar de que Gabo había dicho casi rasgándose las vestiduras, que contrario a copiarse, se dedicó a destruir la obra de Faulkner. Es cierto. Los críticos literarios diferencian perfectamente el estilo pesado e intrincado de Faulkner, del lenguaje claro, grácil y a veces cantinflesco de Gabo. Pero, ¿dónde está entonces la esencia de la literatura? ¿En la forma de narrar o en lo que se narra? Gabo responde que en la forma de narrar. Su especialidad. Muchas han sido las similitudes que escritores y académicos de la literatura encontraron entre las obras cumbre de estos dos nobeles. Sin su estilo Caribe, Gabo hubiera quedado como un falsificador.

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