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Columnistas  |  26 marzo de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

DESENTRAÑISMOS

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

La dificultad para encontrar a Dios, radica en no poseer las directrices concretas de cómo buscar a Dios, de no comprender que este ser ilusorio solo se vuelve realidad a través del encuentro consigo mismo. Logro imposible de adquirir en las iglesias, porque estas son emporios de prostitución espiritual, redes que atrapan ingenuos, locales en cuyo ambiente se absorbe el serrín de la vida. Este fundamento supremo lo perpetuó la introspectiva de Jesús de Nazaret, hijo de una relación sexual y extramatrimonial entre María y José. Siddhartha Gautama. Mahoma, o Tse, Zoroastro y otros semejantes. Por esto las religiones son el máximo obstáculo, para que el ser humano logre despertar el 100% de sus neuronas, que al decodificarle su rutina somnolienta encarnan el verbo Dios. La adoración al Dios de estas religiones, se convierte en caldo de cultivo de la alienación. Enajenamiento ineludible para que los feligreses sean proveedores constantes de bienes terrenales, a favor de las sanguijuelas que dirigen estos emporios cuestionables, idealismo degradante. Abusan de la obediencia de la congregación incapaz de razonar, de penetrar en su propia conciencia, de abrirse paso con el discernimiento, que aclare dudas y derribe dogmas insulsos. Dios es crecimiento interno, vibrar de la energía vital. En cada quien hay un iluminado por descubrir, un Buda vagabundo, un todopoderoso por articular. El salvador que se busca en los cultos es externo, una simulación, un desafuero, se desinfecta con antiséptico de inteligencia, de reflexión. Todopoderoso creado por la mente para blindar frustraciones, temores, anhelos enfermizos, imaginaciones egoístas. El Dios del más allá no tiene capacidad de penetrar el UNO de cada quien, es cobarde, insolvente, demagogia mortecina. El Omnipotente íntimo es torrente cristalino, para beber en el desierto existencial que asola al hombre de esperanzas rastreras.

Después de la segunda duna, el camello da su primer paso al espejismo.

No me importa la lógica, porque no tengo capacidad de pensar bien. Debido a esta insustancialidad de mis pensamientos, miro el mundo a la inversa y con júbilo patológico revitalizo lo absurdo que soy.

A la manera de William Faulkner, ser despiadado a favor del todo por el todo. Tener como único colofón la obra perfecta. Sembrar la semilla en el viento y cuando crezca el bosque en los tejados, se pueda subir a su ramaje para divisar un nuevo mundo, un universo surreal, listo a ser buhardilla desde donde se guardará distancia de la pandemia, que azota por siempre el acontecer.

Vivir la tristeza, donde no cunda el cinismo del aburrimiento. Es decir, que se convierta en destello de nirvana la tristeza.

Con cuchillo en mano atracar el Fondo Monetario Internacional.

Somos abominables bestias contra nosotros mismos.

Arrogancia: flema de complejos por redimirse.

Hay que convertirse en un obsesionado de la verdad probada, al tratar de demoler una filosofía.

Ser rígido en ser más humano.

Paisaje verde conduce a paisaje de hojas secas.

El mejor aventurero es aquel que transita el camino hacia sí mismo.

Nigromancia del lenguaje, conjuro a la palabra por decirse.

A la orilla del vuelo espero el silencio de este mundo.

Describir una gota, bosquejarle una playa donde se logre ahondar en el azul del mar.

Espera con desgano, como si el tiempo fuese langostino putrefacto.

Con líneas laberínticas edifica vacíos de sí mismo.

En filosofía los argumentos se sientan en sillas de comején.

Arma el esqueleto de la palabra, le da vida, la hace volar, hasta posar sus decir en lenguaje vacío.

 

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