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Columnistas  |  11 julio de 2020  |  06:59 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

NOTAS DESENTONADAS A LA PARRILLA

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Libaniel Marulanda

¿Qué tenemos aquí?: El invaluable tributo que le hace un cantante a ese quien ha sido su norte…

Por Libaniel Marulanda

Jorge Velásquez Morón, es un nombre que en cinco años entró al inventario de la apetencia musical de aquellos quindianos que amamos sin tapujos ni esnobismos el “género corruptor de mayores”, su majestad El bolero. Y si me atrevo a tocar el término esnobista es porque en cuestiones de gustos, en la música habita, sin vergüenza, esa pose que se adopta dentro de la sociedad con mentalidad de rebaño. Es la puesta en escena aquello de “¿A dónde vas Vicente?” O, con la misma mirada crítica, el síndrome del traje del emperador. Viene el interrogante ¿Este, ese o aquel cantante es bueno porque es bueno o es bueno porque Fulano y Zutano y el D.J. Mengano dicen que es bueno?

He creído que existió una época en que el público demostraba con sus acciones, y en los terrenos de sus querencias artísticas, una mayor independencia de criterios. Esa audiencia no era inducida a seguir o desdeñar a tal o cual, en la justa medida en que estaba más conectada o no del masaje cerebral de la publicidad en los medios de comunicación masiva. Y una forma sencilla y convincente de corroborar lo anterior consiste en indagar el cancionero de cada pueblo o ciudad, por lo menos medio siglo atrás.

Y cuando una de aquellas canciones o uno de aquellos cantantes conseguía llegarle al mayor número posible de veredas, pueblos y ciudades, gracias al ejercicio noble -y no corrupto ni mercachifle-de la radio en sus extinguidos días de gloria, nacía para la historia y los vericuetos del sentimiento social un ídolo o una orquesta destinada a permanecer ahí para siempre, con la posibilidad de que la obra artística trascendiera a la siguiente generación y terminara por constituirse en patrimonio cultural de familia y región.

Sin duda, y por eso, Medellín es tango, Manizales es fox, Cali es salsa…

Nuestras dos costas, en el trascurso de la historia siempre fueron la verdadera puerta de la cultura y por sus puertos entró la civilización, sopesada además en términos de instrumentos musicales: desde una pequeña armónica hasta un piano de cola.

En el universo de la música popular que comenzó por impactar los oídos de la nación y terminó por colonizar del todo el alma colombiana, creo que, sin resquicios, un puñado de cantantes con sus orquestas y versiones se ganó ese lugar en lo que llamamos el sentimentario. Narrar las realizaciones de cada uno en forma detallada y particular es una tarea que, por ahora, está muy lejana del propósito de estas notas desentonadas y a la parrilla.

Y es a través de este medio, y las amplias posibilidades que trae bajo el brazo la reciente virtualidad de la crónica literaria, que pretendemos capturar la expectativa del lector con una historia que comienza con un personaje, una voz y un cancionero que de manera tan inexplicable como cierta terminan convertidos en una reencarnación artística: Felipe Pirela y Jorge Velásquez.

Felipe nació en la capital venezolana del petróleo, Maracaibo, el 4 de septiembre 1941 y fue asesinado en San Juan de Puerto Rico, en la madrugada del 2 de julio de 1972, por Luis Portabales, quien fue detenido y juzgado luego de confesar el crimen. Detrás de la muerte del cantante existe un sinnúmero de conjeturas y vacíos en la investigación, que van desde la supuesta vinculación de éste al mercadeo de la droga, pasando por la extorsión y el chantaje, por parte de su victimario, puesto que no tenía su visa en orden en la isla de Puerto Rico, Estado libre Asociado del imperio.

La carrera estelar de Pirela fue tan maratónica como breve su existencia. Se enfrentó al micrófono de una emisora en 1957 y durante los quince años de su ruta artística grabó más de tres centenares de discos, muchos de los cuales sobrepasaron el millón de copias, en una época en que no existía la manipulación publicitaria y la nefasta institución de la payola –pagar por sonar- apenas parecía un mito.

La personalidad de un gran cantante está determinada por el fenómeno del timbre vocal. En términos absolutos, la voz humana es única e irrepetible, igual que una huella dactilar. Lo que se define como armónicos, vienen a ser unas pelusitas que van unidas al sonido que se emite, que le confieren ese carácter de exclusividad.

Y en la historia de las grandes voces, su timbre constituye una quimera para aquellos que persiguen clonarlos. Como decimos por estos lados del planeta: siempre faltan los diez centavos para el peso. Por eso no existen “yomellamos” conocidos de Felipe Pirela, porque su voz fue especial entre las voces especiales.

