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Cultura  |  22 febrero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Rubiela Tapazco Arenas

De música y otras historias del Quindío

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Silvio Aristizábal Giraldo

Antropólogo

Lejos están los tiempos en los que la fuente primordial del conocimiento histórico eran los documentos escritos. Por fortuna, la oralidad y la memoria individual y colectiva han sido reconocidas como alternativas válidas para reconstruir el pasado. Es el razonamiento que me surge al leer “Momentos memorables de militancia musical”, de Libaniel Marulanda, publicado en 2016 por la Biblioteca de Autores Quindianos.

Libaniel Marulanda (Calarcá, 1947), es músico, autor y compositor. “Soy un músico setentañero empírico, de esos a quienes la ausencia de gramática y academia forzó a ser baquianos y nadadores en todas las aguas de la vieja buena música popular; de esos que nacieron con los oídos cocidos a la radio y sobrealimentados de boleros y boleros, y la adolescencia les llegó mientras compartían tarimas, asombros y los primeros aguardientes” (p. 11). Es, además, escritor, cuentista (género que le ha merecido varios premios), y colaborador de La Crónica del Quindío y otras publicaciones periódicas.

La obra citada, con Prólogo de Olga Behar, recopila artículos publicados entre 2011 y 2016, sobre la música popular en el Quindío, desde finales de los sesenta hasta comienzos del presente siglo. El lector podrá deleitarse con las aventuras del Libaniel adolescente, empeñado en adquirir su primer acordeón, “colándose” a los escenarios para escuchar a su cantante o conjunto favorito, o buscando unos amplificadores para sus equipos. Así mismo, podrá conocer sus remembranzas de “los días de la radio” y los avatares de su militancia política.

El libro reseña autores, compositores, cantantes y conjuntos musicales representativos de los diversos géneros de la música popular colombiana. Por su pluma desfilan íconos de los distintos ritmos: Daniel Santos (salsa), Roberto Mancini y Juan Carlos Godoy (tango); ídolos de la música de carrilera en Antioquia y el Viejo Caldas (Oscar Agudelo, el Charrito de Plata); pioneros de la música decembrina (Guillermo Buitrago, Gustavo Quintero); nuevas voces de la música andina colombiana (Guillermo Calderón y Luz Marina Posada).

Se destacan los textos referidos a los cultores de la música en el Quindío, tales como: Nelson Osorio (poeta, autor de Ricardo Semillas y otras letras de la llamada canción social). Bernardo Gutiérrez, “figura fundacional del bambuco quindiano” (La nigua y Hágame un tiple maestro, musicalizada por Evelio Moncada y convertida en emblema quindiano). Ancizar Castrillón (uno de los compositores más prolíficos de la música andina colombiana). Luis Ángel Moreno (ejecutante, cantante y compositor). Carlos Alberto Sánchez (bolerista). Martha Elena Hoyos (cantautora, empresaria y gestora cultural). Intérpretes de boleros, tangos, milongas y nuevaoleros, bailarines de salsa, conjuntos, orquestas y sitios tradicionales de la rumba y la bohemia en Armenia.

Mención especial merece la crónica sobre la Casa Museo Musical del Quindío, creada en 1984 por Álvaro Pareja y Martha Valencia. Allí “es posible conocer una nutrida colección, compuesta por fotografías, partituras, discos, instrumentos y miles de escritos que registran la historia quindiana a través de la música” (p. 129). En mi opinión, un valioso tesoro que pocos quindianos conocen y que subsiste gracias al empeño de sus fundadores. Un lugar que debería figurar entre los primeros destinos del turismo cultural en el Quindío.

Pese a la reiterada afirmación de Libaniel sobre el empirismo en su formación musical, sus crónicas son una muestra clara de erudición y conocimiento profundo del tema. Para corroborar la anterior afirmación, basta con leer Notas desafinadas para un bambucario (págs. 58 – 69), o sus disquisiciones sobre el tango, o sobre un instrumento como el acordeón.

De otra parte, fiel al principio de que “[la música] como toda expresión del arte, ofrece la posibilidad de abordar su comprensión a la luz de la economía, la política y la geografía” (p.57), conduce al lector por el acontecer histórico de la llamada “ciudad milagro”. Lo sitúa en la Armenia de los años veinte, transformada por el auge de la caficultura y la llegada del tren, que llevaba el café y a quienes iban a conocer el mar, pero, a la vez, traía otros productos y gran número de inmigrantes vallunos con su “cultura afrocubana y guarachera”. Muestra, más tarde, una Armenia y un Quindío azotados por la violencia liberal-conservadora y, décadas después, influenciados, por el narcotráfico.

En todas las crónicas se evidencia la sensibilidad social y el compromiso político del autor, para quien el arte no es neutral. De ahí su reproche a la música andina colombiana por el olvido de los problemas agrarios y, en general, de la problemática social del país, salvo algunas excepciones. Fustiga el reguetón y la llamada música de despecho, expresiones del consumismo y la chabacanería, y pronuncia su Diatriba contra la payola (pago al programador o locutor para hacer sonar determinada música), a que se ven sometidos compositores, autores e intérpretes. Cuestiona con dureza la visión predominante de la colonización, que persiste “en invocar, sacar pecho y embriagarse con la mención de la raza”, enfatizando en el origen antioqueño de los quindianos, desconociendo la pertenencia de esta región al antiguo Estado del Cauca y, en consecuencia, negando el aporte de afrodescendientes e indígenas. Para Libaniel, al igual que para muchos estudiosos actuales, el Quindío ha sido y es un cruce de caminos y se ha conformado con gentes procedentes de las diferentes regiones.

El historiador inglés Simon Gunn, define la historia como “el intento de dotar de sentido a los retazos de conocimiento de épocas anteriores”. Es lo que ha hecho Libaniel Marulanda con Momentos memorables de militancia musical, partir de sus vivencias y experiencias y de las de otros protagonistas para construir con esos retazos de la memoria individual y colectiva un documento histórico sobre el acontecer musical en el Quindío. Una versión que ha sido posible conocer gracias a la Biblioteca de Autores Quindianos y que, ojalá, tuviera una mayor difusión.

Armenia, febrero 17 de 2020.

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