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Columnistas  |  27 marzo de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

LA LOCURA DEL MONO DE LA PELUCA

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Aldemar Giraldo

Nunca creí experimentar una situación como la que estamos viviendo en este momento; el silencio sepulcral en la ciudad, la soledad en las calles, las grandes filas frente a los supermercados y droguerías, el encierro de las familias, las miradas desconfiadas a través de los ventanales, la incertidumbre en la ciudadanía, la tempestad en las redes sociales y la tristeza de los abuelos, considerados como sujetos en los cuales el virus puede ocasionar estragos.

No me digan que todo puede morigerarse a través de un celular, una videollamada, un costalado de mensajes o el uso de Skype; las cosas suceden en la realidad y no en el mundo virtual; nuestra ausencia desaparece con la presencia; los abrazos son corporales y el calor humano se intercambia en la cercanía o en la intimidad. El mundo virtual es una ayuda, pero sólo no es capaz de recuperar el tejido social; somo seres reales y sociales, además, nuestra principal manifestación es a través de la realidad.

El peligro es real y no acepta remedios a medias si queremos volver a nuestro singular contexto fortificados y unidos bajo un mismo ideal; es más importante la vida que cualquier aparato por costoso o sofisticado que sea; el dinero ha mostrado que no es la panacea y la economía, que es un constructo cultural que hay que reorientar, pensando en todos y convirtiendo el consumo en un medio y no en un objetivo. La clase media y la alta se han visto con los bolsillos henchidos de monedas sin poderles dar uso en lujos, bagatelas, pompas o magnificencias; da la impresión de que somos “iguales”, con necesidades comunes, con sentires similares y sueños semejantes, pero todo volverá a ser igual, aunque con un tinte mayor de humanidad y solidaridad.

Los países pobres hacemos esfuerzos y tomamos medidas que nos hacen estremecer; somos conscientes de que para conseguir dinero tenemos que estar vivos y aliviados; le apostamos al futuro y a la responsabilidad social, mientras el loco Trump asegura: “Nuestro país no está diseñado para cerrar”, “No podemos permitir que la cura sea peor que el problema”; en pocas palabras, la economía está por encima de todo, poco importa el número de muertes o infectados (hoy, 54.000 casos); para él muere más gente de gripe o en accidentes de tránsito que lo que puede hacer el coronavirus. Sabe que se encuentra en período preelectoral y esto pesa más que las vidas que se sacrifiquen; primero, la presidencia, luego, la vida y tranquilidad de los ciudadanos. Nada le importa que Estados Unidos se convierta en el primer foco de infección en el mundo; al menos, tiene algo para exportar y que puede traerle beneficios a la larga.

¿Y qué decir del vicegobernador de Texas, quien afirma que los mayores de 70 deben cuidarse por su cuenta y de que es el momento de sacrificarse por su país? Da la impresión de que los mayores de edad se convierten en desecho social, estorbo nacional y escollo para el crecimiento económico de una región; olvida, de entrada, que el presente se ha construido con el gran aporte de los de antaño; es como pensar una historia sin pasado. Como decía mi abuela: “A juventud ociosa, vejez trabajosa”.

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