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Columnistas  |  22 mayo de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Rogelio Guevara Villamil

LA JUSTICIA

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Rogelio Guevara Villamil

POR ROGELIO GUEVARA VILLAMIL.

Para hablar de justicia se debe, creo yo, hablar primero de valores; esa base, ese fundamento donde se afianzan los principios que han marcado el derrotero en el buen actuar de la humanidad. Valores que de un tiempo para acá se han invertido de tal manera que ahora “vale” más quien tiene dinero para repartir a manos llenas , sin importar cómo lo obtuvo que alguien que pone todo su empeño en trabajar en una causa noble ya sea en investigación científica o en campañas en favor de los desvalidos; en este, nuestro país, se le rinde pleitesía, se venera un politiquero (que no político) con serios cuestionamientos ante la ley, mientras los trabajadores de la salud (médicos, enfermeras) son no sólo amenazados, sino agredidos físicamente.

Es tal el deterioro de los valores humanos que la ética, otrora cimiento, baluarte y guía del desempeño y comportamiento de los ciudadanos, es pisoteada sin ningún pudor; lo que alguna vez se llamó vergüenza, ha mutado de manera increíble en cinismo; lo que con tanta esperanza se inculcaba desde el hogar y se reforzaba luego en la escuela es hoy un tenue y vaporoso recuerdo; y de la moral ni se diga. Enrique Santos Discépolo fue un extraordinario compositor argentino que en 1934 escribió el tango cambalache y hoy, 86 años después, cobra inusitada vigencia: “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretencioso estafador, todo es igual, nada es mejor……los inmorales nos han igualao…”

El inmolado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado dijo: “hemos llegado a una situación escandalosamente paradójica en la que nuestro sistema de justicia parece estarse pasando al bando de los criminales”. Cuánta razón tenía porque fue asesinado hace veinticinco años y todavía ronda la impunidad en torno a su crimen. Hace pocos días un senador cuyo padre ofrendó su vida en aras de la honestidad, dijo que por qué hacían tanto escándalo por veinte mil pesos que se robaban en cada mercado; que eso era una insignificancia.

Pero es que nuestro sistema judicial tiene fisuras por donde se cuelan (algunos lo llaman vagabunderías otros alcahuetería) figuras jurídicas de las cuales se pegan los abogados defensores para obtener la libertad de sus defendidos. El vencimiento de términos. Cuando se les hace la citación de rigor, viene la excusa: el acusado sufre quebrantos de salud; se fija otra fecha y en ésta el enfermo es el abogado; y así se va dilatando una y otra vez hasta que llega la salvación: libertad por vencimiento de términos. Otra es la colaboración con la justicia. Una sentencia a veinte años queda reducida a una ridiculez no sólo por cuenta de esa figura, también por estudio, buen comportamiento y trabajo. Así pues, resulta un buen negocio delinquir cuando se tiene la seguridad de que con unos meses en la “cárcel” y un “buen abogado” queda plata para el resto de la vida.

Razón tenía también Jorge Eliécer Gaitán cuando dijo que en Colombia la justicia es un perro bravo que sólo muerde a los de ruana. Porque a los de cuello blanco ni siquiera les muestra los dientes. Para la muestra unos botoncitos: la familia Ambuila, cuyo jefe defraudó a la Dian en una suma millonaria, acaba de recibir ese beneficio. Ramsés Vargas exrector de la uniautónoma es otro afortunado. Carlos Albornoz que hizo fiestas con los bienes incautados al narcotráfico también quedó libre. No hay espacio para más, pero la lista sigue. Queda como último recurso lo que decían las abuelas, echarle mano a la camándula y esperar la justicia divina.

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