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Columnistas  |  12 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: EL FLACO JIMÉNEZ

MEDÍTELO CONMIGO 19

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EL FLACO JIMÉNEZ

Por El Flaco Jiménez

Mi madre quería que yo tuviera fuerza de voluntad para llegar a ser Obispo o doctor. Pero a mí no me gustaba la fuerza de voluntad, ni ninguna fuerza, y nunca la necesité para llegar a ser lo que soy: Un fracaso.

Las madres manizaleñas del siglo pasado, dividían el cerebro humano en tres lotes: inteligencia, memoria y voluntad. De los tres, el más importante para triunfar en la vida, era el tercero y es algo que se puede comprobar si miramos a nuestros gobernantes. ¿Pero de dónde sacaron esa teoría nuestras madres? ¿Es posible que algún lector me ayude? Tengo amigos a los que jodieron tanto con la importancia de la voluntad que resolvieron no usarla nunca, para que no se les gastara.

Para obtener fuerza de voluntad hay que tener la voluntad de tener esa fuerza Es un círculo vicioso. Y a propósito, eso sí me gustaba, los círculos aunque fueran literarios y el vicio aunque fuera el vicio solitario.

A mí me acojonaba la fuerza de voluntad y también la fuerza bruta, la fuerza del destino y sobre todo la fuerza pública. Hasta los caballos de fuerza me asustaban. La fuerza le permitió al matoncito de tercero de primaria reventarme las ñatas y luego quitarme la mitad de la lonchera en los recreos. Era de apellido Uribe (que coincidencia) y tenía mucha fuerza y muy buena memoria porque se acordaba de mí todos los días a la hora del recreo.

Pero mi primera experiencia maluca con la fuerza fue cuando me llevaron a un paseo de olla. Nos metimos todos al rio y un señor Sansón, muy amigo de mis padres, viendo lo tímido y asustadizo que yo era, me puso una mano enorme encima de la cabeza y me hundió en el agua a pesar de mis protestas y chapaleos.

Por puro pánico estuve a punto de ahogarme, lo juro, y sin embargo todos se divirtieron viéndome chapaliar. Tan bobo, dijo mamá, para consolar mi llanto. ¿No vio que era charlando mijito? Mis primos me calificaron de llorón y señorita. Pero qué iba a saber yo, mientras tragaba agua, que el bruto de la fuerza estaba jugando. ¿Cómo sería el papá?

Cada que recuerdo el episodio vuelvo a sentir pánico, rabia, impotencia frente a la fuerza bruta. La inmersión es una práctica tan cruel, que la usan en los cuarteles para lograr la confesión de un prisionero. El tal Sansón (que en paz descanse; si puede), no era más que un campesino de los muchos a quienes les tocó vivir desde niños la violencia doméstica y luego la violencia política de este paraíso de los fuertes e infierno para los débiles que llaman Colombia.

En esa época todos los adultos se consideraban en el deber de ser rudos con los niños para que se volvieran hombres, así como también se consideraba divertido patear a los perritos callejeros.

Hoy ya tengo un sofá de estilo inteligencia para sentar a las visitas importantes. Y tengo una memoria antiquísima de porcelana que nunca uso, ni siquiera con las visitas, por miedo a que se quiebre en mil y una lágrimas. Tengo un closet lleno de virtudes elegantes, colgadas de sus ganchos, con los bolsillos llenos de naftalina.

Las virtudes las luzco cuando salgo a la calle, pero el odio es mi traje de pelea, mi ropa de trabajo, mi cuchillo de encaje.

La templanza la llevo para fiestas de gala. Pero el odio lo ensucio por la noche y amanece más limpio y con más garra. Y la memoria (olvide que lo dije) es una dulce anciana, una tacita de porcelana, desvaída y liviana, taza para tizanas de agua hervida. Solo el odio me quema la garganta y es el que me mantiene abierta la herida

Mi verdadera vocacion, el único sentimiento puro, es el odio que me vino en la leche de los antepasados, en la hiel de los amores contrariados, en la primera vez a la calle, en el maltrato de vecindarios prestados.

Desde el café de la mañana, envenenado con odio y ron de caldas, hasta bien entrada la tarde, el odio me mantiene limpia la mente y el pulso firme.

La voluntad, esa pesada madre, me la pongo en invierno para poder dormir hasta bien tarde, pero el odio sincero me calienta la sangre.

(Síganme para más odios …y amores).

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