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Columnistas  |  29 febrero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Juan David García Ramírez

LOS POLÍTICOS ESTATISTAS, A LA CAZA DEL MERCADO

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Juan David García Ramírez

Una vez más, y como ocurre periódicamente con las modas, el discurso anticapitalista de los políticos y sus replicadores, ha vuelto a ocupar las líneas de los principales medios de comunicación globales. En España, el anuncio del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, de medidas que apuntan a corregir las desigualdades entre los españoles y nivelar los ingresos de los trabajadores en las distintas comunidades autónomas y regiones del país, despertó las críticas de la mayor agremiación de empresarios, la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales).

Con la promesa de más intervencionismo y políticas sociales, al estilo de las aplicadas durante cuarenta años por la Junta de Andalucía (la comunidad autónoma con el más alto índice de desocupación), el PSOE y Unidas Podemos aseguran que lograrán una sociedad más justa y equitativa. Y en el debate entre candidatos demócratas por la nominación para la campaña presidencial frente a los republicanos, el socialista Bernie Sanders afirma que, mientras los patrimonios e ingresos de los más ricos de los Estados Unidos crecen sin parar, el trabajador estadounidense vive una agonía eterna en los suburbios de las grandes áreas metropolitanas de Los Ángeles, Nueva York o Chicago. Algo parecido opinan Elizabeth Warren, también candidata del Partido Demócrata, o Erick Garcetti, el alcalde de Los Ángeles.

A simple vista, estas presunciones parecen cargadas de seriedad e infalibilidad, y muy pocos en el espacio público, por el poder de la corrección política en la discusión sobre quién lo hace mejor entre el mercado y el Estado, se atreven a cuestionar. Lo acostumbrado es decir que el mundo es más pobre, por causa del malvado Capitalismo. Sin embargo, las estadísticas y la comprobación histórica muestran lo contrario. Durante una breve conferencia, en la que explicaba los motores y agentes del cambio en la Cuarta Revolución Industrial, hice una decidida apuesta por el papel central que la economía de mercado y la idea de la destrucción creadora del mismo (propuesta por Joseph Schumpeter), jugaban en las transformaciones que vivimos hoy. Siguiendo el hilo de la conversación, manifesté que, sin la explosión de la riqueza ocurrida a partir de finales del siglo XVIII en Europa occidental, por el auge de las industrias, la innovación científica y tecnológica, y la apertura de los mercados, hoy sería imposible la incursión de la inteligencia artificial, el aprendizaje de las máquinas, la ciencia de datos y el Internet 5G, como potenciadores de la conectividad física y digital. También, que sería inimaginable el momentum de las economías emergentes de América Latina, África y el sudeste de Asia, el crecimiento de la clase media global y la relativización de la pobreza en casi todo el mundo, de acuerdo con lo ilustrado ampliamente por los economistas Angus Maddison y Brad DeLong.

No fue una sorpresa la mirada atónita, pero además escéptica, de varios asistentes ante tan desafiante justificación de las virtudes del Capitalismo, aunque fue alentador encontrar algunos adherentes. Como Bernie Sanders, Pablo Iglesias o Gustavo Petro, muchos jóvenes optan por los políticos y el Estado como superhéroe, y no tantos desean imitar a innovadores de la talla de Elon Musk o Jeff Bezos (tal vez, por lo arriesgado de poner en práctica nuevas y audaces ideas, y por los prejuicios ideológicos que giran alrededor de los milmillonarios). En pleno siglo XXI, la defensa de la economía de mercado y sus ventajas, sigue siendo una odisea.

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