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Cultura  |  29 marzo de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Xixarama y Tamanaca en tiempo de pestilencia en Consota

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Álvaro Hernando Camargo Bonilla.

Miembro de número, Academia de Historia del Quindío.

Vigía del Patrimonio.

En tiempos de confinamiento a causa de la propagación de la pandemia del coronavirus, solazamos este período de ocio imperativo con la crónica de un contagio histórico en el territorio.

Pedro de Cieza de león, en la Crónica del Perú, en el escrito referido a la provincia de Quimbaya, de las costumbres de los señores de ella, y de la fundación de la ciudad de Cartago, describe una aparición fantasmal de una “pestilencia”.

Cuenta que, al pie de un pequeño cerro ubicado a una legua de distancia de Cartago viejo, a orillas de un río no muy grande, se asentaba un pueblo de indios llamado Consota. En este lugar brotaba un manantial de agua salobre, en donde los vecinos tomaban el agua salada y por medio de la ebullición en grandes calderos y pailones la evaporaban y extraían la sal de grano blanco, tan pura como la de España, y que se consumía en la población.

Estando varias indígenas consiguiendo sal para las casas de sus señores, se les apareció un hombre de cuerpo alto, con el vientre rasgado y los intestinos a la intemperie, que cargaba dos niños en sus brazos, y les dijo: “yo os prometo, que tengo que matar a todas las mujeres de los cristianos y a todas las más de vosotras”, luego desapareció. Los indígenas como era de día no mostraron temor ninguno, antes contaron este cuento riéndose, cuando volvieron a sus casas.

En otro pueblo de un vecino llamado Giraldo Gil Estopiñán vieron esta misma figura encima de un caballo, y que corría por todas las sierras y montañas como un viento. A pocos días se presentó una pestilencia y mal de oído, a cuya causa sucumbió la mayor parte de la población nativa y los pocos habitantes ibéricos que quedaron, andaban temerosos de la visión fantasmal que trajo la peste.

Los nativos asignaron la mortal peste a la fantasmal visión, que seguía perceptible en sus mentes y temerosos, indígenas y españoles, tenían alucinaciones que les presentaban a las personas que habían muerto a causa de la pestilencia. Los hechiceros nativos, ante el temor de tal situación, ofrecían y hacían pagamentos al dios del bien, Xixarama, y culpaban de lo sucedió a los españoles, a quienes comparaban como al dios del mal, Tamanaca.

Esta narración coincide con una contagiosa peste de viruela, donde murieron más de doscientas mil personas en todas las comarcas subyugadas por los españoles. [1]

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