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Columnistas  |  09 abril de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

PARA MIS LECTORES

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Aldemar Giraldo

“…Ya no tendremos envidia,

pues todos habrán sufrido.

Ya no tendremos desidia,

seremos más compasivos…”

(“Esperanza”, Alexis Valdés: 2020)

El anterior cuarteto, de versos octosílabos, corresponde al poema “Esperanza” del actor y humorista cubano, Alexis Valdés, radicado en Miami, quien se inspiró en el panorama desolador de la pandemia que vivimos ahora; no puede confundirse con “In Time Of The Pandemic” (En tiempos de Pandemia), escrito por Catherine Mary O’Meara, mejor conocida como Kitty O´Meara; tampoco le pertenece a Mario Benedetti. Valga esta aclaración para desvirtuar información falsa que ha circulado en las redes sociales.

Tengo que agradecer a mis pacientes lectores, unos voluntarios y, otros, un poco violentados por mi envío semanal; no me anima otro fin que el de compartir mi forma de pensar sobre distintos temas de actualidad, sabiendo, de antemano, que hay otras maneras de rumiar la realidad, seguramente, opuestas o distanciadas; para unos y otros está dirigida mi reflexión de esta semana.

He aprovechado el confinamiento para mirar, “de otro modo”, a través de mi ventana; las aves pasan con su vuelo gozoso, sin temor a los humanos; es posible ver la claridad del firmamento y la transparencia del aire que nos rodea; como cosa especial, el silencio es sepulcral y los vecinos se esconden tras las paredes de sus moradas, a la espera del campanazo final.

Un perro callejero pasea por un estrecho sendero del vecindario, mientras un gato de un segundo piso lo observa a través de una vidriera desvencijada; repentinamente, un hombre, ataviado de camisa verde, irrumpe en la terraza del frente y se sienta en un sofá para entregarse a la lectura; una mujer delgada abre un ala de la ventana, sacude una prenda femenina y desaparece de la escena, después de ajustarse en su rostro un tapabocas blanco

Todo ha cambiado durante la cuarentena, como si se hubiese barrido la realidad con la escoba de la pandemia; se ha perdido la dinámica del barrio; los autos son fantasmas intermitentes; el viento mece las ramas de un platanal en la huerta del alcor y sus oblongas telas, de color verde, se estremecen, simulando saludos o despedidas en la distancia.

Nada interrumpe el silencio, excepto el tañido de las campanas de la torre de la iglesia, cada quince minutos; da la impresión de que los humanos se fueron de vacaciones y abandonaron sus edificaciones y sus sendas asfaltadas; la vida humana se ha dormido y en ese sopor nuestras almas nostálgicas se entregan a la meditación con temor de dejar conocer nuestras sospechas y sueños.

Hemos aprendido a vivir en nuestros espacios, respetando las distancias y reconociendo las diferencias; los encuentros son constantes sin mirar relojes o presagiar fechas; las conversaciones se tejen con un tema común: volveremos a la vida que nos pertenecía y podremos saludar de cerca a quienes extrañamos.

Extrañamos a los ausentes, a los que amamos o recordamos; hacemos inventarios y balances con saldos incompletos; anhelamos abreviar la separación para confundirnos en un abrazo y, finalmente, resurgir como seres menos malos y perversos. No cabe el pesimismo, pues todos hemos aprendido que somos humanos y nos necesitamos. Como decía mi abuelo Mario Orlando: “No te rindas, por favor, no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda”.

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