Ahora bien, querido y paciente lector: puestas sobre el tapete las superficiales apreciaciones precedentes y como una forma amable de entrar en materia, lo invito a que haga el siguiente ejercicio: Dele clic al siguiente vínculo, póngale volumen a su computador o celular, emoción al momento y…

¿Qué tenemos aquí?: El invaluable tributo que le hace un cantante a ese quien ha sido su norte, en una tarea que traspone la imitación por la imitación en un singular ejercicio de creatividad. Nótese que en este bolero, compuesto por Jorge Velásquez, Felipe Pirela reencarna en aquel que dedica su vida a traer al presente su extinta voz, porque Jorge, más que imitarlo, le pide prestado al ídolo su timbre vocal para ponérsela a una letra y una melodía que dice así:

Tributo al bolerista (Autor y compositor: Jorge Velásquez)

Hoy te rendimos un tributo merecido

mi querido bolerista

pues con tu voz y con tu estilo

te sembraste en el alma de los pueblos

En mi Viejo San Juan Quisquella- linda

y mi Puerto Cabello con frenesí

En tu querido Maracaibo

la historia vuelve a repetirse

Tu canto sigue tan vigente como ayer

vibrando en los corazones

y en cada disco interpretado

por tu voz de ruiseñor sigues presente

Hoy tu pueblo te dedica este homenaje

tan sincero y merecido por tus logros

En los brazos maternales

de mamá Lucía tú te forjaste

Hoy le brindamos un aplauso

a tu legado mi querido bolerista

pues con tu ejemplo de humildad

y con tu empeño a lo más alto llegaste

Brilló tu estrella y tu figura tan radiante

Tocaste la inmensidad

Reconocido es tu nombre en el continente

el bolerista de América

Tu canto sigue tan vigente como ayer

vibrando en los corazones

y en cada disco interpretado

por tu voz de ruiseñor sigues presente

Hoy tu pueblo de dedica este homenaje

tan sincero y merecido por tus logros

En los brazos maternales

de mamá Lucía tu gloria forjaste

Jorge Velásquez Morón, nació en Valencia, Estado Carabobo y su infancia transcurrió en Trincheras, un sitio famoso por sus aguas termales. Aunque no tuvo estudios formales de música, recuerda con el debido cariño al maestro Federico Núñez, quien lo ayudó al aprestamiento vocal durante un corto período de seis meses.

Su juventud, como buen venezolano, estuvo impregnada de béisbol, el deporte nacional, en el cual estuvo a una base de ser profesional en la posición de Rigth fielder (jardinero derecho) del renombrado equipo Magallanes y luego escogido para ser contratado en el equipo Medias Rojas, de Boston, Estados Unidos, pero sus 1.77 de estatura lo impidieron.

A los 24 años se vinculó como obrero en la empresa venezolana de derivados del petróleo, Venoco, en cuya agrupación coral participó.

El pianista Alex Hernández, en cuanto lo oyó cantar se convirtió en su mentor. Por tanto, le aconsejó buscar lugares dónde dar a conocer su voz. Su debut fue realizado en un sitio llamado “La Asturiana”, durante un período donde los boleros de Luis Miguel ocupaban buena parte de su repertorio. Corría el año de 1992.

Luego de un retiro de tres años, en 1995, volvió a cantar en el restaurante Los Toneles, en Valencia. Un cliente – cuyo nombre no conoció- que acostumbraba ir y tomarse un par de cervezas fue seducido por la interpretación de los boleros “Puerto Cabello” y”Tristeza Marina le recomendó ponerse a estudiar con disciplina la obra de Felipe Pirela. Y Allí comenzó todo: tocar puertas, dar audiciones, tirar de la manga a los músicos bien posicionados. Su primera incursión, ya obtenido del timbre y estilo de Felipe, fue el bolero “Para qué recordar”.

En este año representó a Venezuela en el Segundo Festival Boleros del mar, en donde participaron luminarias del género como Chucho Avellaneda, Olga Guillot, Los Panchos y César Portillo de La Luz.

Luego vino un período desértico en oportunidades, aunque luego, en 1996, tuvo la ocasión de cantar al lado de figuras tan reconocidas como Verónica Rey, Memo Morales y Perucho Navarro en el Show Musical Aquellos Años Dorados, con el acompañamiento de la Orquesta Gran Banda de Venezuela, una Big Band .del maestro Atilio González.

Recuerda con sentimiento amargo cómo en 1997, buscó tanto a la Billo’s Caracas Boys como al maestro Porfirio Jiménez, quien fuera el arreglista de Felipe. Todos le cerraron la puerta. Y éste último, con desprecio y sin tomarse la molestia de oírlo, le tiró el casete sobre el escritorio y le dijo que a la empresa no le interesaba en absoluto.

En aquel tiempo la vieja orquesta venezolana, de los años 40, “Sans Souci” trató de reconquistar el favor popular, y allí estuvo Jorge Velásquez al lado de las figuras internacionales y creadores de la agrupación como Rafa Galindo, Víctor Pérez y también Chico Salas. Sin embargo, el esfuerzo se diluyó por falta del apoyo y la permanencia de nuestro cantante resultó efímera y sin esperanzas.

Llegó una época en la que por espacio de 18 años, ante la ausencia de oportunidades a la altura de su talento, estuvo militando en el género del Mariachi Mexicano y las serenatas.

Esta crónica, con ribetes de montaña rusa, me exigió una segunda parte ante la aparición de nuevos acontecimientos que, sumados al anecdotario de Jorge Velásquez en Armenia, ocupará estas Notas Desentonadas el próximo sábado.

A manera de anticipo, invito de manera especial a los amigos del bolero y sus historias a que juzguen la calidad tanto de Felipe Pirela, el intérprete y creador del estilo, así como la de Jorge Velásquez, su reencarnación. Por favor dele clic a los dos siguientes vínculos:

Tristeza Marina (1943) Autor: Horacio Sanguinetti/ Compositor: José Dames/Roberto Flores – Ritmo original: tango

Por Felipe Pirela

Por Jorge Velásquez

Calarcá, julio 10/2020

[email protected]

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