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Cultura  |  19 abril de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Rubiela Tapazco Arenas

Las manos

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Un texto de Guillermo Salazar Jiménez.

Desde que se inició la cuarentena, consciente de las medidas dispuestas, se quedó en su casa. Fiel a su convicción de hombre respetuoso –cumplidor con las obligaciones relacionadas con las labores compartidas entre parejas -, programó con su esposa las tareas, sin distingo de sexo; es decir los hombres también laboran en la cocina.

Esa mañana, después de barrer las alcobas, tropezó con la mesa del comedor y maldijo: ¡Qué dolor tan horrible! Saltó en un solo pie para sentarse y coger con una mano el dedo gordo. Uf, uf, ¿qué hago? Las quejas llegaron hasta los oídos de su esposa: ¡póngase hielo, es lo mejor!

de aplicarse hielo, fue a la cocina; tenía que ayudar a preparar el desayuno. Según la programación picó cebolla y tomate. Al tiempo que cumplía su tarea reflexionaba sobre aquellas otras cosas, consecuencia de la cuarentena: “Con el coronavirus parece ser que la distancia física es la mejor manera de estar unidos”.

No supo si lo había leído o escuchado, de pronto sacudió su mano izquierda y la introdujo al agua de la llave del lavaplatos: ¡me corté un dedo! Le bastó este pequeño accidente para comprender la importancia de sus manos.

Sin ser consciente, con ellas tendió la cama, quitó la piyama, cepilló los dientes, y se rasuró; abrió la ducha, restregaron su cuerpo y ayudaron a vestirlo. Por ser tan obvio, el inmenso valor de las manos pasa desapercibido, pensó, ¿por qué es necesario un accidente para comprender su valor? Su abuelo decía “Nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde”.

Regresó a la cocina con el dedo envuelto en un curita del botiquín familiar. Echó el tomate y la cebolla al sartén. Cavilaba que con sus manos aprendió a voltear las páginas de los cuadernos y empuñar el lápiz, cuando aprendió a leer y escribir. Después a abrazar y acariciar a los hijos. Ahora, a cuidar el jardín, podar los árboles, abonar y regar las matas.

Con la cuarentena, a teclear más tiempo el computador y apretar el control del televisor. Con las manos reorganizó los libros de la biblioteca, sacudió el polvo que cubría sus lomos, y remendó los dañados. Distraído, olvidó el coge ollas, entonces arrojó con la mano derecha la sartén al piso: ¡Qué quemazón me pegué!

Accidentes normales para un inexperto. Se sentó en el escritorio, prendió el computador, abrió la página webs.cun.es, y leyó: “Es de suponer que como consecuencia directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito del mono al hombre” –escrito por Federico Engels en 1876 -.

De Oda a las manos, de Carlos Matían, le llamó la atención: “mano que pinta y despinta el lienzo./Esculpe./Talla, escribe.” Tomó el lápiz y agregó: Arregla la casa y cocina.

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