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Armenia  |  13 abril de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Un milagro para Armenia

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Por Gloria Chávez Vásquez

Sin una identidad de la cual enorgullecernos no podemos sentir amor hacia esta noble tierra.

Todo empezó con la observación de Maria Mercedes Patiño en FaceBook durante una cuarentena, en medio de la semana santa, que se alargaba por culpa de un virus chino. Maria Mercedes se había dedicado desde su ventana, a tomar fotografías del panorama de la ciudad y en el ínterin comparaba y colgaba en su página otras más antiguas, como punto de referencia de los (algunas veces funestos) cambios arquitectónicos. Todo un comentario gráfico de la interferencia humana en el paisaje cafetero, que logró impactar a sus seguidores en la red.

Mechas había vivido 30 años en su casa de La Nueva Cecilia cuando, en 1992, viajó a EE.UU. Sus padres se habían mudado a un edificio y, en su primera visita, la joven tomó la foto “donde aun se veía Torre Horizonte, el primer edificio de apartamentos en el Norte”. 25 años después, la proliferación de altas construcciones le parecía agobiante. Esto la llevó a cuestionarse, si valía la pena vivir con tanto rascacielos en una ciudad otrora bella y tranquila, siendo además una zona sísmica. Maria Mercedes evaluaba su ciudad natal con la perspectiva del inmigrante y la visión de la artista cuyas pinturas exhibió con el tema Crítica al Urbanismo; sus lienzos, reconocidos por una apreciadora, como “una premonición”.

Era inconcebible que una ciudad que había sido destruida por un terremoto en más de una ocasión, se estuviera convirtiendo en una urbe vertical plagada de propiedades horizontales. Era una invitación a un mayor desastre. Aparte, con el ir y venir de trashumantes y estudiantes universitarios, tanta gente desplazada en busca de una ciudad más humana, habían terminado deshumanizándola. Ya no era la ciudad milagro, era un milagro vivir en la ciudad.

La fiebre de construcción ha creado una burbuja inmobiliaria en la capital del Quindío, que ha terminado por afectar el paisaje cultural cafetero sobre todo al costado de la Avenida Centenario. Con el aumento consecuente de drogadicción y delincuencia, muchos de los armenios han cambiado la privacidad de una casa por la relativa seguridad de un apartamento con portero o en ciudadela cerrada. “A falta de otra industria, la de la construcción es un gran negocio”, asume un ciudadano, añadiendo que “después del terremoto, llovieron arquitectos e ingenieros de todo el país con el pretexto de rellenar huecos y pavimentar cañadas”. Atrás vinieron las constructoras, algunas improvisadas y de dudoso patrocinio.

A las cuitas de la artista responde Marcelino Giraldo, técnico agropecuario graduado en el SENA. Razona él, que cuando una persona emigra, otro ocupa su lugar, sin tener en cuenta el historial o valor sentimental de la propiedad. Los nuevos dueños solo ven un sitio ideal para comenzar a vivir sus sueños. La población crece, la gente continúa llegando y el espacio se encoge. La solución, según Marcelino, es construir hacia arriba. “Yo no estoy de acuerdo, pero el mundo va demasiado rápido” dice él, que entiende todo menos que los diseños no tengan normas arquitectónicas tradicionales características que identifiquen nuestra cultura, por lo menos en sus fachadas y entornos. “Por dentro el modernismo que quieran, es lo que yo pediría, así el malestar seria menos”. En eso, los pueblos dan ejemplo a la capital.


La realidad es que es casi imposible frena el crecimiento demográfico o urbano en una ciudad que como Armenia es, además de ciudad universitaria y turística, capital de departamento. Por otro lado, el nuestro, que es un país abierto por los cuatro costados, permite a los extranjeros construir libremente; el único requisito es que se contrate a un ingeniero o arquitecto con matricula nacional. Eso sin contar los casos de corrupción crónica que se dan en las contrataciones públicas.

El ex secretario de obras públicas del departamento y ex decano de la facultad de ingeniería de la Universidad Quindio, entre otros cargos de responsabilidad en el gobierno local, Diego Guerrero Castro, asegura que las oficinas de la Curaduría Urbana y Planeación tienen normas estrictas (elaboradas con los estudios de sismicidad en Colombia) para expedir licencias. El ingeniero, ahora constructor privado en compañía con su hijo, cuenta además que las técnicas empleadas para la construcción son colombianas. “El límite para la construcción vertical la otorga el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) que se está modificando y se aplica”. De acuerdo con el profesional, “la expansión de la ciudad está muy limitada porque hay muchas zonas de alto riesgo”.

