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Columnistas  |  10 abril de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

CUENTOS CORTOS PARA TIEMPOS CORTOS 2

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

VIRUS

Entro a un cultivo de plantas medicinales. En el fondo observo una casa, me dirijo hacia la vivienda, la puerta de entrada está abierta, cierto hombre, desde el corredor, con un ademán de manos me invita a ingresar, el residente permanece silencioso, sirve una emulsión vinagrosa, veo una mujer muerta arrellanada en un mueble, uno, dos tres cadáveres más tirados en el piso, hundo uno de mis brazos en mi epidermis, extraigo un pan, le ofrezco al habitante de la residencia, le sacude migajas de sangre, fragmentos de vísceras, lo lleva a la boca, escupe, este acto me parece insultante, le hago preguntas respecto al virus, no contesta, de nuevo lo interrogo, permanece silencioso. De pronto el individuo se aleja, quedo solo, salgo, regreso al huerto, atravieso la senda. Al retornar a la calle me sorprendo de llevar en mis manos un manojo de hierbas curativas, llego a mi posada donde habito solo, preparo una infusión, la consumo, reflexiono, el entorno es triste, desgarra, tiraniza, desconcierta. A través del ventanal presto atención a un perro sin sombra bajo el sol, cruza calles fantasmales, donde hace años no transita ser humano alguno. Cuerpos atraviesan mi cuerpo.

COMO SI FUERA…

El crimen se ejecutó a la hora exacta, el día preciso. El sicario sonrió cuando disparó el único tiro, el cual fue calculado con la maestría de un verdadero asesino. El autor intelectual de este asesinato fue informado por el propio ejecutor. Desde lugares distantes ambos bandidos brindaron entre sí. Ante el roce de las copas pedazos de cristal cayeron en los pisos. Una gota de licor rodó de Este a Oeste, mientras otra gota se deslizó desde el Oeste al Este, hasta encontrarse y formar una lágrima, como si fuera de la madre del occiso.

SUPLICIO

“Ambos debemos morir a la vez”, le dijo él a ella. “Recuerda que fue nuestro sagrado compromiso ayudarnos el uno al otro, el otro al uno”, repitió.

“Sí, pero amo a otro y mi compromiso ahora es con él”, respondió, agregando, Debes morir solo. Sin embargo, por fidelidad a cuanto nos dijimos, mi deber es ayudarte”.

El ingenuo hombre la escuchó sorprendido. Ella caminó hasta la gaveta del nochero, extrajo el revólver, lo miró y con un poco de compasión apuntó bien. Ambos sonrieron.

ENGÁÑATE

- Cuando te sueño, vives.

- Pero si estoy viva, aún en tu vigilia.
- No, anoche te maté en mis sueños.
- Seguro que estoy viva: me palpo, te palpo.
- Está bien, engáñate.

Al terminar el diálogo, ella se esfumó sobre el aroma que desprendían las flores del jarrón mientras él, sonriente, se deshizo en sombras por la rendija que le condujo al mundo donde pertenecía.

ÚLTIMO ADIÓS

Cuando le dije que ya no la quería, que después de tantos años me cansé de la rutina y mi decisión era dejarla, gritó: “¡eres un monstruo!”. Sólo atiné a lanzar un rugido, último adiós, y me arrastré hacia la alcantarilla.

POMPOSO FUNERAL

Después del Sumo Pontífice inferir que llevaba sangre de su sangre, resolvió hacerle pomposo funeral al zancudo.

PRESENCIA

Fétido olor. El dinosaurio estaba y no estaba allí. Era sólo cuestión de gusto, imaginación y olfato del lector.

DISCURSOS

Fantasmas dando discursos de inauguración en las ruinas del coliseo.

NIEVE

Todo lo blanco, para el vampiro, es tan triste…

EL TERRORISTA

Al decomisarle una realidad, le sentenciaron a la guillotina en la dictadura de la fantasía.

CUENTO APÓCRIFO

El lobo y Caperucita Roja, son los únicos que saben que la abuela nunca existió.

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