Mientras los de afuera llegan y los de dentro se van, uno de esos ingenieros que emigró hace 7 años a Australia, trabaja ahora en una compañía constructora en Victoria. Juan Pablo Patiño explica que los diseños estructurales de acuerdo a la norma sismo resistente permiten la construcción vertical en Armenia. “No necesariamente por ser más altos tienen más riesgo. Hay sismos de cierta frecuencia que afectan más a los edificios bajos que a los altos porque entran en resonancia con el sismo”. Por otra parte, el problema de edificaciones altas reside más en la planeación urbana. Como por ejemplo, el colapso de calles, carreteras y vías peatonales al aumentar la población. De ahí el reglamento de pico y placa en los países subdesarrollados. Al contrastar Melbourne con Bogotá, el ingeniero dice que la ciudad australiana tiene la mitad de la población, con un área casi seis veces mayor, que la capital colombiana.

“Armenia tiene una densidad poblacional muy alta”, continua Patiño. “Si bien se puede mejorar el transporte público no hay mucho espacio para expandirse por su topografía. La cantidad de cañadas que la rodean hace costosa su expansión. Después del terremoto se hicieron estudios de zonificación sísmica y está claro donde se puede o no construir”. Según el constructor, un prestigioso geólogo le comentó que Armenia y Pereira las fundaron donde no se debía. Y que probablemente, sabiendo lo que se sabe hoy, las hubieran fundado en otra parte. “La cantidad de fallas que existen en la zona crean un riesgo constante para la población. Nos acostumbramos a vivir con eso pero siempre será proclive a las tragedias”.

Guerrero Castro opina sin embargo que Armenia se ha desarrollado aceptablemente:”Dejó de ser una ciudad con patrimonio y se convirtió en una ciudad moderna”. El desarrollo rural hotelero es muy bueno y la construcción rural es bonita. De la Armenia original solo queda el sector de la catedral hacia el parque Uribe pero “el terremoto tumbó lo que se tenía que caer” concluye el ingeniero.

Pero, más allá de los problemas de construcción e infraestructura, debería tenerse en cuenta los efectos sicológicos de un entorno hostil a su población. La causa de muchos de los problemas sociales que traen consigo los movimientos geográficos y demográficos. Peor aun cuando no están bajo control. De ahí que el psicoterapista calarqueño Roberto Medina, que reside en la Florida hace años, nos explique que “las ciudades intermedias con su nueva dinámica de construcción invitan al hacinamiento con todas sus inseguridades; el encierro, la angustia clásica y otras formas de vida, hace a la gente menos tolerante, más agresiva”. Contrario a los armenios, los calarqueños han trabajado en la conservación del patrimonio arquitectónico colonial a través de consejos y diputados. “Parece que existe alguna conciencia acerca del inminente riesgo de ese tipo de hacinamiento en grandes bloques de cemento”, observa Medina. Aunque en menor grado que Armenia, la ciudad absorbió mucha gente necesitada de fuera después del terremoto, lo que transformó la población, no necesariamente en más pujante. Sin embargo en Calarcá, la tendencia de construcción vertical es moderada.

Lo que si sería un cambio real y un paso hacia el progreso es que las administraciones de turno de la ciudad fueran más selectivas a la hora de otorgar licencias; que hubiese más conciencia ambiental entre los ciudadanos y empresarios que lucran con la construcción. Se trata de un hábitat en el que duerme un gigante que es la Naturaleza del Quindío; una fuerza telúrica que nos bendice a diario y que despierta a veces con furia, para recordarnos que formamos parte del paisaje cafetero. Está en juego la identidad cultural de varias generaciones que han visto en Armenia un milagro. Sin una identidad de la cual enorgullecernos no podemos sentir amor hacia esta noble tierra.

La nota final la apunta Luis Alberto Hernández, ciudadano y habitante original de Armenia. Más realista y posiblemente más adaptado dada su convivencia constante dentro de su patria chica, él comenta ante la preocupación a la que hacía eco nuestra artista, Maria Mercedes Patiño: “es casi imposible detener el desarrollo urbanístico de una ciudad que ya es capital de departamento. Solo nos queda vivir del recuerdo de aquel pueblito sano y hermoso que era Armenia hasta principios de los sesentas”.

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